Publicada: domingo, 28 de diciembre de 2025 21:27

El secuestro del capitán marítimo libanés Imad Amhaz por parte de Israel revela la indiferencia de Beirut ante la crisis y el sufrimiento del pueblo libanés.

Por: Lama Almakhour *

En una era en la que las olas desdibujan las fronteras y la verdad se desliza entre narrativas enfrentadas, emerge el nombre de Imad Amhaz, un joven libanés vinculado al mar, que estudió sus profundidades, comprendió sus secretos y lo convirtió tanto en su profesión como en su sueño de toda la vida.

Imad Fadel Amhaz nació en Líbano en 1986, en una familia conocida por su comportamiento discreto y su firme compromiso con los valores del trabajo y la estabilidad. Ahora, en sus últimos treinta años, decidió forjar su carrera profesional lejos del foco de atención, dedicándose a los estudios marítimos y graduándose en instituciones civiles especializadas en navegación marítima, donde, después de años de rigurosos estudios y formación práctica, obtuvo su licencia de capitán.

Su amor por el mar distinguió a Amhaz, no solo como una profesión, sino como una pasión y un espacio de tranquilidad y reflexión. En su vastedad, encontró refugio del ruido y las presiones de la vida. Dentro de su círculo social, era conocido por su personalidad calmada, su sentido de responsabilidad y su estrecho lazo con su familia, que siempre fue una fuente constante de apoyo y motivación.

Amhaz parecía un joven común, esforzándose en silencio por construir su futuro, hasta que su vida se transformó repentinamente en una espera interminable, en un estado de ansiedad que se extiende más allá de él mismo, tocando a su familia y, en última instancia, a toda la patria.

Durante la guerra de agresión israelí contra Líbano en 2024, la ciudad costera del norte de Batroun fue testigo de un incidente que envió ondas de choque tanto en el ámbito popular como en el mediático: el secuestro de Amhaz cerca de la costa.

Cierta noche, una unidad militar israelí de élite llevó a cabo una operación de desembarco naval meticulosamente orquestada, acercándose desde el mar y aprovechando la atmósfera tranquila y turística del área, que no indicaba presencia militar alguna ni conspiraciones ocultas.

Durante la operación, las fuerzas del régimen israelí irrumpieron en la residencia de Imad, lo secuestraron y se retiraron rápidamente por mar en una escena reminiscentes de operaciones de secuestro clandestinas. Esa noche, Batroun se convirtió en el escenario de un secuestro descarado, como si el mensaje fuera menos acerca del secretismo y más sobre demostrar la capacidad de llegar, penetrar y vulnerar.

El secuestro ocurrió en un momento en que Líbano se encontraba sumido en escenas diarias de bombardeos y destrucción, con los reportes de noticias contando a los muertos por decenas y centenas, y todo el país parecía atrapado en una guerra abierta impuesta sobre él, más allá de su control.

En medio de esta realidad sangrienta, surgieron preguntas urgentes: ¿Qué relación tenía Amhaz con todo lo que estaba sucediendo? ¿Y por qué fue secuestrado un hombre sin afiliación partidaria conocida ni papel militar declarado?

Poco después del secuestro, el nombre de Imad Amhaz desapareció misteriosamente de las noticias, como si su ausencia fuera no solo física, sino también informativa. El gobierno libanés evitó una persecución seria, limitándose a emitir declaraciones débiles y carentes de acción concreta o un curso legal claro.

En un país aplastado por crisis y divisiones, el caso de Imad se perdió entre prioridades contrapuestas, como si el destino de un secuestrado hubiera dejado de ser una preocupación importante para aquellos en el poder.

Durante ese periodo, la información sobre él fue casi completamente cortada, dejando a su familia y a los cercanos a él suspendidos en un estado de espera implacable: atrapados entre la esperanza y el miedo, sin consuelo, sin respuestas y sin siquiera confirmación de su condición o destino.

