Por Xavier Villar
No se trata de un gesto propagandístico ni de un pronunciamiento de corto alcance, sino de la articulación cuidadosa de una racionalidad estatal que ha asumido la permanencia del conflicto como condición constante del orden global. La narrativa que despliega Araqchi revela a un actor que interpreta las crisis y las presiones externas como instrumentos estratégicos transformándolos en herramientas para consolidar su posición y proyectar estabilidad en un entorno percibido como fragmentado y en recomposición.
El lenguaje empleado, preciso, despojado y deliberadamente anclado en la experiencia institucional del Estado, refleja un cálculo sofisticado. La presión externa no es un fenómeno a lamentar, sino un recurso que se convierte en gramática política propia. Este desplazamiento de la lógica reactiva hacia una posición consolidada y no negociable permite a Irán proyectar autoridad basada en la resiliencia y la constancia, en lugar de la mera resistencia. En un entorno caracterizado por la disolución de hegemonías tradicionales, este discurso no se limita a intervenir en debates diplomáticos: redefine los límites de lo negociable y reconfigura la naturaleza del vínculo con Occidente desde la perspectiva de un Estado que transforma la confrontación en fortaleza estratégica. Más que un inventario de discrepancias, ofrece un mapa de las fuerzas emergentes que están moldeando un orden posliberal en construcción.
I. La Arquitectura de la Desconfianza
La respuesta de Araqchi sobre un posible acuerdo con la administración Trump debe leerse menos como un anticipo de negociación y más como la explicitación del principio estructurante de la política exterior iraní: la desconfianza sistemática. Esta no es un estado emocional ni una postura circunstancial, sino la consecuencia lógica de un sistema internacional incapaz de sostener compromisos verificables y duraderos. La desconfianza emerge como fundamento de toda acción estratégica, como matriz que condiciona la interacción de Irán con cualquier actor externo.
Araqchi no descarta la diplomacia, pero la circunscribe a un diagnóstico jurídico-político, en el que la unilateralidad estadounidense se presenta como un fallo sistémico y no como un agravio aislado. El relato del JCPOA no se articula como queja o reivindicación emocional; es un análisis frío que evidencia que las garantías internacionales, en las condiciones actuales, no protegen ni la seguridad ni la soberanía de Irán. Cualquier diálogo requiere antes una revisión integral de los supuestos que legitiman el acuerdo; dialogar no es ceder lo esencial, sino exigir respeto mutuo y estabilidad institucional. La postura iraní se define como adaptación racional a la volatilidad sistémica y no como obstinación.
La retirada estadounidense, descrita por Araqchi como sin ninguna razón y sin justificación, trasciende el episodio puntual y evidencia que incluso compromisos respaldados por resoluciones vinculantes del Consejo de Seguridad son vulnerables a la contingencia política interna de Washington. Esto erosiona la noción misma de seguridad jurídica internacional y transforma la desconfianza táctica en constitutiva. La percepción de amenaza deja de ser circunstancial para volverse estructural. Cuando Araqchi afirma que los israelíes atacaron la mesa de negociación, traslada la violencia del ámbito militar al diplomático, articulando un giro conceptual: la guerra deja de ser interrupción de la diplomacia y se convierte en su forma oculta.
La propuesta de “cero armas, pero no cero enriquecimiento” no se lee como una concesión; es un punto de partida claramente definido desde la posesión de capacidades, no desde la renuncia. Cualquier discusión futura estará orientada a modular transparencia y límites operativos, nunca a eliminar capacidades existentes. La negociación, así concebida, reconoce y reorganiza el poder en lugar de desactivarlo. Este enfoque refleja una comprensión profunda de la interacción estratégica en un sistema internacional que mezcla competencia, coerción y negociación, y plantea que el poder no solo se ejerce mediante fuerzas materiales, sino mediante el control de los marcos en que se definen los términos de la interacción.
II. La Soberanía Tecnológica como Hecho Consumado y Símbolo Nacional
La defensa del programa de enriquecimiento de uranio trasciende la seguridad nacional convencional. Araqchi lo inscribe en una narrativa donde la tecnología es expresión tangible de soberanía y eje de un proyecto estatal cuya continuidad no depende de validaciones externas. Al describirlo como un logro muy valioso de los propios científicos iraníes, construido bajo sanciones severas y marcado por la sangre de sus científicos, convierte la infraestructura técnica en artefacto político y simbólico: encarna tanto la capacidad material del Estado como la resiliencia de un cuerpo político que ha resistido presiones prolongadas. Este proceso de internalización del logro tecnológico lo transforma en un capital político y simbólico que legitima la autoridad del Estado frente a la sociedad y frente al exterior.
Desde esta perspectiva, la demanda internacional de cero enriquecimiento se percibe menos como medida normativa de no proliferación y más como intento de desactivar un núcleo constitutivo de soberanía iraní. Ceder implicaría reconocer que la coerción —sanciones económicas, operaciones encubiertas y asesinatos selectivos— logró doblegar la voluntad de autosuficiencia del proyecto nacional. Cualquier diálogo futuro debe partir del reconocimiento de este hecho consumado: Irán negocia desde la posición de un actor cuya autonomía tecnológica es patrimonio irreversible. En el siglo XXI, la autonomía tecnológica define la soberanía efectiva de un Estado y su capacidad de actuar en un sistema internacional fragmentado. Esta perspectiva resalta cómo el desarrollo científico no solo cumple funciones militares o económicas, sino que se convierte en un medio de afirmación existencial frente a la presión internacional.
