Por: Hussein Mousavi *
Mientras el gobierno libanés, encabezado por el primer ministro Nawaf Salam, avanza lentamente hacia la implementación de su plan multifásico para el desarme de Hezbolá, una pregunta sigue dividiendo al país:
¿Qué pasará si Hezbolá entrega sus armas… y el régimen israelí no cambia su comportamiento?
El plan — redactado bajo la supervisión de las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) y respaldado por Estados Unidos, Francia y varios estados árabes, incluidos Arabia Saudita, Catar y los Emiratos Árabes Unidos — busca reafirmar el monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la fuerza.
Sobre el papel, suena como un paso largamente esperado hacia la plena “soberanía”. Así lo presentan el primer ministro libanés y sus aliados — tanto dentro como fuera del país.
Sin embargo, para muchos libaneses comunes, la propuesta se siente menos como un avance y más como una exposición peligrosa. Y con ello surge un temor más profundo.
Temen que desarmar al movimiento de Resistencia de Hezbolá prive a Líbano de su última línea de disuasión, sin alterar en nada la hostilidad permanente de Israel.
Precedente sirio: desarme sin seguridad
En otras partes de la región, la experiencia siria sirve de recordatorio sombrío. Incluso después de que el régimen de Al-Golani hiciera gestos públicos hacia la normalización con el régimen israelí, los bombardeos sobre territorio sirio nunca cesaron. Continuaron sin interrupción.
Estos ataques — justificados por Israel como medidas “preventivas” contra el supuesto “arraigo iraní” (sin pruebas que lo respalden) — convencieron a muchos libaneses de que la moderación militar no garantiza seguridad.
Para gran parte del pueblo libanés, eso lo dice todo: incluso un vecino debilitado y cooperativo no ha sido exento de agresiones israelíes injustificadas.
Así, para la mayoría, la pregunta resuena:
Si una Siria desarmada y diplomáticamente complaciente siguió siendo bombardeada, ¿por qué un Líbano desarmado sería tratado de forma diferente?
Esa lógica ha calado hondo… incluso entre comunidades antes escépticas frente a la resistencia. Ya no se trata de ideología, sino de supervivencia, soberanía y dignidad.
La gente teme sinceramente que sea la debilidad — no la resistencia — la que invite la agresión.
Corrientes sociales: un cambio en la percepción
El argumento de Hezbolá a favor de conservar sus armas siempre se ha basado en la resistencia a la ocupación militar israelí y la defensa de la soberanía e integridad territorial del Líbano.
Durante años, esa narrativa perdió terreno — erosionada por campañas financiadas por Estados Unidos, el régimen israelí (Hasbará) y ciertos estados del Golfo Pérsico, que presentaban al movimiento de resistencia como una fuerza desestabilizadora.
Pero el caos en el país vecino cambió el ánimo.
La violencia en Siria, especialmente las masacres perpetradas por grupos vinculados a Al-Qaeda en Suweida, hizo que muchos libaneses volvieran a una verdad dura: en una región marcada por la incertidumbre y el terrorismo, alguna forma de disuasión sigue siendo necesaria.
Incluso entre cristianos y drusos, se percibe un cambio silencioso. Lo que antes era un debate divisivo se está convirtiendo poco a poco en un consenso resignado:
“Un Líbano sin disuasión es un Líbano expuesto. Y ahora, nadie en Beirut cree realmente que el cielo permanecerá tranquilo después del desarme. Ya no.”
La retirada de Washington: las garantías ausentes
El escepticismo libanés se reforzó aún más por parte de Washington. Si alguien aún esperaba alguna garantía internacional, el mensaje reciente fue claro.
Durante su visita a Beirut, el enviado estadounidense Tom Barrack admitió abiertamente que Washington no podía ofrecer garantías vinculantes de que las fuerzas de ocupación israelíes se abstendrían de futuras acciones militares, incluso si Hezbolá fuera completamente desarmado.
Fue un momento de inusual honestidad… y devastador. Para muchos libaneses, confirmó lo que Hezbolá lleva años diciendo: sin garantías de seguridad creíbles, el desarme equivale a un suicidio estratégico.
Las declaraciones de Barrack se propagaron rápidamente por las redes sociales y los programas de debate televisivo, alimentando la percepción de que las potencias occidentales exigen desarme, pero no moverán un dedo para proteger al Líbano después.
Por ahora, el arsenal de Hezbolá sigue siendo el único escudo en el que la población confía, en una región donde las promesas se evaporan y los tratados rara vez se cumplen.
Un Estado atrapado entre el principio y la supervivencia
El gobierno libanés queda así atrapado en una dolorosa paradoja y enfrentado a un equilibrio imposible.
A nivel internacional, el desarme se presenta como una condición previa para la reconstrucción tras la agresión israelí de 2024. Pero a nivel interno, se percibe más bien como una trampa, un intento de arrancar concesiones que ni Washington ni Tel Aviv pudieron obtener mediante la guerra.
El primer ministro Salam insiste en que el Ejército Libanés puede llenar el vacío de seguridad una vez que Hezbolá se desarme. Pero todos saben que las FAL están sobrecargadas, infradotadas y con graves problemas de retención de personal en medio del colapso económico.
Incluso el comandante de las FAL, Rodolph Haykal, ha admitido discretamente esas limitaciones.
Y con el mandato de la FPNUL (Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano) a punto de expirar en 2026, la zona de amortiguamiento en el sur que alguna vez ayudó a mantener la paz se desvanece rápidamente.
Dadas estas realidades, el arsenal de Hezbolá — presentado durante años por medios israelíes, estadounidenses y ciertos árabes como “el problema”— está ligado a algo más profundo: la absoluta falta de confianza en las intenciones de Israel y la inexistencia de garantías de seguridad fiables por parte de sus aliados.
Confianza, disuasión y el precio de la “paz”
La confianza no puede proclamarse en un comunicado de prensa. Se gana con comportamiento, coherencia y respeto. Para Líbano, el desarme no puede separarse de la reciprocidad.
A menos que el régimen israelí demuestre —con acciones verificables— que respetará la soberanía libanesa, y a menos que esos compromisos estén respaldados por garantías internacionales exigibles, cualquier conversación sobre desarme seguirá siendo políticamente imposible y socialmente tóxica.
Una paz basada en la paridad
El verdadero dilema del Líbano no es si el desarme es bueno en teoría. Es si puede existir paz sin paridad, y si las potencias occidentales están dispuestas a imponer esa paridad con garantías reales, no con vagas promesas.
Hasta que eso ocurra, cada llamado al desarme chocará con la realidad de la desconfianza regional… y con una verdad inamovible:
No se puede convencer a un pueblo de que renuncie a su escudo cuando el cielo sobre sus cabezas aún arde.
Y por eso, para muchos en el Líbano de hoy, ni el gobierno ni la resistencia tienen razones para confiar en el régimen israelí.
* Hussein Mousavi es periodista y comentarista libanés.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.
