Publicada: lunes, 29 de diciembre de 2025 15:16

Israel, Somalilandia y el mar Rojo: una maniobra estratégica para controlar Bab el-Mandeb que revela profundas tensiones, contradicciones regionales y posibles escenarios de fracaso.

Introducción: el reconocimiento como arma geopolítica

En la arquitectura del poder internacional, pocos actos resultan tan determinantes y cargados de significado como el reconocimiento de un Estado. Se trata de un gesto con profundas implicaciones legales, normativas y, sobre todo, estratégicas. La decisión de Israel de extender este reconocimiento a la República de Somalilandia, una entidad que ha mantenido una independencia de facto relativamente estable desde 1991 pero que permanece atrapada en un limbo jurídico internacional, excede con creces cualquier formalidad diplomática.

La medida se presenta como un ejemplo revelador de la realpolitik del siglo XXI, una maniobra calculada para redefinir las dinámicas de influencia en uno de los corredores marítimos más sensibles del sistema internacional. El mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb, arterias por donde transita una proporción significativa del comercio global, se convierten en el escenario donde el reconocimiento político se transforma en instrumento de proyección estratégica. En este contexto, el gesto israelí no solo altera el estatus de un territorio periférico, sino que introduce una variable inesperada en el equilibrio de poder regional.

Desde una perspectiva determinada, el movimiento encarna una lógica estratégica fría y coherente. En un orden global donde la ventaja competitiva se mide cada vez más por el control de infraestructuras críticas como puertos, cables de datos y corredores energéticos, y no por la posesión de fronteras convencionales, Israel ha identificado y explotado un vacío geopolítico. Somalilandia carece de reconocimiento internacional pero opera como entidad política. En ese funcionamiento reside su principal valor estratégico, la ubicación.

Para un Estado como Israel, cuya seguridad económica y energética depende de la fluidez de las rutas marítimas, establecer una posición permanente de vigilancia e influencia en la entrada meridional del mar Rojo equivale a una póliza de seguro estratégica de primer orden. Esta interpretación, compartida en círculos de decisión en Tel Aviv y Abu Dabi, presenta el reconocimiento como un ejercicio de precisión calculada, un paso destinado a consolidar un eje emergente y reconfigurar el equilibrio regional en favor de una alianza pragmática y tecnocrática.

Sin embargo, existe una lectura más profunda y potencialmente más reveladora. La iniciativa israelí, por su propio grado de audacia, constituye también una apuesta de alto riesgo ejecutada en un momento de fragilidad estructural significativa dentro del mismo bloque que aspira a reforzar. Al vincular su proyección estratégica en el mar Rojo al destino de la arquitectura de poder de Emiratos Árabes Unidos en el Cuerno de África y Yemen, Israel podría haber subestimado las fuerzas centrífugas y las contradicciones que atraviesan su propia coalición.

Lo que desde una perspectiva se presenta como una expansión discreta, desde otra aparece como la construcción de un saliente estratégico sobre terreno inestable. Este análisis se propone examinar esta doble realidad, la lógica de la proyección de poder que sustenta el reconocimiento y las fracturas latentes que amenazan con transformar una jugada concebida como maestra en fuente de vulnerabilidad crítica.

Parte I: La visión estratégica. La lógica del poder desnudo y la reescritura de reglas

El reconocimiento de Somalilandia no responde a un impulso humanitario ni a una reconsideración histórica de su estatus. Es, ante todo, un ejercicio de cálculo estratégico deliberado, anclado en principios de geopolítica clásica reinterpretados para las condiciones del siglo XXI.

1. El valor supremo de la ubicación: Bab el-Mandeb como objetivo

En el núcleo de la maniobra se encuentra la aspiración de ejercer control o al menos influencia dominante sobre el estrecho de Bab el-Mandeb. Este corredor marítimo de apenas treinta kilómetros de ancho conecta el océano Índico con el mar Rojo y, por extensión, con el canal de Suez. Es una arteria crítica del comercio mundial, por la que transita alrededor del 12 por ciento del tráfico global y una proporción significativa de los flujos de hidrocarburos.

