Publicada: sábado, 20 de diciembre de 2025 15:15

Con el cambio de prioridades de EE.UU. y la inestabilidad de Europa, Ucrania enfrenta las consecuencias, sacrificando su ambición de unirse a la OTAN.

Por: Arwin Ghaemian *

La renuncia de Kiev a su búsqueda de la adhesión a la OTAN no es una decisión cuidadosamente meditada ni un triunfo diplomático. Es un amargo reconocimiento del callejón sin salida estratégico creado por una prolongada guerra de desgaste con Rusia.

Limitado por la realpolitik, el apoyo occidental en declive y un cambio en las prioridades de la política exterior de EE.UU. bajo la administración Trump, el gobierno ucraniano se ha visto obligado a abandonar uno de sus principios fundamentales, defendidos desde 2014.

Las negociaciones iniciadas por Washington en torno a un vago plan de paz de 28 puntos —que luego se simplificó en un marco operativo de aproximadamente 20 artículos— han puesto de manifiesto una dura realidad: Ucrania debe aceptar la paz porque ya no existen alternativas viables.

La base de este marco se asienta sobre una premisa: Europa, a pesar de sus reservas iniciales, ahora apoya la paz a cambio de los territorios orientales de habla rusa. Esto refleja una aceptación de facto de la anexión rusa de las regiones que su ejército ha ocupado durante el transcurso de la guerra.

Esta dolorosa y políticamente cargada concesión territorial es cada vez más vista en Bruselas como el mal menor en lo que parece ser una guerra interminable y devastadora con el oso ruso, la misma Rusia que derrotó a Napoleón y, décadas después, a Hitler.

El Kremlin siempre ha considerado la adhesión de Ucrania a la OTAN como una línea roja clara que Occidente no debe cruzar. El presidente Vladimir Putin ha exigido repetidamente la neutralidad oficial de Ucrania, la retirada de las fuerzas de la OTAN de su territorio y la retirada de las tropas ucranianas del Donbás.

En una línea similar, varios estados miembros de la OTAN, incluidos Hungría, se han opuesto durante mucho tiempo a la adhesión de Kiev. Gradualmente, más capitales europeas se alinean alrededor de un rechazo colectivo a la membresía de Ucrania, enmascarado bajo acuerdos de seguridad alternativos.

Sin embargo, estas garantías de seguridad, incluso si son legalmente vinculantes, no pueden reemplazar el Artículo 5 de la Carta de la OTAN, ni pueden remediar el vacío estratégico creado por la exclusión de Ucrania de la Alianza.

La guerra en Ucrania revela una profunda división ideológica: Estados Unidos y Europa ya no perciben las amenazas de la misma manera. Mientras que los europeos ven a Rusia como un peligro existencial inmediato, Washington, bajo la administración actual, está recalibrando sus prioridades estratégicas.

Las consecuencias son profundas. Respaldar un arreglo territorial en Ucrania fractura la unidad transatlántica, debilita la arquitectura de seguridad posterior a la Guerra Fría y pone en duda la credibilidad a largo plazo de la OTAN.

Mientras tanto, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE. UU. señala un cambio sísmico. Rusia ya no se define como el principal adversario; el objetivo ahora es el equilibrio estratégico. Washington busca redirigir su enfoque hacia el Hemisferio Occidental —un resurgimiento explícito del neo-monroísmo— mientras mantiene a China firmemente en su radar como la principal amenaza sistémica.

En este contexto, Europa queda relegada, con Ucrania convirtiéndose en su víctima más expuesta. Esto ayuda a explicar por qué Estados Unidos, aunque sigue comprometido diplomáticamente, se niega a desplegar fuerzas de combate y promueve garantías de seguridad sin que implique la membresía en la OTAN.

Varios gobiernos europeos, en particular el Reino Unido, Francia y Alemania bajo el canciller Friedrich Merz, interpretan esta postura como una retirada estadounidense velada o, más directamente, como una traición estadounidense.

Los líderes europeos reconocen que, sin el apoyo militar de EE.UU., Ucrania no puede resistir a Rusia. Sin embargo, carecen de los medios para compensar esta brecha. Las estimaciones sugieren que entre 500 000 millones y 1 billón de euros serían necesarios durante la próxima década para reemplazar el paraguas de seguridad estadounidense.

