Publicada: sábado, 16 de agosto de 2025 21:13

​​​​​​​El Arbaín, la peregrinación que cada año reúne a millones de personas en el camino hacia Karbala, ha trascendido cualquier lectura reducida a lo ritual para constituirse en el núcleo de una pedagogía política e histórico-discursiva central en el islam del siglo XXI.

Por Xavier Villar

Tradicionalmente, Arbaín marca el cuadragésimo día tras el martirio de Husein ibn Ali en Karbala, símbolo fundacional del islam chií y emblema universal de dignidad frente a la opresión. Ningún observador atento puede ignorar que el Arbaín se ha convertido en uno de los fenómenos sociopolíticos más potentes de la región, un acontecimiento que condensa—y actualiza—temas cardinales de resistencia, sacrificio y justicia, pilares medulares en la arquitectura ideológica y teológica de la República Islámica de Irán.

Este análisis busca desenterrar cómo la peregrinación de Arbaín funciona en distintos registros: como escenario de movilización masiva, como refrendo de la identidad islámica comunitaria y como operación política enfocada en la legitimidad interna y la proyección externa del Estado iraní. No se trata, por tanto, de contemplar el peregrinaje desde una distancia folklórica, sino de leerlo en el registro político-teológico cuyo epicentro es el discurso islámico, el proyecto de civilización y poder, y la economía del sacrificio simbólico que es central para la política iraní contemporánea.

Arbaín: la performatividad de la resistencia

El Arbaín condensa el relato fundacional del islam chií: la memoria del martirio de Husein en Karbala, el sufrimiento ante la injusticia y la dignidad que se mantiene incluso en la derrota física. Este núcleo histórico se traduce—en el discurso y la práctica política iraní—en una pedagogía de la resistencia: un acto colectivo donde millones asumen la experiencia del sacrificio no como algo sólo pasado, sino como principio activo del presente y del futuro.

La peregrinación del Arbaín pone en escena la idea de que la resistencia es posible y necesaria frente a realidades políticas adversas. Los peregrinos, al caminar cientos de kilómetros en condiciones muchas veces precarias, encarnan una ética de la acción, la solidaridad y la perseverancia, iluminando así la capacidad popular para superar límites materiales y políticos impuestos desde fuera. La resistencia no se plantea aquí como un acto de confrontación violenta, sino como fidelidad al principio de justicia, movilización autónoma y puesta en juego del propio cuerpo como testimonio político.

El mensaje del Arbaín desafía la pasividad: ante el poder despótico, ante la injusticia estructural y ante la hegemonía global de modelos excluyentes, lo que se reivindica es la posibilidad de articular prácticas emancipatorias a partir de un horizonte de sentido con raíces profundas. El sacrificio, entonces, es redentor no como acto aislado, sino en cuanto funda la comunidad política que sobrevive y resiste.

Justicia como fundamento político-social

En la lectura contemporánea que impulsa la República Islámica, el Arbaín es mucho más que la conmemoración de una injusticia original. Es la revivificación de la exigencia de justicia como principio ordenador de la política, la sociedad y el Estado islámico. La procesión se convierte en testimonio comunitario contra cualquier forma de opresión: la narrativa de Husein interpela a cada participante y lo vincula con la lucha actual contra la marginalización, el colonialismo y la instrumentalización de los pueblos.

El islam, como discurso y práctica política, se apropia del Arbaín para insistir en que la justicia no es abstracta, sino una demanda concreta que recorre desde la comunidad local hasta la geopolítica regional. Las autoridades iraníes no ocultan el propósito de transformar la memoria histórica en movilización presente: el mensaje que se transmite desde la República Islámica es que—frente a los actores hegemónicos, sean imperios extranjeros o élites internas corruptas—el pueblo organizado y fiel a su herencia islamista puede y debe desafiar el statu quo.

El Arbaín funciona como pedagogía política en la que la injusticia sufrida no desemboca en victimización, sino en la exigencia permanente de dignidad, igualdad y redistribución del poder. El Estado iraní se reconoce y se legitima como heredero de esa lucha, presentando su sistema político como vehículo de realización de la justicia islámica.

