• Un equipo del personal sanitario traslada a una paciente afroamericana con síndrome del COVID-19 a un centro hospitalario en EE.UU.
Publicada: domingo, 12 de abril de 2020 11:40
Actualizada: domingo, 12 de abril de 2020 17:02

Pese a que la cepa de la COVID-19 no discrimina entre distintas razas al contagiar, su propagación reveló el comportamiento racista de EE.UU. al tratar con pacientes.

Desde que el brote del nuevo coronavirus, denominado COVID-19, iniciara su movimiento infeccioso por primera vez en un mercado de mariscos de la ciudad china de Wuhan a fines de diciembre, son muchos los países que han tenido que afrontar a esta pandemia global con todos los medios a su alcance, unos más y otros menos.

Las pautas seguidas por los gobernantes de cada nación para contener la virulencia de la carga viral de este coronavirus entre sus poblaciones han sido variopintos, mientras unos se desvivían para informar y ofrecer las mejores recomendaciones protocolarias reservadas para estos casos de emergencias sanitarias a sabiendas de que pudiera cundir una alarma social, otros, en cambio, no le daban importancia y por temor a que no se propagase el pánico entre la población decidieron quedarse con las manos cruzadas a ver si esta crisis desaparecía por sí sola y no les tocaba con suerte hacerle frente.

Entre este selecto grupo de países que poco hicieron para evitar la propagación de la letal plaga pestilente en sus territorios se encuentra Estados Unidos, cuyo Gobierno, presidido por Donald Trump, se resistía en un principio a aceptar que la enfermedad estaba contagiando con mucha fuerza a la población e intentaba por todos los medios minimizar la gravedad de la pandemia por mucho tiempo.

Empero, al fin el líder republicano tubo que rendirse ante la aplastante realidad que le mostraba las cifras de los infectados y pacientes ingresados en los centros hospitalarios para recibir un tratamiento que aliviara sus cuadros de insuficiencia respiratoria causada por la cepa de la COVID-19 y declarar a mediados de marzo el estado de emergencia en EE.UU.

A partir de este momento todo lo que concierne a la masiva afluencia de los pacientes estadounidenses en busca de rebajar los efectos nocivos del contagio en su organismo a las instalaciones sanitarias de sus ciudades lugares de residencia es un cuadro dantesco que en absoluto uno se imaginaba que podría darse en el siglo XXI y aún menos en un país que alardea de ser la primera superpotencia mundial.

Los medios de comunicación estadounidense, como era lógico, no tardaron mucho en cubrir las noticias relativas a las situaciones sobrecogedoras que se estaban produciendo en cualquier centro sanitario del vasto país norteamericano, entre ellas, mostraban imágenes de un personal sanitario imprevisto del adecuado Equipos de Protección Individual (EPI) atendiendo a los pacientes.

Empero, esta emergencia sanitaria lo que más ha puesto en evidencia ha sido el comportamiento discriminatorio dispensado por las autoridades estadounidenses a las comunidades y colectivas minoritarias de esta nación norteamericana, tal y como relató el periódico estadounidense The Washington Post en uno de sus recientes informes.

En su editorial, el rotativo señaló que la conducta discriminatoria de la Administración Trump frente a la proliferación del patógeno entre la población estadounidense es un comportamiento que emana de la naturaleza racista de quienes conforman el núcleo de este Gobierno a pesar de que el nuevo coronavirus no diferencia entre diferentes razas para llegar a contagiarles.

Hasta donde sabemos, el nuevo coronavirus no discrimina entre razas, pero Estados Unidos tiene un comportamiento discriminatorio y las cifras publicadas hasta ahora muestran que la comunidad afroamericana recibe un tratamiento desproporcionados en Estados Unidos al morir en un mayor porcentaje sus miembros a causa de la enfermedad”, recogió el informe.

 

El documento reflejó que las cifras publicadas en las últimas semanas por ciudades, condados y estados son preocupantes, en concreto, los estragos contabilizados en la zona conocida como el cinturón de la industria automovilística de EE.UU. que se ubica en torno a lago de Michigan, en el norte del país.

Es el caso de Chicago, localidad situada en el estado Illinois, que con una población afroamericana de 30 por ciento ha registrado el 70 por ciento de los casos de deseos de esta urbe entre esta comunidad negra.

La situación es aún peor en la región de Milwaukee, área perteneciente al estado de Wisconsin, los ciudadanos afroamericanos representan el 26 por ciento de la población de la zona, pero el 73 por ciento de las muertes por coronavirus están relacionadas con este colectivo.

En cuanto al propio estado de Michigan, la proporción de la población afroamericana es del 14 por ciento del total del censo, empero, la plaga ha quitado la vida de unos 41 por ciento.

En el estado de Louisiana, situado a las orillas del golfo de México, la relación de la población afroamericana es del 32 por ciento del total de los residentes, empero, la COVID-19 ha matado a unos 70 por ciento.

Similares estadísticas se han reportado desde el estado Maryland, situado al este de EE.UU., que a pesar de contar con el 30 por ciento de la población afroamericana ha inscrito la muerte del 40 por ciento de entre este colectivo a causa del coronavirus.

