Publicada: miércoles, 12 de noviembre de 2025 6:35

La confesión de Trump sobre la guerra con Irán demuestra que Israel no es más que un puesto militar estadounidense en Asia Occidental.

Por: Roya Pourbagher *

En una confesión sorprendentemente franca, el presidente estadounidense, Donald Trump, declaró el 5 de noviembre que estuvo “plenamente a cargo” de la agresión militar israelí contra Irán del 13 de junio, la cual provocó el martirio de numerosos altos mandos militares y científicos nucleares, así como de civiles inocentes.

“Israel atacó primero. Ese ataque fue muy, muy poderoso. Yo estuve plenamente a cargo de ello”, afirmó el megalómano y belicista mandatario ante los medios en la Casa Blanca.

“Cuando Israel atacó primero a Irán, fue un gran día para Israel, porque ese ataque causó más daño que todos los demás juntos”, añadió con premura.

Israel había calificado previamente la agresión como “preventiva”, alegando —sin pruebas— que Irán planeaba un ataque contra la entidad sionista. Si fue así, ¿no destruye esta confesión la supuesta justificación, dado que la orden aparentemente provino de Washington?

¿Y no dejan también las declaraciones de Trump en evidencia, una vez más, que se trató de una agresión premeditada, orquestada por los halcones de la guerra en Tel Aviv y Washington?

Dejemos que estas cuestiones se diriman en el terreno jurídico internacional, como insinuó el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, Esmail Baqai, durante su rueda de prensa semanal del lunes, calificando las palabras de Trump como “la prueba más reciente y clara de la participación definitiva de Estados Unidos en la agresión militar”.

“Esta confesión explícita sobre la comisión de un crimen internacional implica la plena responsabilidad del gobierno estadounidense, y de inmediato registramos el caso como documento en el Consejo de Seguridad y ante las Naciones Unidas”, afirmó.

Los hechos son evidentes y cristalinos —nos miran fijamente, como el genocidio retransmitido en directo durante los últimos dos años—: Estados Unidos busca mantener su dominio en Asia Occidental, y cualquier entidad que ose desafiar sus políticas hegemónicas y desestabilizadoras se convierte en blanco de su agresión.

Esto explica la ofensiva contra Hezbolá y Yemen después de que comenzaran a apoyar la resistencia palestina frente al “puesto militar” de Estados Unidos.

No cabe duda: todos los crímenes cometidos por Israel en la región —desde el genocidio en Gaza hasta la devastadora guerra contra el Líbano, los ataques en Yemen y la agresión contra Irán— se llevaron a cabo por orden de Washington, pues la existencia misma de Israel fue un proyecto de las mismas potencias que hoy gobiernan Estados Unidos.

Pero, por supuesto, tratándose de la tierra de Hollywood, el complejo político-militar-industrial estadounidense logra evadir sus crímenes mediante mentiras descaradas, manipulaciones mediáticas selectivas y puro teatro.

La admisión de Trump demostró que los funcionarios estadounidenses, incluido el secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, mintieron tras los ataques israelíes del 13 de junio contra Irán, cuando afirmaron no haber participado.

“Esta noche, Israel actuó de manera unilateral contra Irán. No estamos involucrados en los ataques y nuestra máxima prioridad es proteger a las fuerzas estadounidenses en la región”, declaró Rubio en aquel momento.

Estados Unidos tiene una larga tradición de utilizar falsos pretextos para avivar las llamas de la guerra, y no es la primera vez que un secretario de Estado estadounidense recurre a la mentira para promover los intereses de Washington. Recordemos la infame presentación de Colin Powell ante la ONU en febrero de 2003, cuando afirmó que Irak poseía armas de destrucción masiva para justificar una invasión que luego se demostró totalmente fabricada.

No olvidemos que EE.UU. no solo facilitó el ataque inicial; posteriormente se unió directamente a la guerra al bombardear las instalaciones nucleares pacíficas de Fordo, Natanz e Isfahán con bombarderos furtivos B-2 y bombas antibúnker de 30 000 libras.

Trump celebró después la agresión no provocada e ilegal en un discurso televisado, asegurando que las instalaciones nucleares habían sido “completamente y totalmente destruidas”.

Sin embargo, Irán sostuvo que su programa nuclear no puede ser destruido, pues está cimentado en el conocimiento y la innovación autóctona. En respuesta a la agresión estadounidense, misiles iraníes alcanzaron con éxito la mayor base militar estadounidense en la región, Al-Udeid, en Catar.

El régimen israelí presume de ser la mayor potencia militar de Asia Occidental gracias a la cuantiosa ayuda militar de Estados Unidos, que ha proporcionado al menos 16 300 millones de dólares en asistencia directa desde el 7 de octubre de 2023.

