Por Xavier Villar
Sin embargo, este anuncio viene vacío de un dato crucial: no se ha fijado ningún plazo concreto para llevar a cabo esta medida. Más que una simple omisión, esta indefinición es la expresión de las profundas dificultades políticas internas y la evidencia de que el proyecto de desarme forma parte de un movimiento político estratégico, cuyo objetivo básico no es consolidar la soberanía, sino debilitar y eliminar cualquier obstáculo al proyecto israelí de vaciamiento regional de soberanía.
Este plan no debe verse como un ejercicio legítimo de restauración del monopolio estatal sobre las armas, sino como una pieza clave de una agenda geopolítica mayor que busca erosionar la independencia y autonomía del Líbano bajo la fachada de fortalecer el Estado. En este contexto, la falta de un timeline refleja que el fracaso de la iniciativa está integrado en su propia lógica, y abre una peligrosa puerta para que Israel, con el respaldo de Estados Unidos, intensifique las acciones militares unilaterales en el territorio libanés.
La soberanía libanesa en jaque: monopolio de la violencia como excusa para dominación
El principio de que “el Estado debe ser el único poseedor legítimo de la violencia” es un mantra sostenido por los defensores del proyecto de desarme. Sin embargo, dicha premisa, lejos de ser neutral, se inserta en un marco político concreto: el de reducir la capacidad de los grupos que representan resistencia y soberanía real, como Hezbolá, y así eliminar cualquier amenaza al proyecto israelí de controlar la región.
El Líbano, con su historia de intervenciones externas, fragmentación sectaria y dinámicas complejas, no es un país donde imponer este monopolio pueda abordarse sin negociar profundamente sus implicaciones político-sociales. Por el contrario, el plan ignora que Hezbolá no solo es un actor armado, sino también una fuerza política con amplia legitimidad popular y un pilar de la defensa nacional frente a la amenaza israelí.
Lejos de proponer un fortalecimiento genuino del Estado, el desarme es un instrumento para avanzar en la subordinación del Líbano a agendas externas. La ausencia de un cronograma definido mantiene el país en un limbo político que sirve no para avanzar hacia la integración, sino para justificar futuras intervenciones y desestabilizaciones bajo el pretexto de restaurar la soberanía.
Además, esta narrativa del monopolio estatal de la violencia es utilizada como argumento universal para estigmatizar cualquier forma de resistencia armada que se oponga a las ocupaciones y agresiones territoriales, reduciendo complejas realidades políticas a un simple esquema de legalidad estatal donde el desafío se define artificialmente como ilegítimo.
Hezbolá: un actor nacional y resistencia genuina frente a la agresión externa
Hezbolá debe entenderse más allá de su aspecto militar. Como subraya la analista Amal Saad, este grupo representa una fuerza política profundamente integrada al tejido social libanés, con representación parlamentaria y una extensa red social de servicios que lo consolidan como actor legítimo de la política nacional. Además, su función como resistencia frente a la ocupación y agresiones israelíes lo posiciona como un símbolo clave de la autodeterminación libanesa y una línea de defensa indispensable.
Este doble papel —actor político nacional y parte del movimiento más amplio de resistencia regional— configura una realidad política compleja que desmiente la idea simplista de "grupo armado ilegal" que se utiliza como argumento para justificar el desarme. Otorgar validez política y social a Hezbolá es reconocer la complejidad del entramado libanés, donde confluyen factores identitarios, históricos y geopolíticos que no pueden ser anulados mediante decretos vacíos y sin vías prácticas ni consensos internos.
Hezbolá no es una anomalía ni una fuerza externa, sino un producto político y social del Líbano, cuyo surgimiento está marcado por las necesidades y aspiraciones de amplias comunidades que se han sentido marginadas o amenazadas por actores internos y externos. Desarmar unilateralmente esta fuerza implicaría desconocer estas raíces profundas y arriesgar una fractura mayor que podría desatar violencia interna.
El carácter multifacético de Hezbolá se refleja en sus diversas áreas de actividad: desde la defensa militar y estratégica hasta la provisión de servicios sociales esenciales, que van desde asistencia médica hasta educación. Este rol social ha fortalecido su posición dentro de comunidades que históricamente han sufrido marginalización y exclusión del Estado central, consolidando un vínculo crucial entre Hezbolá y sus bases sociales.