Sacrificio y comunidad: la legitimidad política en juego

Uno de los elementos más poderosos del Arbaín es la formación de una comunidad política extraordinaria en torno al sacrificio compartido. El acto de caminar, la hospitalidad desbordante en las rutas, la organización espontánea de servicios y la autorregulación del flujo peregrino constituyen una tecnología de cohesión social que fortalece el tejido islámico y nacional iraní.

En el plano interno, el Estado aprovecha esta infraestructura material y simbólica para ratificar la lealtad de los ciudadanos a un proyecto político-teológico donde la pertenencia se vive de forma activa y colectiva. La peregrinación intenta derribar fronteras domésticas y reproducir la identidad islámica nacional a través de la práctica vivida, no delegada. Este proceso refuerza la legitimidad interna del sistema político: cuando millones de iraníes participan en el Arbaín, lo que se celebra no es la obediencia ciega, sino la renovación del pacto comunitario frente al desafío del tiempo y de los poderes.

En el discurso oficial iraní, el sacrificio es fundamental: el Estado se presenta como continuador de la senda de Husein, dispuesto a asumir costos por su compromiso con la justicia y la resistencia. Así, el Arbaín no es solo símbolo religioso ni simple movilización popular: es el motor que mantiene viva la idea de que la legitimidad depende de la capacidad para encarnar valores político-teológicos y articular una comunidad dispuesta al sacrificio por sus principios.

Identidad islámica y proyección geopolítica

Irán no concibe el Arbaín únicamente como fenómeno interno; la peregrinación es también una herramienta de soft power, una matriz para la proyección y legitimación internacional del país. Cuando millones de iraníes viajan a Irak, se pone en marcha una geopolitización de la experiencia islámica que trasciende fronteras y desafía las lógicas de división sectaria promovidas por actores externos.

El Arbaín permite a Irán presentarse como centro de gravedad del islam movilizado: una nación capaz de articular multitudes, construir infraestructuras y orientar los discursos hacia la justicia regional. A través de la pedagogía islamista, el Estado iraní promueve la unidad supranacional, integrando comunidades en un horizonte político que desafía las narrativas imperialistas. El mensaje no es solo retórico: el Arbaín es la visualización práctica de un proyecto civilizatorio alternativo, la manifestación de que el islam puede constituir el fundamento de una política justa y soberana al margen de lógicas importadas o impuestas.

Así, la República Islámica utiliza la peregrinación como instrumento para contrarrestar presiones internacionales, consolidando su legitimidad regional mediante recursos simbólicos y materiales. El Arbaín se convierte en escena estratégica para el fortalecimiento del eje de resistencia y la puesta en marcha de una futura comunidad de naciones con vocación emancipada.

Cada año, el Arbaín reconfigura la pregunta por el significado de la justicia y la posibilidad de respuesta política, afirmando que la experiencia islámica no puede ser reducida a rito o doctrina, sino que vive en el proceso de transformación colectiva, en la circulación de ejemplos y en la hibridez de discursos.

La vitalidad del Arbaín reside en que permanece abierto a la crítica y a la renovación, confrontando aquello que obstaculiza una justicia concreta y efectiva; y frente a las visiones que pretenden reducir el islam a una cuestión ritual despolitizada, la peregrinación sostiene la centralidad política de la comunidad como agente de justicia.

Conclusión: El Arbaín como horizonte político del Islam iraní

El Arbaín, en la arquitectura político-teológica de Irán, es mucho más que el aniversario de una tragedia. Es una operación de resistencia, un acto colectivo de sacrificio y el espacio donde la justicia se redefine generación tras generación. La peregrinación refuerza la identidad islámica en sentido político y comunitario, y otorga legitimidad al Estado en la medida en que moviliza, integra y transforma.

En un mundo marcado por la fragmentación y el conflicto, el Arbaín emerge como recordatorio material de que la comunidad islámica—organizada en torno al sacrificio y la perseverancia—puede desafiar la injusticia y reclamar el protagonismo en la historia. Irán hace del Arbaín su principal argumento para encarnar valores de resistencia y justicia frente al poder global y, en el proceso, reimagina la política islámica como el espacio donde el sacrificio y la esperanza se funden para dar sentido a la acción colectiva.

Así, la peregrinación no es solo el viaje físico: es la actualización de un camino que une, interroga y proyecta la posibilidad de una comunidad justa, soberana y fiel a sus principios históricos; principios que el islam iraní ha convertido en arquitecturas de poder y en horizontes de emancipación para su pueblo y sus aliados.