Durante este período, EE.UU. ha suministrado 90 000 toneladas de armas y equipamiento mediante cientos de aviones de transporte y más de un centenar de barcos, incluyendo municiones para tanques y artillería, cohetes y bombas, utilizadas en las agresiones israelíes a lo largo de la región.

Asimismo, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), entre 2019 y 2023 el 69 % de las importaciones de armas del régimen procedieron de EE.UU. y el 30 % de Alemania, precisamente los dos países desde los cuales se produjeron las principales “confesiones”.

En términos simples: si Washington cortara el suministro de armas a Israel, todos los ataques israelíes cesarían de inmediato. Por tanto, Estados Unidos tiene plena capacidad de detener las guerras que dice no haber iniciado ni respaldar, pero las armas continúan fluyendo hacia los territorios palestinos ocupados, y el armamento estadounidense sigue cobrando vidas inocentes en toda la región, de Gaza al Líbano y más allá.

La guerra israelí contra la República Islámica de Irán no fue una excepción. El régimen utilizó las mismas armas y equipos suministrados por EE.UU., pero aun así fracasó en su objetivo de lograr el llamado “cambio de régimen” en Teherán. La República Islámica es hoy más fuerte que nunca, y el pueblo iraní está más decidido a enfrentarse a la ilegítima criatura de Occidente.

Las palabras de Trump son más que una simple admisión: constituyen, en realidad, una “confesión criminal”, como la calificó el enviado iraní ante la ONU, Amir Said Iravani, quien afirmó que tanto EE.UU. como Israel han violado la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional humanitario.

 

Iravani subrayó, en una carta dirigida al secretario general de la ONU y al presidente del Consejo de Seguridad, que Teherán tiene derecho a exigir rendición de cuentas por las vías legales internacionales, para garantizar que tanto EE.UU. como la entidad sionista sean responsabilizados plenamente y obligados a reparar las vidas perdidas, los daños ocasionados y las pérdidas infligidas al país.

Cabe señalar que la confesión de Trump sobre la guerra israelí contra Irán no fue la primera. El canciller alemán, Friedrich Merz, hizo una declaración similar en una entrevista con el canal ZDFheute el 18 de junio de 2025, describiendo el ataque ilegal de Israel contra Irán como “trabajo sucio para todos nosotros” y elogiando al ejército israelí y al régimen por sus acciones. En otras palabras, Merz insinuó que la guerra israelí contra Irán se llevó a cabo en nombre del mundo occidental.

Esa es la estrategia estadounidense para expandir su imperialismo: no implicarse directamente, sino utilizar a sus apoderados para ejecutar su “trabajo sucio” (por citar al canciller alemán), intervenir cuando le conviene, retirarse para recalcular su estrategia y luego reintervenir.

Este patrón se repite en casi todas las intervenciones y conspiraciones estadounidenses a lo largo de la historia, desde la guerra de los Contras en Nicaragua —donde Washington financió y dirigió a los rebeldes para derrocar al gobierno— hasta el caso más reciente de Yemen, donde EE.UU. brindó apoyo crucial a la coalición liderada por Arabia Saudí.

En cuanto a la teatralidad, Trump se promocionó agresivamente como el candidato pacificador durante las elecciones presidenciales. Durante meses, su equipo recorrió estado tras estado asegurando a los ciudadanos que, si él era elegido, “América sería primero” y no habría guerras con otros países. Incluso hizo campaña para obtener el Premio Nobel de la Paz, que finalmente se le negó y se concedió a otro belicista venezolano.

Desde su llegada al poder, EE.UU. ha lanzado cientos de ataques contra Yemen, matando a cientos de civiles; ha permitido la guerra israelí contra el Líbano que causó al menos 4000 muertos; ordenó la agresión israelí contra Irán, que dejó más de mil fallecidos; y sigue siendo cómplice del genocidio en Gaza, que continúa cobrándose vidas inocentes pese al frágil alto el fuego.

Bajo el mandato de Trump, Israel ha violado más de cinco mil veces los acuerdos de alto el fuego en el Líbano —causando más de 300 muertos—, además de cometer violaciones en Gaza que costaron la vida a más de 200 personas desde el 10 de octubre.

Ese será el legado que dejará: el de un hombre que inició guerras y empleó a sus apoderados regionales para mantener las llamas encendidas, porque la desestabilización es el combustible de la máquina de guerra estadounidense. Y eso es precisamente lo que el régimen israelí, el mayor puesto militar de Estados Unidos en la región, ha estado haciendo en su nombre.

* Roya Pourbagher es escritora radicada en Teherán.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.