Por Alberto García Watson
Ya no hacen falta cámaras de gas, basta con cerrar los pasos fronterizos, bombardear panaderías y bloquear la entrada de harina. Es el genocidio del siglo XXI, lento, metódico y con cobertura internacional en directo.
Mientras los tanques vigilan desde lejos y los drones zumban sobre los tejados, los gazatíes se alimentan, cuando pueden, de hojas, pienso para animales o agua contaminada. Y todo bajo una lógica perfectamente estructurada, si no mueren por las bombas, que mueran de inanición. El hambre no es un daño colateral, es el arma. Y además, sale barata.
No lo dice un panfleto radical: lo denuncian informes recientes de la ONU, de Amnistía Internacional, de Human Rights Watch. El uso del hambre como método de guerra no es una sospecha, es un hecho documentado. Pero claro, la narrativa oficial es otra, “HAMAS usa a los civiles como escudos”. Una frase mágica que convierte a bebés hambrientos en objetivos legítimos y a hospitales arrasados en victorias tácticas.
Israel lleva meses aplicando un castigo colectivo contra más de dos millones de personas. Y no lo ocultan. Lo llaman “cerco total”. Sin comida, sin agua, sin medicinas. Pero tranquilos, es por su seguridad. Porque cuando matas a un niño de hambre, si lo haces por razones de Estado, ya no es un crimen. Es política exterior.
Mientras tanto, los gobiernos de medio mundo, esos campeones de los derechos humanos cuando conviene, aplauden, justifican o simplemente se callan. Porque, al parecer, si el que comete el crimen tiene amigos en Washington y contratos de armas con media Europa, entonces se le permite todo. Hasta hacer desaparecer pueblos enteros por inanición.
Y cuidado con protestar. Porque el que se atreva a denunciar lo evidente será etiquetado automáticamente como antisemita. Así se protege la impunidad, blindando un Estado con el trauma de un pueblo. Y así, en nombre del nunca más, se permite hacerlo otra vez. Pero a otros.
No estamos ante una operación militar. Estamos ante una política sistemática de exterminio por desgaste. Gaza es hoy un campo de pruebas de la guerra moderna, donde el enemigo no es un ejército, sino una población entera que debe ser reducida al silencio, al hambre y, si hace falta, a la nada.
Que nadie se confunda, esto no va de autodefensa. Va de supremacía, de impunidad y de una ocupación que ha normalizado lo insoportable. Lo que está ocurriendo en Gaza es una limpieza étnica en directo, con patrocinadores de lujo y el respaldo de una narrativa construida para justificar lo injustificable.
Y lo peor no es que ocurra. Lo peor es que todo el mundo lo está viendo. En las pantallas, en los informes, en las fotos de niños esqueléticos buscando comida entre los escombros. Y aún así, nada cambia. Porque la moral internacional se mide en intereses, no en cadáveres.
Así que sí, Israel está matando de hambre a Gaza. Con método, con intención y con la bendición cómplice de quienes dicen defender la libertad y los derechos humanos. Lo demás son excusas.