Publicada: viernes, 6 de diciembre de 2024 10:44

El Parlamento iraní ha aprobado definitivamente la legislación conocida como "Apoyo a las Familias a través de la Promoción de la Cultura de la Castidad y el Hiyab", más comúnmente conocida como la Ley del Hiyab.

Según fuentes oficiales, la nueva normativa prohíbe explícitamente la "desnudez, el retiro del hiyab y la vestimenta inapropiada en espacios públicos, tanto físicos como virtuales".

Desde una perspectiva política, el debate sobre el velo ha sido tratado de manera superficial en muchos análisis. Estos tienden a reducir el hiyab a un símbolo cultural o "religioso", sin abordar su función como un marcador de significados mucho más profundos y complejos.

Desde el discurso secular, un enfoque excluyente que valida ciertas sensibilidades mientras marginaliza otras, el velo se presenta como un símbolo de falta o ausencia de agencia, un marcador utilizado para definir y posicionar a las mujeres que lo llevan como sujetos carentes de autonomía o poder de decisión. Sin embargo, esta percepción no refleja necesariamente la experiencia de quienes eligen usarlo, sino que responde a una lógica discursiva que privilegia valores como la visibilidad y la libertad individual, entendidos dentro de un marco occidental.

Además, como señala la politóloga Wendy Brown, si Occidente ubica la libertad en el núcleo de sus ideales, también debe, inevitablemente, definir su opuesto: la falta de libertad. Brown subraya que “las primeras concepciones de la libertad son siempre limitadas y, potencialmente, requieren la estructura de opresión que la libertad combate”. La interacción entre lo velado y lo desvelado configura una economía psíquica visual en la que la cuestión de la libertad se imagina como resuelta. En este contexto, lo velado se asocia con opresión, ausencia de agencia y falta de libertad, y la solución a estas ausencias se ve, desde esta perspectiva, en la occidentalización, entendida concretamente como desvelar.

En este sentido, se puede afirmar que, desde el discurso occidental, la mujer velada forma parte de lo que Anne McClintock denomina un "tiempo panóptico", que representa la modernidad y se contrapone al "tiempo anacrónico" del velo.

En la mayoría de los análisis sobre el velo realizados desde una perspectiva occidental, la presencia de la mujer velada se construye como un recordatorio constante de la existencia de un "Otro" que obstaculiza el deseo de asimilación a la modernidad y, por extensión, a la blanquitud.

Por un lado, el cuerpo que es, o puede ser, expuesto se presenta como un cuerpo moderno, libre, seguro, consciente y humano en su visibilidad y presencia. Este cuerpo se opone al cuerpo invisible, velado por inseguridades, vulnerabilidad y, lo más destacable, subhumano en su ausencia.

En el imaginario occidental, la libertad, entendida como práctica del cuerpo, se identifica con la performatividad del desvelamiento: el cuerpo siempre desvelado, que refleja la acumulación del deseo de transparencia característico del modernismo.

En este contexto, el velo evoca la noción de un cuerpo sufriente y herido, tal como lo describe Wendy Brown, en el que las mujeres que lo portan son vistas como víctimas de opresión. En la fantasía de la liberación a través del desvelamiento, se presupone que el velo simboliza sufrimiento y sumisión, y que, por ende, las mujeres que lo usan encarnan una identidad herida que necesita ser liberada. Esta liberación se proyecta como una acción que debe ser facilitada por los estados liberales, quienes se presentan como protectores de estas mujeres. Sin embargo, en la práctica, el acto de despojarles del velo puede resultar una forma de imponer una visión homogénea de libertad y autonomía, sin considerar las realidades de las mujeres afectadas.

Así, el velo no solo es percibido como un símbolo de opresión, sino que también se convierte en un espacio de intervención política, en el que el Estado, mediante la imposición de normas liberales, pretende "salvar" a las mujeres. Este enfoque no tiene en cuenta sus experiencias, elecciones o contextos particulares. De este modo, se corre el riesgo de despojar a las mujeres de su agencia, transformando su vestimenta en un problema que debe ser resuelto desde una perspectiva externa y normativa.

El velo, al erigir una barrera entre el cuerpo de la mujer oriental y la mirada occidental, parece situar su cuerpo fuera del alcance del deseo y la observación occidentales. Este velo opaco y envolvente crea una figura misteriosa y esquiva, que frustra el deseo occidental al hacerla invisible e inaccesible. La negativa de la figura velada a ser observada genera una desilusión en la mirada occidental, que, frustrada, somete a esta figura enigmática a una investigación constante.

La representación del Oriente y sus mujeres, "como el desvelamiento de un enigma, hace visible lo que está oculto", se convierte en un proceso en el que el velo desempeña un papel crucial. El velo es uno de esos tropos a través de los cuales se materializan las fantasías occidentales de penetración en los misterios del Oriente y acceso a la interioridad del otro. Esta fantasía de desvelamiento no solo busca deshacer el misterio que rodea a la mujer oriental, sino también establecer una relación de poder, en la que el sujeto occidental, al quitar el velo, accede a un conocimiento que antes le era inaccesible.

A través de este proceso, se construye una narrativa de dominación, en la que el otro, en este caso la mujer musulmana velada, se convierte en un objeto a ser desvelado, comprendido y controlado.

Sin entrar a valorar las especificidades de la ley del hiyab recientemente aprobada por el Parlamento iraní, lo fundamental es que, al abordar el velo, se evite la trampa de un discurso orientalista que reduce la agencia femenina a una única narrativa.

Por Xavier Villar