Por Ivan Kesic
Fue una estratégica fortaleza militar, diseñada con una red de túneles subterráneos que lo conectaban con otras ciudadelas clave para resguardar a la población durante invasiones enemigas.
Su sofisticada arquitectura defensiva incluye torres cilíndricas con aspilleras para arqueros y muros que sobresalen de manera singular.
Ubicado en la cima del cerro Mahur, el histórico Castillo de Biryand, también conocido como Ciudadela de Biryand (Arg Biryand) o Fortaleza de Biryand, es mucho más que un conjunto de antiguos muros y torres.
Es el silencioso y pétreo corazón desde el cual la ciudad de Biryand, en la provincia oriental de Jorasán del Sur, comenzó a latir.
Como el monumento histórico más grande y antiguo de la ciudad, cargado de historia, es un testimonio vivo de la resiliencia de su gente, una obra maestra de la arquitectura defensiva y un símbolo perdurable de una región moldeada por las mareas del imperio y el comercio.
Conocido bajo diversos nombres a lo largo de su larga historia —incluyendo Castillo Tah Deh y Castillo Payin Shahr (Castillo al pie de la ciudad)— esta imponente estructura ha vigilado las llanuras circundantes durante siglos.
Su posición estratégica en el punto más alto del sector occidental del cerro ofrece una vista completa tanto de los barrios antiguos como de los modernos de Biryand, un mirador dominante que fue clave para su función principal: la defensa.
Fortaleza arquitectónica de guerra
El Castillo de Biryand es una fortaleza militar en la montaña. Lejos de las ideas románticas sobre palacios reales, no se trataba de una residencia permanente para la nobleza, sino de un cuartel funcional para guardias y soldados.
Sus habitantes eran centinelas encargados de transmitir noticias, garantizar la seguridad y proteger a la población que se encontraba abajo. La propia concepción del castillo refleja este propósito marcial.
El plano general es un cuadrilátero regular, que se extiende sobre un área de más de 3000 metros cuadrados. Está reforzado con cuatro robustas torres en sus esquinas y dos torres adicionales en los lados este y oeste.
Construido con los materiales característicos de la región —ladrillo, barro y adobe—, el castillo es un estudio de fuerza pragmática.
Las torres cilíndricas, perforadas con aspilleras estratégicas, proporcionaban a los soldados posiciones protegidas para la vigilancia y la defensa contra atacantes extranjeros.
Los propios muros fueron diseñados con salientes ingeniosos, permitiendo a los guardianes supervisar la totalidad de las almenas y evitando que los enemigos las escalaran sin ser vistos.

Durante su apogeo, el castillo contaba con siete torres, de las cuales seis se mantienen en pie hoy en día, custodiando dos entradas principales en los lados norte y oeste.
El interior del castillo estaba diseñado para la supervivencia. Dentro de sus muros se mantenían reservas constantes de agua y alimentos. Esto no era para el uso cotidiano de los guardias, sino un plan de contingencia crucial en tiempos de crisis.
Cuando hordas enemigas, particularmente turcomanas y uzbekas, amenazaban la región desde la era safávida hasta la qajar, el castillo se transformaba en un santuario urbano.
Los habitantes de la ciudad, comerciantes, artesanos, comandantes y sus familias se refugiaban en la fortaleza, llevando consigo sus bienes transportables.
Su escape se facilitaba gracias a una red de túneles subterráneos que conectaban el castillo con otros centros cívicos vitales, incluyendo la Ciudadela de Baharestán, la Ciudadela Kolah Farangui y Qasbeh Qanat.
De las eras Safávida a Qajar
La construcción del Castillo de Biryand se atribuye ampliamente a la era safávida, formando el núcleo original de la ciudad de Biryand. Algunos historiadores incluso sugieren un origen más temprano, pero su importancia es indiscutible a partir del siglo XVI.
Este período marcó el inicio del ascenso de Biryand, pasando de ser un pequeño poblado a convertirse en capital regional. Su desarrollo estuvo impulsado por su ubicación estratégica en rutas comerciales principales, incluyendo el camino vital que conectaba Isfahán con Afganistán (Kandahar) y la India.
Hacia el final de la era safávida, la importancia de Biryand fue reconocida formalmente cuando se convirtió en la sede de la gobernación de Qaenat, bajo el dominio de la poderosa familia Alam.
Este protagonismo continuó durante los turbulentos tiempos de las incursiones afganas y las campañas de Nader Shah, quien designó oficialmente a Amir Ismail Khan Khuzaymah como gobernador en 1731.
A partir de entonces, Biryand creció tanto en tamaño como en población, consolidando su estatus como una verdadera ciudad. A comienzos del siglo XIX, se le conocía grandiosamente como “Dar al-Mulk Qahestan” (la Sede del Reino de Qahestan), una ciudad bulliciosa con miles de hogares.

El castillo vivió su última gran fase de reconstrucción y uso durante el período Qajar. Se erigió como el guardián de una ciudad que, aunque a veces limitada por la escasez de agua, continuaba creciendo comercialmente.
El inicio del siglo XX trajo un nuevo auge con la conexión del ferrocarril Karachi-Zahedan, construido por los británicos, que convirtió a Biryand en un centro clave de distribución de productos indios y europeos y en un eje para las exportaciones regionales.
A lo largo de estos siglos de crecimiento y cambio, desde la era safávida hasta la Qajar, el castillo se mantuvo como protector constante, y sus muros fueron testigos de la evolución de la ciudad, de ser un poblado fortificado a convertirse en un próspero cruce comercial.
Legado vivo y puerta a la historia
Hoy, el Castillo de Biryand ha sido cuidadosamente restaurado, primero por la municipalidad de la ciudad en 1999 y posteriormente a través de esfuerzos continuos de conservación, y se mantiene en excelente estado como Sitio Nacional del Patrimonio registrado.
Su patio central, ahora embellecido con suelos de arena y plantas decorativas, ofrece un espacio tranquilo para la reflexión. Una amplia plataforma central con tres escalones contribuye a la armonía estética del interior.
El castillo ya no es un puesto militar, sino un vibrante centro cultural, que acoge con frecuencia eventos como exposiciones de artesanía que muestran las tradiciones vivas de la región, desde productos de cuero hechos a mano hasta telas finamente tejidas.
El ascenso a sus almenas recompensa con impresionantes vistas panorámicas de Biryand, una perspectiva que revela de inmediato su histórico valor estratégico.
Aunque el Castillo de Biryand es la joya de la herencia de la ciudad, forma parte de un paisaje más amplio de fortificaciones históricas.
La provincia de Jorasán del Sur alberga otros edificios fortificados notables, entre ellos la posiblemente más magnífica Ciudadela de Furg, así como el Castillo de Nehbandan, el Castillo Shahdiz y la Ciudadela de Tabas, cada uno contando su propia parte del rico pasado de la región.
