Turquía ha vivido uno de los años más difíciles de su historia republicana. Más de 130 de sus ciudadanos han muerto en terribles ataques terroristas a manos de EIIL (Daesh, en árabe). Para la académica Merve Özdemirkiran, este clima de tensión fomentó una nueva victoria aplastante de los conservadores del partido Justicia y Desarrollo (AKP) en las elecciones del pasado uno de noviembre.
La oposición había acusado al Ejecutivo de fomentar un clima de tensión para ganar votos. Para muchos expertos, la decisión de volver a las armas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en kurdo) favoreció el triunfo del AKP.
En conjunto, el prometedor proceso de paz con los kurdos acabó arruinado. Actualmente, duros toques de queda militares, con combates en varias ciudades del sureste kurdo de Turquía, están dejando docenas de muertos, entre ellos muchos civiles.
De hecho, si de puertas adentro la violencia no cesa, tampoco cesa de puertas afuera. Turquía está cada vez más aislada y ahora, además, enfrentada con Rusia tras su decisión, el pasado noviembre, de derribar en la región fronteriza con Siria un avión caza ruso. El Kremlin ha impuesto duras sanciones económicas contra los turcos.
Turquía ha defendido con uñas su derecho a derribar aquel avión, alegando que el aparato violó su espacio aéreo, algo que Moscú niega. No obstante, Ankara ha tratado de calmar las aguas. Al mismo tiempo, sin embargo, decidió aumentar su presencia militar en Irak, lo que despertó una nueva ola de críticas contra Ankara.
Durante años, el lema de la política exterior turca era ‘tengamos cero problemas con los vecinos’. No obstante, después de todo lo ocurrido este 2015, muchos analistas dicen, irónicamente, que el nuevo lema es ‘todo tipo de problemas con los vecinos’.
Lluís Miquel Hurtado, Estambul.
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