Publicada: domingo, 16 de noviembre de 2025 18:06

Escondido entre las agrestes colinas de la provincia de Jorasán del Sur, cerca de la frontera de Irán con Afganistán, el pueblo de Majunik, con 1500 años de antigüedad, parece ajeno al paso del tiempo.

Por Humaira Ahad

A unos 143 kilómetros de la capital provincial, Biryand, es reconocido como uno de los siete pueblos más asombrosos del mundo, ganándose el apodo de “la tierra de los liliputienses”.

Hasta hace aproximadamente un siglo, muchos de sus habitantes apenas superaban el metro de altura y vivían en viviendas adaptadas a su pequeña estatura.

El singular pasado del pueblo y sus casas de adobe, agrupadas estrechamente, han cautivado la imaginación tanto de visitantes como de investigadores.

La historia de Majunik parece un cruce entre el mito y la antropología. Mientras que Jonathan Swift imaginó en Los viajes de Gulliver una tierra habitada por diminutas personas llamadas liliputienses, los habitantes de baja estatura de Majunik fueron reales.

El diseño arquitectónico del pueblo —sus viviendas de adobe con techos bajos, puertas estrechas y suelos semisubterráneos— refleja las realidades físicas y ambientales de la vida en uno de los rincones más remotos de Irán.

Un pueblo perdido en el tiempo

Las interpretaciones locales sobre el nombre “Majunik” están cargadas de misterio. Algunos lo relacionan con el clima fresco de la región, mientras que otros sostienen que hace referencia a una grieta en las montañas cercanas.

Otra teoría lo vincula a dos antiguas palabras del persa pahlaví, Mah (luna) y Junik (tierra o lugar), lo que se traduciría como “la tierra de la luna”.

El pueblo, asentado entre colinas abrasadas por el sol y rodeado de un terreno rocoso, aparece como un conjunto de casas de ladrillo de barro apiñadas a lo largo de las laderas.

Las viviendas de Majunik fueron construidas semienterradas para conservar el calor en invierno y la frescura en verano.

Las puertas de entrada, de apenas un metro de altura, obligan a los visitantes a inclinarse para acceder. En el interior, los suelos se encuentran uno o dos escalones por debajo del nivel de la tierra, y las habitaciones tienen formas irregulares que se adaptan a los contornos de la ladera.

Los hallazgos arqueológicos sugieren que Majunik se remonta a varios siglos, aunque algunos ancianos locales afirman que sus orígenes se extienden hasta la época safávida.

Algunos relatos históricos indican que los reyes safávidas desempeñaron un papel en el desarrollo de la región como parte de sus políticas de defensa de la frontera oriental y de migración.

Sin embargo, los antiguos petroglifos hallados en las proximidades apuntan a asentamientos humanos aún más antiguos en la zona.

Origen de la estatura reducida

El origen de los habitantes de Majunik está ligado a la migración. Las historias orales hablan de una familia afgana que, hace unos 400 años, huyó de las dificultades y se estableció en este tramo aislado del territorio iraní.

Con el tiempo, construyeron una comunidad muy cohesionada que permaneció prácticamente aislada del mundo exterior.

La mayoría de los matrimonios se realizaban dentro del mismo círculo reducido de familias, y este patrón de parentesco cercano persistió durante siglos.

El duro y árido paisaje hacía casi imposible la ganadería, y la agricultura se limitaba a cultivos resistentes como nabos, cebada, granos y un fruto similar a la azufaifa conocido como jujube.

Los habitantes eran principalmente vegetarianos, y su dieta giraba en torno a platos locales sencillos como kashk-beneh —a base de suero de leche y un pistacho silvestre que crece en la montaña— y pokhteek, una mezcla de suero seco y nabo.

Los científicos y antropólogos que han estudiado a la comunidad han propuesto varias teorías para explicar la estatura inusualmente baja de sus residentes.

Algunos atribuyen esta característica a factores hereditarios, agravados por generaciones de matrimonios dentro del mismo grupo. Otros señalan causas ambientales, como la mala nutrición y el agua con deficiencia de minerales, incluyendo rastros de mercurio que en su momento se encontraron en pozos locales.

Sostienen que una combinación de aislamiento genético y privación nutricional pudo haber mantenido la estatura promedio de los aldeanos aproximadamente medio metro por debajo de la de otras poblaciones de Irán y de los países vecinos.

Hacia mediados del siglo XX, tras la construcción de carreteras, un mejor acceso a la atención médica y a una alimentación más adecuada comenzó a cambiar ese panorama.

Aunque la mayoría de los habitantes de Majunik tienen ahora una estatura promedio, aún quedan vestigios de la baja talla de sus antepasados.

Arquitectura y costumbres de Majunik

Entre las aproximadamente 200 viviendas de piedra y barro del pueblo, entre 70 y 80 son inusualmente bajas, con techos que oscilan entre 1,5 y 2 metros, y algunas que apenas alcanzan 1,4 metros, reflejando la escala de vida de generaciones anteriores.

Las casas suelen mimetizarse con el color de las colinas circundantes y están diseñadas para soportar los duros inviernos y los abrasadores veranos.

Los tonos terrosos de las estructuras servían antaño como camuflaje frente a invasores o grupos nómadas que cruzaban la frontera afgana.

Muchas de las 200 viviendas del pueblo aún conservan su forma tradicional, aunque en los últimos años han ido apareciendo nuevas construcciones de ladrillo.

A pesar de la modernización, la arquitectura original continúa atrayendo a turistas que buscan la atmósfera histórica del lugar.

Al recorrer los estrechos callejones de Majunik, todavía se pueden ver las viviendas compactas, semienterradas en las laderas y conectadas por diminutas puertas que evocan la memoria de una época pasada.

Incluso las prácticas culturales de los aldeanos han despertado desde hace tiempo la curiosidad de los visitantes. Durante generaciones, los habitantes de Majunik siguieron un estricto código moral que desalentaba hábitos como fumar, cazar o consumir carne.

Muchos ancianos consideraban estas actividades como pecaminosas o un despilfarro. Incluso beber té fue en su momento un tabú, en parte por creencias y en parte por las limitadas conexiones comerciales que hacían inaccesibles esos productos.

Los televisores también fueron rechazados durante décadas, descritos por las generaciones mayores como “una puerta de entrada para Satanás” en el hogar.

Estas costumbres están cambiando con el tiempo, pero aún reflejan el profundo conservadurismo de la comunidad y su visión autocontenida del mundo.

En el Irán moderno, Majunik se sitúa entre la leyenda y la realidad. Para los turistas que recorren sus polvorosos callejones, el pueblo ofrece una reflexión sobre cómo las comunidades sobreviven, evolucionan y reinterpretan la historia de las civilizaciones.