Bajo el gastado argumento de la seguridad nacional, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, abre a diario frentes de tensión geopolítica en todo el hemisferio occidental. El reciente nombramiento del gobernador de Luisiana, Jeff Landry, como enviado especial para Groenlandia, con el objetivo explícito de integrarla a la estructura administrativa estadounidense, ahonda la brecha de intereses entre Washington y sus tradicionales aliados de la Unión Europea y la OTAN. También genera un halo de incertidumbre sobre el territorio ártico bajo la jurisdicción de Dinamarca.
La nueva estrategia de seguridad de Estados Unidos publicada el 4 de diciembre y cuya base conceptual es la Doctrina Monroe de América para los americanos, hace énfasis en la importancia de asegurar el acceso continuo de Washington a ubicaciones estratégicas clave en el hemisferio occidental. En el caso de Groenlandia, Trump pretende desplazar a rivales tradicionales como Rusia y China en el control del ártico. Tampoco importa la opinión de los propios habitantes del territorio en disputa.
Los apetitos insaciables de Donald Trump en el hemisferio occidental apuntan a las riquezas petroleras de Venezuela, y también ponen en la mira a enclaves estratégicos como el Canal de Panamá y un dominio europeo en el continente americano como Groenlandia. Evidencia de que el expansionismo de Washington no reconoce fronteras ideológicas, y elimina cualquier vestigio de autonomía regional o nacional.
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