En la madrugada del 9 al 10 de marzo de 1945, unos 300 aviones estadounidenses B-52 descargaron 1700 toneladas de bombas incendiaras sobre la zona este de la capital, arrasando un área de 41 kilómetros cuadrados (aproximadamente la cuarta parte de la extensión de la urbe).
El ataque destruyó unos 260.000 hogares y ocasionó más de 100.000 muertos, según los datos de las autoridades niponas, cifras que lo sitúan como el bombardeo aéreo con más víctimas inmediatas de la historia, por encima de los de Hiroshima y Nagasaki.
De hecho, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, se ha convertido este martes en el primer máximo responsable político del país que participa en el memorial anual que se celebra en un cementerio de la capital donde descansan los restos de muchos de los fallecidos.
Abe ha prometido "contribuir en todo lo posible a conseguir una paz duradera", y ha destacado la necesidad de "afrontar el pasado con humildad y tener siempre presentes las lesiones de la trágica guerra", durante su intervención en el acto.
El príncipe Akishino, el hijo más joven del emperador Akihito, y su mujer, la princesa Kiko, también acudieron al acto en el que participaron unas 600 personas, e hicieron una ofrenda de incienso por los caídos.
Los medios nipones recogen en la misma jornada testimonios de algunos de los supervivientes, como Etsuzo Nukagawa, quien perdió a la mayoría de sus familiares y compañeros de colegio en el bombardeo.
"Todavía puedo recordar claramente a la gente corriendo en todas las direcciones a través de las llamas. Creo que nunca más deberíamos participar en una guerra", ha manifestado esta mujer de 83 años.
Más de 200 ciudades niponas sufrieron bombardeos en los últimos meses de la segunda Guerra Mundial hasta que Japón firmó su rendición el 15 de agosto de 1945, días después de los ataques con la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki.
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