El vacío y la presión externa: la estrategia israelí-estadounidense
La falta de un calendario para el desarme refleja a las claras que el Estado libanés está condicionado, en último término, por la estrategia de Israel y Estados Unidos. Las presiones internacionales, el respaldo financiero condicionado y la presencia militar en áreas clave configuran un escenario donde el proyecto de monopolizar la fuerza estatal no representa una restauración soberana genuina, sino un mecanismo para facilitar el control externo y la progresiva eliminación de la influencia regional de Irán y sus aliados.
En este marco, el plan actúa como una pantalla que legitima el incremento de las acciones militares israelíes en Líbano, con el argumento de que se debe avanzar hacia un "Estado fuerte y único". Sin embargo, ese "Estado" está subordinado a intereses externos que buscan mantener y ampliar su hegemonía, ignorando la soberanía efectiva y los derechos del pueblo libanés a definir su propio futuro.
Ejemplos actuales son la continua ocupación de territorios, ataques selectivos y violaciones reiteradas del alto el fuego, acciones que el mundo occidental evita condenar, evidenciando su alineación con objetivos estratégicos hegemónicos.
Además, la presión política y económica se traduce en la dependencia creciente del Líbano de apoyos externos que condicionan la aplicación de políticas nacionales, entre ellas el desarme. Esto evidencia que la autonomía plena de la vida política libanesa está constreñida por intereses geopolíticos ajenos que imponen agendas específicas bajo el pretexto de restaurar la legalidad y el orden.
La hipocresía del derecho internacional y la crisis del orden liberal
Resulta imposible obviar la contradicción flagrante entre las exigencias de desarme para Hezbolá y la tolerancia de las potencias occidentales ante la ocupación israelí y los ataques contra la población civil.
Este doble estándar socava la legitimidad moral del derecho internacional y evidencia la aguda crisis ética y política del orden liberal global, que protege selectivamente sus intereses mientras ignora las soberanías y justicias de los pueblos.
Este desequilibrio mina los fundamentos de las instituciones internacionales y alimenta conflictos y desconfianza ciudadana hacia las estructuras políticas.
La selectividad del derecho se traduce en un relato donde la resistencia legítima es criminalizada, y la agresión externa, silenciada o justificada. Esta doble moral representa un daño profundo a la credibilidad y funcionalidad de la comunidad internacional como garante de la paz y justicia.
La inviabilidad interna y la fractura social
La imposición de un plan de desarme sin consenso ni vías claras de implementación enfrenta resistencias internas substanciales. La fragmentación política libanesa y la diversidad de actores hacen inviable la iniciativa sin riesgos graves de conflicto.
Además, el plan ignora que Hezbolá es un referente vital para sectores amplios de la población y que el desarme sin abordar la inseguridad y ocupación solo aumentará la polarización.
Cualquier intento apresurado puede detonar la ruptura del frágil equilibrio interno y reavivar tensiones sectarias que históricamente provocaron violencia y crisis.
Se debe considerar que el peligro no es solo la confrontación directa, sino también la profundización de la desconfianza que paraliza el diálogo político y dificulta la gobernanza efectiva, poniendo en jaque la estabilidad del país a largo plazo.
El futuro del Líbano: soberanía en la encrucijada
El proyecto de desarme de Hezbolá, sustentado en la idea del monopolio estatal de la violencia, no es expresión legítima de soberanía libanesa, sino parte de una estrategia geopolítica para eliminar obstáculos al proyecto israelí de vaciamiento regional.
La ausencia de cronogramas y la presión externa aseguran un estancamiento usado para justificar acciones unilaterales y aumentar la dependencia del Líbano a poderes extranjeros.
Mientras el país enfrenta esta realidad, la estabilidad política y social pende de un hilo, con riesgo de nuevos conflictos inminentes. La defensa de la soberanía debe reconocer su complejidad interna y rechazar imposiciones que buscan desarmar la resistencia sin garantías.
Sólo un diálogo inclusivo, respeto a la diversidad política y una garantía internacional de integridad territorial y no intervención permitirán avanzar hacia un Líbano verdaderamente soberano y estable.
La comunidad internacional debe reconocer que cualquier solución duradera para el Líbano implica respetar el equilibrio político interno y proporcionar garantías reales contra la agresión externa. El restablecimiento pleno de la soberanía nacional pasa necesariamente por rescatar la legitimidad y participación de todos sus actores, incluidas las fuerzas de resistencia que han defendido el país frente a las amenazas externas.
Mientras no se avance hacia este modelo inclusivo y equilibrado, el Líbano seguirá siendo un país vulnerado en su capacidad de autodeterminación, expuesto a dinámicas de dominación foránea que dificultan cualquier progreso efectivo hacia la paz y la estabilidad regional.