El silencio se rompió solo con la publicación de su video, que devolvió su nombre al primer plano, pero de una manera dolorosa. En lugar de ofrecer consuelo, subrayó la cruda realidad del cautiverio y profundizó la sensación de que Amhaz había sido reducido de un hombre con familia y una vida, a una simple moneda de cambio entre el régimen israelí y Líbano.

Aunque el video reavivó su caso e incendió una reacción pública y mediática generalizada, la respuesta una vez más se limitó a palabras, sin traducirse en una acción significativa o concreta.

Además, mientras la opinión pública se absorbía en olas fugaces de simpatía, el gobierno libanés continuaba soportando y tolerando las agresiones diarias israelíes a través de múltiples regiones, dejando tras de sí víctimas y destrucción generalizada y consolidando una violación persistente de su soberanía.

Esta realidad plantea una pregunta fundamental: ¿posee un estado que se presenta como débil e incapaz, ya sea la capacidad o la voluntad de tomar medidas reales para asegurar la libertad de sus rehenes?

¿O sus casos seguirán cautivos de declaraciones, demoras y una espera interminable?

El lenguaje corporal mostrado en la aparición grabada de Imad Amhaz estaba cargado de señales difíciles de pasar por alto, reflejando un estado de intensa presión psicológica y física. Sus rasgos faciales rígidos y la mirada fatigada y pesada de sus ojos sugerían un agotamiento evidente, incompatible con la calma presunta de una grabación voluntaria.

Además, sus movimientos mínimos, su postura contenida y la manera en que sostenía su cuerpo son todos indicadores comúnmente identificados en el análisis del lenguaje corporal como signos de tensión extrema e incomodidad. Cuando habló, su voz era baja y fragmentada, como si las palabras fueran forzadas a salir en lugar de ser pronunciadas libremente.

A pesar de las evidentes señales de tortura y agotamiento extremo en Amhaz, quedó claro que su declaración grabada no contenía nada más allá de hechos ampliamente conocidos. Sus palabras se limitaban a ideas generales que desde hace tiempo forman parte del discurso político público, como la noción de que la resistencia enfrenta a Israel y a Estados Unidos.

Mencionó los nombres de individuos que ya habían sido martirizados y se habían convertido en parte de la memoria colectiva, sin ofrecer nueva información o una verdadera confesión que pudiera tener relevancia para la seguridad.

Este estrecho y cauteloso alcance del discurso, pronunciado bajo circunstancias duras e inconfundibles, refleja la intensidad de la presión a la que fue sometido, mientras revela simultáneamente su conciencia del peligro inherente a lo que podría decirse, incluso en su estado más débil.

Por el contrario, el acto mismo de publicar este video sirvió más como una vergüenza para Israel que como un triunfo. El régimen, que enmarcó la grabación como prueba de éxito, reveló en su lugar su propio fracaso al no lograr extraer ninguna información sustantiva a pesar de la intensa presión aplicada.

El video apareció principalmente como un mensaje dirigido a la sociedad israelí, diseñado para mostrar un "logro" mediático que enmascaraba las carencias en los esfuerzos de campo o inteligencia, en lugar de divulgar una nueva verdad. De este modo, se convirtió en un símbolo de debilidad, ofreciendo nada más que retórica reciclada.

La resistencia no se limita a un solo nombre o título. Surge dondequiera que persista la injusticia, dando lugar a hombres y mujeres inesperados. Así, un resistente a menudo aparece sin previo aviso ni etiqueta, tal como Amhaz emergió entre las filas de esta resistencia, no por elección, sino porque las circunstancias lo convirtieron en un símbolo.

Lo que define a estos individuos es su negativa a aceptar la humillación, su énfasis en la dignidad y su determinación de forjar su propio camino frente a la opresión, no impulsados por la violencia o una cultura de muerte, sino por una cultura de vida y dignidad, aunque ese camino a veces conduzca a la resistencia en el mar.

* Lama Almakhour es libanesa, quien perdió a varios miembros de su familia en la reciente agresión israelí a su país, incluyendo a su primo de 5 años y su madre. El artículo, originalmente escrito en árabe, fue traducido al inglés por Roya Pour Bagher.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV