Sí, damas y caballeros, un militar, capturado por HAMAS, no tiene acceso a las cinco comidas diarias ni a su suplemento de proteínas. ¡Convoquen al Consejo de Seguridad, desplieguen los drones del llanto, y preparen los discursos conmovedores en tiempo récord!
Mientras tanto, claro está, más de dos millones de gazatíes viven bajo bombardeos, sin acceso a agua, alimentos ni medicamentos, pero bueno, ¿quién se va a conmover por eso? Al fin y al cabo, no llevan uniforme, ni tienen un gobierno occidental que llore en los foros internacionales por ellos. Sus estómagos vacíos no generan titulares, sus cadáveres no merecen minuto de silencio. Son "daños colaterales", no “vidas humanas”, ¿cierto?
Ayuda humanitaria: el misterio de los 22.000 camiones bloqueados
Aquí va otra de esas pequeñas ironías que nos regala la política internacional: 22.000 camiones de ayuda humanitaria esperan cruzar la frontera. Sí, veintidós mil. Una fila más larga que la lista de resoluciones de la ONU ignoradas por Israel. Pero qué va, para algunos gobiernos, la ayuda bloqueada no es una crisis, es una estrategia legítima de seguridad.
¿Y el famoso Artículo 7 de la ONU? Ese que autoriza el uso de la fuerza para proteger a civiles y garantizar la entrega de ayuda humanitaria... Ah, ese artículo duerme el sueño eterno en algún cajón polvoriento. Activarlo contra Israel sería como insultar a un socio comercial, y eso no se hace. Las reglas están para aplicarse selectivamente. No contra aliados. Solo contra “enemigos útiles”.
Humanidad selectiva S.A.
Porque eso sí, la moral internacional viene con filtros. Hay muertos que valen más. Prisioneros que conmueven más. Sufrimientos que generan más clics. ¿Una madre gazatí sosteniendo el cadáver de su bebé? Qué dramático, pero... ya sabes, complicado, mejor no entrar en detalles. En cambio, un joven soldado del pueblo elegido con ojeras y falta de vitamina C: ¡eso sí que es una crisis global!
No se equivoquen: no se trata de minimizar su sufrimiento. Se trata de denunciar el cinismo de quienes lo explotan mientras ignoran el sufrimiento masivo y estructural del pueblo palestino. Se trata de exigir coherencia, si es que queda algo de ella en los pasillos de Nueva York.
Por Alberto García Watson