Uno de esos casos, durante la guerra es la de Sarah Al-Barsh, una niña de 10 años que lo perdió todo en un ataque aéreo: ambos brazos y a su padre. Su caso se ha convertido en un símbolo del sufrimiento de miles. Desde entonces, su madre ha sido testigo del lento y doloroso proceso de adaptación.
Hoy, Sara intenta reconstruir su vida. Usa sus pies para dibujar, comer y hacer tareas cotidianas. Pero la pérdida no es solo física. La soledad, la frustración y el aislamiento marcan cada día. Aun así, su espíritu resiste. Quiere volver a jugar, volver a sentirse niña.
El caso de Sarah no es aislado: miles de niños comparten heridas similares, visibles e invisibles. Lo que une estas historias es el abandono médico, el dolor silenciado y el clamor por una oportunidad
En Gaza, ser niño hoy en día significa sobrevivir sin brazos, sin piernas y muchas veces, sin voz. Como Sarah, miles de niños amputados, sueñan con recuperar algo de lo que la guerra les quitó, o al menos tener la oportunidad de conseguir una prótesis, una terapia o una vida digna. Pero bajo el asedio, incluso eso parece inalcanzable.
Huda Hegazi, Gaza
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