El año 2018 comenzó para Estados Unidos con una creciente tensión con uno de sus aliados: Paquistán. Este domingo, los manifestantes paquistaníes quemaron la bandera de Estados Unidos y un muñeco que representaba al presidente estadounidense, Donald Trump. Lo han realizado frecuentemente en los últimos días para condenar lo que llaman amenazas ‘cobardes’ de Washington contra su país.
Las protestas se desataron cuando Trump puso en marcha una desenfrenada ofensiva contra Paquistán, acusándole de proporcionar refugios seguros a terroristas. Poco después, la Casa Blanca suspendió su asistencia de seguridad al país asiático. El monto de fondos congelados llega a los 255 millones de dólares en ayuda militar, aunque EE.UU. dice que la decisión podría tener efectos secundarios y causar que el congelamiento llegue hasta casi 2 mil millones de dólares de ayuda.
Esta agresiva retórica enojó a Paquistán, que asegura haber perdido más de 62 mil vidas y 123 mil millones de dólares en el conflicto desde 2003. El ministro de Asuntos Exteriores de Paquistán, Jawaja Asif, consideró ‘ya terminada’ la alianza entre los dos países.
Otros políticos paquistaníes llamaron a su Gobierno a tomar medidas. Para Washington, con presencia militar en Afganistán desde hace 16 años, el más posible y el mayor acto de represalia sería el cierre por Paquistán de sus fronteras y del puerto paquistaní de Karachi. Tal medida impediría el aprovisionamiento de alimentos, bienes y equipos a las fuerzas estadounidenses. Ya sucedió en 2011.
La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), liderada por Washington, sufrió el cierre y se vio obligada a satisfacer sus necesidades a través de vuelos de carga desde una base aérea en Kirguistán y de una vía terrestre a través de Rusia, Asia Central y el Cáucaso: rutas más largas y más caras.
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