El desmentido, en apariencia taxativo, encaja con la estrategia habitual de la diplomacia siria: guardar silencio cuando se trata de asuntos sensibles que podrían contener parte de verdad. La Cancillería —bajo la batuta del ministro Shebani— es, además, un engranaje esencial en la toma de decisiones de política exterior.
No obstante, proliferan los indicios de una coordinación tácita con Estados Unidos en el ámbito militar, lo que sugiere que la negativa siria puede ser cierta solo en el plano literal: quizás no exista una “base” en sentido estricto, pero sí una modalidad distinta de presencia estadounidense, adaptada a las nuevas necesidades estratégicas.
Un redespliegue cuidadosamente calibrado
Los movimientos de Washington en Siria parecen responder a un reposicionamiento interno, más que a un refuerzo cuantitativo de tropas. Estados Unidos ya mantiene efectivos en el este del país y en la base de Al-Tanf. Lo que busca ahora es reorganizar este dispositivo a la luz de varios acontecimientos: la reintegración de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) en la estructura del ejército nacional y el inminente acuerdo de seguridad entre Siria e Israel, cuya firma se prevé en el corto plazo.
El enviado estadounidense Thomas Brack deslizó la semana pasada, coincidiendo con la visita del presidente sirio, Ahmad Al-Golani, a Washington para formalizar la adhesión de Siria a la llamada coalición contra Daesh, que Damasco se ha convertido en un “socio esencial” para Estados Unidos. El propio mandatario sirio corroboró esa idea al definir a Siria como “aliado geopolítico” de Washington, expresión que revela una cooperación en materia de seguridad mucho más amplia de la que se admite públicamente.
En paralelo, se han registrado movimientos inusuales en la badiya (desierto sirio). El comandante del Mando Central estadounidense (CENTCOM), el almirante Brad Cooper, visitó Damasco en septiembre y octubre, una señal inequívoca de que ambas partes discuten el reposicionamiento militar. Delegaciones de la coalición internacional inspeccionaron instalaciones estratégicas como los aeropuertos de Al-Dumeir y Al-Seen, mientras nuevos blindados y aeronaves estadounidenses aterrizaban en Al-Tanf.
Todo apunta a que el cinturón rural de Damasco —desde el desierto hasta la frontera libanesa y el sur sirio— se ha convertido en el eje prioritario del nuevo dispositivo estadounidense, con operaciones de asalto recientes destinadas a neutralizar células extremistas.
Una arquitectura militar en transición
Los analistas apuntan a que la presencia norteamericana podría mutar hacia una sala de operaciones conjunta, orientada a la gestión de la seguridad y la lucha antiterrorista, como parte de una reconfiguración más amplia del despliegue estadounidense en Siria.
Las motivaciones estratégicas de Washington
Tres grandes vectores explican este rediseño:
1. Reinvención del papel estadounidense
La lucha contra Daesh ha dejado de ser una justificación suficiente. El grupo está debilitado, y las fuerzas locales han ganado capacidad. Washington intenta transformar su presencia militar en un proyecto geopolítico de mayor calado, que combine seguridad, política y economía para modelar las dinámicas del Levante en un momento de profundas mutaciones regionales.
2. Control de las dinámicas del Levante
- Contener lo que llama influencia de Irán, bloquear rutas vulnerables, dificultar el avance de China e incomodar a Rusia.
- Garantizar alertas tempranas ante episodios como la Operación Tormenta Al-Aqsa, en el marco de un diseño estadounidense para una futura arquitectura de paz que Donald Trump aspira a liderar.
Simultáneamente, la Administración busca fijar las reglas del nuevo orden regional, desde las normas de enfrentamiento hasta los ritmos de la desescalada, con el propósito último de convertir Asia Occidental en lo que denomina “polo económico articulado”, donde las empresas estadounidenses participen en corredores comerciales, gasoductos y reconstrucción.
Siria, situada en una encrucijada estratégica que conecta el Mediterráneo con Irak, Turquía, Jordania y los territorios ocupados por el régimen de Israel, deja así de ocupar la categoría de “territorio marginal” dentro de la visión estratégica de Washington.
Una convergencia de intereses inédita
El renovado interés estadounidense coincide con la voluntad de varios actores regionales de garantizar la unidad territorial siria y frenar los impulsos fragmentarios de Israel. Para muchos gobiernos vecinos, la implicación de Washington es la única vía viable para impedir escenarios de disgregación, aunque en la práctica el régimen de Tel Aviv está violando todas las normas internacionales lanzando ataques contra el país levantino.
El nuevo liderazgo de Damasco, por su parte, calcula que la cooperación con Estados Unidos podría fortalecer su aparato de seguridad y proporcionarle recursos para reconstruir instituciones clave.
Lo que viene
La presencia estadounidense podría adoptar formas más discretas que las bases tradicionales. Algunos escenarios contemplan la integración de expertos militares estadounidenses en estructuras del ejército sirio, bajo el pretexto de entrenamiento y asistencia en la integración de fuerzas externas como las FDS o las milicias de Sweida.
Sea como fuere, todo indica que la fase que se abre estará marcada por un refuerzo significativo de las medidas estadounidenses para reestructurar su presencia en Siria, alineándola con una arquitectura estratégica que Washington aspira a consolidar en toda la región.
Por Mohsen Khalif