III. La Doctrina de la Disuasión Asimétrica y el Aprendizaje Continuo
Las referencias a la preparación militar tras el último conflicto con Israel reflejan un enfoque metódico y técnico de la disuasión. La afirmación de estar incluso más preparados que en la guerra anterior no es retórica; sintetiza un ejercicio de revisión minuciosa de fortalezas y vulnerabilidades propias y ajenas. Esto evidencia un aparato de seguridad que interpreta el conflicto como un proceso sujeto a refinamiento doctrinal, ajuste de capacidades y consolidación organizativa. La profesionalización de la disuasión implica que cada acción del adversario es analizada para perfeccionar la estrategia, la disposición de las fuerzas y la respuesta tecnológica, construyendo así un aprendizaje institucional continuo.
El énfasis en el arsenal misilístico revela la columna vertebral de esta doctrina: asegurar una capacidad de respuesta masiva, precisa y creíble, capaz de saturar defensas avanzadas y generar un costo prohibitivo para cualquier agresor. La referencia, aunque breve, a la vulnerabilidad de la población civil introduce un matiz clave: la identificación de una debilidad no como fracaso, sino como área de mejora, en proceso de corrección sistemática. La preparación exhaustiva eleva el umbral de riesgo hasta volver impensable cualquier acción adversaria, consolidando un equilibrio regional basado en mecanismos asimétricos y configurando un modelo de disuasión que combina lo militar, lo estratégico y lo psicológico.
IV. El Giro Estratégico: La Alianza con el Este como Corolario de la Presión Occidental
Las menciones a Rusia y China articulan un realineamiento geopolítico estructural. La afirmación de que fueron los países occidentales quienes hicieron entender a Irán que China y Rusia son mejores aliados no es un gesto retórico; refleja la constatación de un cambio en la topografía de las alianzas globales. El giro al Este deja de ser maniobra táctica para consolidarse como política de Estado, respuesta lógica a la presión máxima occidental que cerró alternativas en el ámbito occidental. Este realineamiento no se reduce a la cooperación militar o económica, sino que constituye un replanteamiento integral de la arquitectura de seguridad y de la posición estratégica de Irán en un mundo multipolar.
La referencia a la asociación estratégica con Rusia y la cooperación militar, matizada por el apoyo formal a la integridad territorial de Ucrania, evidencia pragmatismo sofisticado: reconocimiento de una alianza de facto vital para la supervivencia del régimen sin adhesión absoluta a todas las políticas del socio. La intensificación de la cooperación posterior al conflicto, incluida la defensa aérea, confirma un principio clave: cada acción de presión occidental consolida la integración en bloques alternativos de poder, anclando a Irán en un eje euroasiático emergente que ofrece seguridad y rutas para eludir el estrangulamiento económico. Esta estrategia demuestra cómo la contingencia externa puede ser convertida en oportunidad para reforzar vínculos estratégicos y autonomía geopolítica.
V. La Batalla por la Narrativa: La Redefinición de la Amenaza Regional
Araqchi desplaza sistemáticamente el foco de la amenaza regional desde Irán hacia Israel. Al enumerar ataques israelíes contra siete países y las decenas de miles de víctimas en Gaza, construye una narrativa en la que Israel deja de ser garante de estabilidad y se convierte en fuente primaria de violencia y violación de soberanía. Esta redefinición de la amenaza no solo busca la legitimación internacional, sino que reconfigura las prioridades estratégicas de los Estados árabes, creando espacios para alianzas tácticas con actores que previamente percibían a Irán como adversario.
El relato capitaliza el descontento en las capitales árabes y busca reposicionar a Irán de outsider revolucionario a actor estabilizador y socio natural de Estados regionales con interés común en contener la agresividad israelí. Los acercamientos con Arabia Saudita, Egipto y Jordania forman parte de esta estrategia: aislamiento diplomático de Israel mediante una coalición flexible de Estados que, pese a diferencias bilaterales con Teherán, comparten desconfianza hacia los objetivos hegemónicos israelíes. Al declarar que Israel no pertenece a la región, Araqchi cuestiona su legitimidad y redefine el conflicto como enfrentamiento existencial de la región frente a un actor externo.
Conclusión: Los Fundamentos de un Nuevo Equilibrio de Poder
Araqchi traza los contornos de un nuevo equilibrio de poder: Irán ya no se mueve desde la resistencia ideológica, sino desde una plataforma de principios consolidados y cálculos estratégicos precisos. La desconfianza estructural hacia los compromisos occidentales, la defensa de la soberanía tecnológica, la disuasión asimétrica y la integración en bloques alternativos constituyen los pilares de esta política.
No se trata de resistencia improvisada, sino de consolidación deliberada. Irán ha interiorizado la confrontación como condición estructural de su existencia y ha desarrollado un conjunto de herramientas institucionales, militares, diplomáticas y narrativas para gestionarla de manera sostenida. Su estrategia no persigue victorias rápidas o decisivas, sino garantizar una posición de fuerza estable en un orden multipolar en transformación, donde los actores revisionistas emergen como protagonistas en la redefinición de las normas que regulan las relaciones internacionales.
La entrevista de Araqchi se convierte así en la cartografía más precisa de la transición histórica en curso: un mapa que Washington y sus aliados deberían estudiar con atención, pues dibuja con claridad el terreno sobre el cual se librarán las batallas geopolíticas determinantes de las próximas décadas. Este análisis revela que el poder no se mide únicamente en términos de capacidades militares o recursos económicos, sino en la habilidad para estructurar la narrativa, consolidar alianzas estratégicas y traducir la confrontación en fuerza institucional y política.
