Ironías de una cultura al revés: mientras unos la pasan de maravilla, para niñas como Elena, ni Acción de Gracias, ni nada. Al contrario: el horror de una familia destruida por las deportaciones.
Por ello, junto a otros niños, Elena acude a las oficinas de Marco Rubio, excandidato presidencial y legislador republicano: le piden que haga algo al respecto. Sin embargo, lejos de asomar el rostro, Rubio no aparece. Quien aparece es la policía.
A mis espaldas la oficina de un legislador que aparentemente tiene una gran contradicción con respecto a su origen étnico. Y es que Marcos Rubio, a pesar latino e hispano, colabora activamente con el Partido Republicano en las legislaciones antiinmigrantes durante la actual Administración. Una política que ciertamente tiende más a la limpieza étnica que a la remoción de inmigrantes indocumentados.
Así, mientras Donald Trump, Marco Rubio y el 1 % pasan el Día de Acción de Gracias en sus campos de golf y mansiones de lujo, ciudadanos estadounidenses como Leah se van a dormir pensando en una pesadilla: si mañana inmigraciones viene por su madre o alguien más de su familia.
No obstante, lo más probable es que se vayan y pronto. El tristemente célebre Gobierno de Donald Trump quiere que medio millón o más de personas en el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) se vayan del país. En adición, 11 o 12 millones están en proceso de ser expulsados.
Mientras, musulmanes y refugiados tampoco son bienvenidos. Y qué casualidad: casi todos los “deportables” resulta que son de otro color, un color que simplemente no combina con el status quo.
Marcelo Sánchez, Miami.
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