Para Israel, país cuya seguridad económica y energética depende de la continuidad de estas rutas, cualquier interrupción prolongada tendría consecuencias inmediatas y severas. Somalilandia, con su puerto de aguas profundas en Berbera, ofrece una plataforma idónea para vigilancia, inteligencia y proyección de seguridad. Desde esa posición, Tel Aviv puede supervisar no solo el tráfico comercial, sino también los movimientos militares y de milicias en las costas yemeníes, las capacidades de actores hostiles y las dinámicas navales de potencias rivales. Es la expresión práctica de un principio cada vez más aceptado en la geopolítica contemporánea, una estación de escucha o un acceso portuario puede resultar más valioso que un tratado formal de defensa.

2. La sinergia con Emiratos Árabes Unidos: la alianza logística e inteligencia

Esta iniciativa no opera de forma aislada. Su alcance se amplifica mediante la integración con la estrategia de infraestructura y proyección de Abu Dabi. Durante la última década, los Emiratos han construido sistemáticamente una red de puertos, bases logísticas y mecanismos de influencia en el Cuerno de África. Berbera constituye uno de sus nodos principales, pero no el único. El archipiélago de Socotra, estratégicamente situado a la entrada del golfo de Adén, ocupa un lugar central en este entramado.

Emiratos ha invertido significativamente en la infraestructura de Socotra, transformándola en un punto de apoyo para vigilancia y proyección regional. Israel, en este esquema, no necesita desplegar una red propia costosa y visible. Puede acoplar sus capacidades avanzadas de inteligencia de señales, cibernética y reconocimiento a la infraestructura física y al capital político ya establecidos por Abu Dabi. De esta interacción surge un arco de influencia discreto pero eficaz, Emiratos aporta infraestructura y relaciones locales, Israel suministra tecnología e inteligencia. El resultado es una arquitectura de seguridad paralela en el sur del mar Rojo.

3. Objetivos estratégicos de orden superior

El reconocimiento también responde a un conjunto de objetivos interrelacionados que trascienden la seguridad marítima inmediata:

  • Recalibración del equilibrio de poder en el golfo Pérsico. Al reforzar a Abu Dabi como socio estratégico con mayor profundidad operativa, Israel favorece un reequilibrio dentro del Consejo de Cooperación del Golfo, proporcionando un contrapeso a la primacía saudí y ampliando su margen diplomático.
     
  • Presión indirecta sobre Egipto. Una posición consolidada en Bab el-Mandeb otorga a Israel una palanca informativa sobre El Cairo, combinando vigilancia del tráfico hacia el canal de Suez con disputas egipcias en torno al Nilo y Etiopía.
     
  • Limitación de la proyección turca. El eje Berbera-Socotra restringe el espacio de maniobra de Ankara y complica sus aspiraciones en la región.
     
  • Contrapeso frente a China. La consolidación de un activo estratégico alineado con Occidente, junto con una posible presencia estadounidense, introduce un elemento de equilibrio frente a la base militar china en Yibuti.

Esta es la lógica de la maniobra calculada, un movimiento de múltiples capas destinado a asegurar un activo duradero, reforzar una alianza clave y reposicionar a Israel como actor estratégico relevante. Es la geopolítica del poder desnudo, donde la legitimidad normativa es secundaria frente al valor decisivo de la geografía.

Parte II: La fractura oculta. Cuando el terreno cede bajo los pies de la estrategia

La planificación estratégica, por impecable que sea, choca con la complejidad y volatilidad del terreno. La implementación de esta visión se produce en un momento de profunda convulsión dentro de la arquitectura de poder que debía sostenerla, revelando vulnerabilidades significativas.

1. El frente yemení: la retaguardia en llamas

El talón de Aquiles se encuentra en Yemen, especialmente en el sur. La red de influencia emiratí, construida mediante el apoyo al Consejo de Transición del Sur (STC) y otras facciones, constituye la base logística y política que conecta Berbera con Socotra y proporciona profundidad estratégica. Sin control efectivo de los corredores yemeníes, Somalilandia corre el riesgo de quedar aislada.

El contragolpe interno es significativo. Arabia Saudita, socio formal de los EAU en la coalición militar yemení contra Ansarolá, se opone a la agenda separatista del STC, percibida como amenaza a la integridad yemení y a su propia seguridad fronteriza. Los recientes ataques aéreos saudíes contra posiciones del STC y las demandas de retirada representan más que escaramuzas tácticas, constituyen una declaración política y militar contra el proyecto de proyección de poder emiratí-israelí.

