En agosto de 2018, el mundo se despertó con una tragedia inimaginable en Yemen y vio ante sus ojos la vergonzosa realidad de la brutal agresión saudí cuando la coalición agresora bombardeó un autobús escolar y derramó la sangre de 40 niños inocentes e hirió a decenas en la región de Al-Dahyan, en la norteña provincia de Saada.
Unos días después de este ataque, la cadena estadounidense CNN confirmó que la bomba usada por Arabia Saudí en esta impactante masacre era de producción estadounidense y que había sido recientemente vendida a Riad.
La carnicería saudí no se limita a este caso. El pasado 15 de julio, aviones de combate de la coalición liderada por Arabia Saudí llevaron a cabo otro ataque, esta vez apuntando contra una boda en la provincia de Al-Yawf (norte), y acabaron con la vida de al menos 25 yemeníes, en su mayoría mujeres y niños.
Estos sucesos forman parte del genocidio que tiene lugar en Yemen, país en el que se vive una catástrofe humanitaria con casi 3 millones de niños y mujeres embarazadas o lactantes sumamente desnutridos.
Recientemente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) eliminó a Arabia Saudí de su lista negra de países asesinos de niños, pese a que miles de infantes han perdido la vida en los ataques aéreos liderados por el reino árabe desde que iniciara su agresión contra Yemen en 2015.
Las autoridades yemeníes denuncian que las Naciones Unidas tienen un enfoque unilateral respecto a Yemen y que ignoran la situación humanitaria en este país. De hecho, acusan al organismo internacional de cerrar los ojos ante los crímenes que cometen Arabia Saudí y sus aliados árabes contra los yemeníes.
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