The Washington Post continuó diciendo que todavía no se conoce las cifras federales porque no han proporcionado ningún dato al respecto, y eso pese a que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de EE.UU. generalmente necesitan saber las reseñas de las víctimas de la COVID-19, como, por ejemplo, el lugar de la procedencia, edad y raza, para elaborar las estadísticas del seguimiento y rastreo de esta enfermedad a nivel nacional.

Ante la falta de un estudio estadístico sobre la procedencia, la raza y la edad de los pacientes y víctimas del letal brote de la COVID-19, algunos congresistas de EE.UU. enviaron una carta al secretario del Departamento estadounidense de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, pidiéndole que proporcionara un registro de dichos datos relativo a lo que está sucediendo en algunas de las comunidades más sensibles de Estados Unidos.

Según el informe puede que haya divisiones raciales en las pruebas y el tratamiento que proporcionan los centros sanitarios, y que incluso las desigualdades existentes pueden haber hecho dispar el impacto de la crisis del coronavirus en diferentes estados que conforman la nación.

Teniendo en cuenta que una mayoría de los miembros de la comunidad afroamericana de EE.UU. sufre de obesidad mórbida, diabetes, asma y presión arterial alta, hace que empeore la condición de aquellas personas con enfermedad coronaria perteneciente a este grupo racial.

De hecho, esta comunidad sufre en sus propias carnes las condiciones más desfavorables en cuanto se refiere al ámbito económico y ambiental que un colectivo como la suya pueda llegar a padecer y sufrir por el comportamiento discriminatorio dispensado por parte de la comunidad blanca a lo largo de la corta historia de Estados Unidos.

Analizando las condiciones desfavorables de la comunidad afroamericana en Estados Unidos, el informe escribe que las condiciones como privar a los miembros de este colectivo racial de una vivienda estándar y digna y su falta de acceso a servicios médicos, así como su falta de acceso a la proximidad de los supermercados han provocado que la enfermedad causara un mayor estrago entre esta población.

Por lo general, los afroamericanos están más involucrados en servicios como la conducción de autobuses y las actividades de atención que en comparación con los blancos, lo que los pone en mayor riesgo que aquellos que pueden trabajar de forma remota desde sus casas.

Mientras el brote del coronavirus se ceba con la población afroamericana de EE.UU., hay otro colectivo aún más desamparado que ni siquiera sus víctimas se llegan a contabilizar para las estadísticas al tratarse de personas migrantes sin estar en posición de documentos legales para residir en Estados Unidos.

Según el informe, los migrantes indocumentados, que a menudo viven en las afueras de las ciudades, también están en riesgo debido a la falta de acceso adecuado a las pruebas de detección de la COVID-19 y tratamiento adicional.

De hecho, el Dr. Anthony Faucci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU., reconoció recientemente que esta enfermedad ha afectado a una gran mayoría de las personas que conforman las minorías y al tiempo que sostuvo: “Por el momento, no se puede hacer nada más que brindar la mejor atención médica posible. Ofrecer la mejor atención médica es esencial” para tratar a las minorías de los efectos nocivos y mortales de esta pandemia.

 

Una pandemia global que, conforme a las últimas cifras publicadas hasta la fecha, ha infectado a más de 1 780 000 personas alrededor del globo terráqueo y que de estas han perdido la vida algo más de 108 mil recuperados otros 404 mil.

Estas cifras son aún más escalofriantes dentro de las fronteras de Estados Unidos al seguir en laza la tendencia de los contagios al registrarse más de 533 000 casos y más de 20 000 fallecidos y unos 30 mil recuperados.

En las últimas semanas, ha habido una tendencia creciente de contagios en todo el mundo, que revela nuevas dimensiones del enfoque imperialista estadounidense tanto si lo trasladamos a su población como si lo hacemos respecto a la población mundial.

Estos enfoques ejecutados por órdenes del inquilino de la Casa Blanca se han encaminado al hurto de ayuda humanitaria y equipo médico, incluso de los aliados de Washington, así como la continuación de las sanciones de índole médica y de salud contra Irán, Cuba y Siria.

A Trump no le ha bastado ver como el caos se ha apoderado de sus centros hospitalarios, que no dan basto para atender a los graves pacientes de la COVID-19, para que encima ahora venga a politizar los tratados y acuerdos internacionales en el campo de la salud y lance amenazas contra la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Todo este comportamiento refleja la cultura del salvaje oeste estadounidense al que es muy asiduo el líder republicano, cuyas políticas proyectan una desconfianza descomunal y total hacia Washington.

 

Una de las crisis recientes más controvertidas ha sido la apropiación de envíos de suministros de utensilios sanitarios y mascarillas en su camino hacia Alemania y Francia por parte de los Estados Unidos. Las autoridades germanas han calificado este comportamiento de Washington como una especie de “piratería moderna”, a la vieja usanza del salvaje oeste.

El robo de equipos médicos por parte de Estados Unidos coincidió con la decisión de Trump de suspender la cooperación de Washington con la OMS; violando, de este modo, todos los tratados y acuerdos internacionales en el ámbito de la salud.

Tal comportamiento de los Estados Unidos, más que nunca, hace que sea necesario que los aliados europeos y los estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconsideren sus relaciones con EE.UU., cuyas autoridades son propensas a dispensar conductas discriminatorias contra sus propios conciudadanos.

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