El efecto es claro. La alianza Israel-EAU se ve obligada a defender su retaguardia estratégica frente a un aliado nominal. La arquitectura alternativa que debía irradiar desde Berbera depende ahora de un corredor terrestre convertido en campo de fricción entre antiguos socios.

2. La respuesta de Teherán: cálculo del beneficiario indirecto

Desde la perspectiva iraní, la situación se analiza con frialdad. El objetivo histórico de Irán en el mar Rojo ha sido mantener capacidad de veto asimétrica sobre la navegación no ejercer control directo. El eje Berbera-Socotra, reforzado por inteligencia israelí, buscaba neutralizar esa capacidad.

La crisis emiratí introduce una variable disruptiva. Teherán interpreta la disfunción no como derrota sino como una oportunidad estratégica. Los recursos destinados a operar el sistema de vigilancia se concentran en apagar incendios en Yemen, debilitando la coherencia operativa del eje. El reconocimiento israelí sigue siendo valioso, pero la ventana táctica se desplaza hacia consolidar redes de inteligencia y preparar contramedidas, mientras los rivales se consumen en conflictos internos.

3. La reacción en cadena y los riesgos de aislamiento

La exposición de esta vulnerabilidad genera efectos colaterales:

  • Aislamiento de Abu Dabi. Lejos de consolidar su ascenso, la jugada ha expuesto la profunda fragilidad de la posición emiratí. Abu Dabi se encuentra en una posición paradójica: proyecta un poder enorme a través de puertos y bases distantes, pero su red de alianzas locales se está desintegrando. Arroja piedras desde una torre de cristal cuyos cimientos están agrietándose.
  • Oportunidades para Turquía y Egipto. Ankara, rival regional de los EAU, ve abrirse una ventana. Puede redoblar su apoyo a Somalia (que se opone furiosamente al reconocimiento de Somalilandia), presentándose como un garante más estable y legítimo de la soberanía somalí, y capitalizar el descontento hacia la ingeniería territorial emiratí-israelí. Egipto, por su parte, aunque incómodo con la creciente presencia israelí, puede encontrar cierto alivio en que la capacidad de Tel Aviv para presionar a través del Mar Rojo se vea complicada por sus propias crisis aliadas.
  • El Riesgo de Implosión Local: La apuesta podría fracasar de la manera más estrepitosa. Un STC derrotado o marginado por Arabia Saudita no solo destruiría la red logística planeada, sino que convertiría a Somalilandia en un activo estratégico aislado y potencialmente insostenible, un símbolo costoso de una estrategia sobre-extendida y mal calculada. Además, valida la narrativa de Ansarolá y otros actores de resistencia, que pueden enmarcar su lucha no solo contra Israel, sino contra un proyecto de fragmentación colonial que ni siquiera sus oponentes directos apoyan de manera unánime.

Conclusión: la paradoja del poder cartográfico

El reconocimiento de Somalilandia por parte de Israel encarna la paradoja central del poder en la era contemporánea: la capacidad de redibujar mapas estratégicos mediante un acto de voluntad choca de manera inevitable con la persistente realidad de la política local, las lealtades tribales y las rivalidades históricas entre aliados.

La jugada es, a la vez, un acto de audacia estratégica y una apuesta de alto riesgo. Audaz porque identifica y se apropia de una posición de valor incalculable, aplicando una lógica de poder desnuda, despojada de ilusiones. Por otro lado, supone un riesgo porque subestima las fuerzas tectónicas de la región: la determinación saudita y la capacidad de Ansarolá en Yemen, recordatorios de que los actores locales pueden revertir los planes con una eficacia implacable.

El tablero del mar Rojo ha sido reconfigurado, pero no hacia un orden estable bajo dominio israelí-emiratí. Ha entrado en una fase de contestación compleja y multinivel, donde las líneas de fractura atraviesan precisamente las alianzas que aspiraban a controlarlo. La jugada maestra evidencia, sobre todo, que incluso el poder más calculado y desnudo no está exento de las leyes de la política regional ni de sus articulaciones contrahegemónicas.

 

Por Xavier Villar