Al mismo tiempo, la Unión Europea enfrenta una crisis energética, una feroz competencia tecnológica de China y creciente presión arancelaria por parte de Estados Unidos. Los esfuerzos por forjar autonomía militar mediante acuerdos entre Alemania, Francia y el Reino Unido siguen siendo insuficientes.

Como resultado, la aceptación a regañadientes del plan de Ucrania de Trump ha surgido como la última y sombría opción.

 

Desde Berlín, donde Washington ha estado dirigiendo la iniciativa de “paz”, Europa opera desde una posición de debilidad. Los líderes europeos han acordado la creación de una fuerza multinacional bajo su propio mando para reforzar las garantías de seguridad a Kiev.

Sin embargo, estas garantías siguen siendo en gran parte teóricas y dependientes del apoyo estadounidense, incluida la mediación estadounidense sobre las fronteras territoriales que se cederán a Rusia a través de negociaciones.

La reunión subrayó que Estados Unidos tiene la intención de jugar un papel central en la supervisión de un alto el fuego y en la configuración de garantías de seguridad, mientras se niega a comprometer tropas, señalando efectivamente una retirada humillante ante una posible futura escalada militar rusa.

Este reordenamiento transatlántico conlleva consecuencias graves para Europa. Sus capitales deben ahora afrontar los riesgos de la falta de fiabilidad estadounidense, incluso cuando sus sociedades siguen siendo reacias e incapaces de apoyar el compromiso militar. Alemania, Francia y otros han anunciado planes para aumentar el gasto en defensa, pero estos pasos hacen poco para reducir la profunda dependencia de Europa del apoyo logístico, político y financiero de EE.UU.

A medida que Washington define los términos de un arreglo entre Rusia y Ucrania, mientras retiene el compromiso total con la defensa colectiva de la OTAN, Europa se enfrenta a una dura elección: buscar una auténtica autonomía estratégica o aceptar un orden de seguridad reducido, sujeto a los caprichos de Trump —o cualquier futuro presidente de EE.UU.

Volodímir Zelenski ha aceptado finalmente una realidad innegable: Ucrania está abandonando su ambición de unirse a la OTAN a cambio de garantías de seguridad modeladas de manera vaga en el Artículo 5, ofrecidas por Estados Unidos y Europa.

Esta concesión, considerada necesaria para prevenir una mayor invasión, marca una ruptura dramática con la visión geopolítica que ha guiado a Kiev desde 2014. Esta reversión, tras años de alineación política con las prioridades estadounidenses en lugar de con los intereses del pueblo ucraniano, ha tenido un costo humano catastrófico, con decenas de miles de civiles inocentes muertos.

Mientras Ucrania se tambalea, Europa enfrenta una guerra híbrida marcada por ciberataques, sabotaje de infraestructura e incursiones rusas en el espacio aéreo europeo. Los líderes europeos ahora debaten abiertamente operaciones en una zona gris.

La retórica alarmista se intensifica: el canciller Merz, en una analogía histórica cuestionable, ha comparado la estrategia de Putin con la de 1938. Incluso ha advertido sobre posibles confrontaciones con la OTAN en los próximos años.

Algunos estados europeos están reinstaurando el servicio militar obligatorio, aumentando los presupuestos de defensa y planeando gastos masivos. Sin embargo, la opinión pública sigue siendo reacia a apoyar una confrontación militar con Rusia al servicio de lo que muchos ven como los intereses de actores imprudentes en la Casa Blanca.

La exclusión de Ucrania de la OTAN no es accidental ni una maniobra calculada; es un grave fracaso estratégico nacido de un liderazgo que confundió la retórica moral con la realidad geopolítica. El “plan de paz” estadounidense no parece ser solo un ajuste, sino el golpe final a la cohesión occidental, acelerando un declive que comenzó hace décadas.

En un mundo donde Washington mira hacia Occidente y Pekín, Europa vacila y Ucrania paga el precio más alto. La historia registrará que la ilusión atlántica —perseguida hasta sus límites por Zelenski— fue destruida por las implacables realidades de la política de poder.

* Arwin Ghaemian tiene un doctorado en historia iraní de la Universidad de Teherán y ha vivido en países árabes durante casi dos décadas. Su especialización incluye la historia moderna de Irán y los problemas socioeconómicos y de seguridad de Asia Occidental.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV