Publicada: miércoles, 27 de marzo de 2024 22:38

Beit Daras era una aldea árabe palestina ubicada a 32 kilómetros al noreste de Gaza que fue despoblada tras una invasión llevada a cabo por el régimen israelí en 1948.

La destrucción del pueblo ocurrió durante los catastróficos acontecimientos que condujeron a la Nakba palestina del 15 de mayo de 1948, y la formación de facto del régimen de Israel.

A partir del 27 de marzo de 1948, Beit Daras fue objeto de ataques de las milicias sionistas. Con pocos medios, los residentes palestinos contraatacaron, repeliendo el primer ataque y el segundo.

El ataque final contra la pacífica aldea siguió una estrategia militar de tierra arrasada, dejando a su paso decenas de muertos y heridos, y toda la aldea en fuga.

Tal día como hoy, hace 76 años, mi aldea ancestral, Beit Daras, entonces bajo mandato británico, fue atacada por milicias judías, relata la joven Um Mohammed. La Nakba, o limpieza étnica sionista de Palestina, ya había comenzado. La Nakba tuvo como resultado la expulsión de al menos 750 000 palestinos de sus hogares.

Mientras observo cómo se desarrolla hoy el genocidio en Gaza, no puedo evitar reflexionar sobre el destino de mi pueblo y de mis antepasados. Al igual que mis abuelos fueron expulsados de su pueblo cuando eran niños, sus descendientes están experimentando el mismo trauma, ya que se enfrentan al desplazamiento, y la muerte a manos del mismo proyecto sionista genocida.

Gran parte de lo que sé sobre Beit Daras procede de mi padre, Ramzy Baroud, que dedicó muchos años a investigar y relatar la historia de nuestra familia y de Beit Daras.

Los terrenos de nuestro pueblo habían estado poblados durante siglos y habían sido testigos del auge y la caída de varios imperios y del dominio de diversos conquistadores: desde los romanos hasta los cruzados, pasando por los mamelucos y los otomanos. Su larga historia quedó impresa en esta pintoresca comunidad, que en 1948 tenía una población de 3190 palestinos indígenas.

Beit Daras fue el hogar de mis bisabuelos, Zainab y Mohammed, los padres de mi abuelo Mohammed. También era el hogar de Mariam y Mohammed, los padres de mi abuela Zarefah.

Zainab y Mohammed vivían de su granja, donde cultivaban frutas y cereales. Mohammed también era un hábil tejedor de cestas y viajaba a menudo a la ciudad portuaria palestina de Yaffa para vender sus cestas en los bulliciosos mercados antiguos. Mariam y Mohammed también eran agricultores y vivían de su tierra.

El 27 de marzo, la milicia sionista Haganá atacó el pueblo con fuego de mortero desde la vecina colonia sionista de Tabiyya, matando a nueve aldeanos y quemando cosechas. Las historias de horror de la Nakba ya habían llegado a Beit Daras y los residentes se movilizaron para proteger a su comunidad.

Recaudaron dinero para comprar rifles, y muchas mujeres vendieron su oro para apoyar los esfuerzos de resistencia. La pequeña fuerza de Beit Daras no era rival para la milicia judía, bien equipada y entrenada por los británicos, pero resistió durante casi dos meses. “Lucharon como leones”, le dijo a mi padre Um Adel, que era solo una niña durante la Nakba.

A mediados de mayo, la Haganá rodeó el pueblo y lo bombardeó indiscriminadamente. Fue la batalla final por Beit Daras. Um Mohammed, que sobrevivió al ataque, describió la escena a mi padre:

“El pueblo estaba siendo bombardeado y rodeado desde todas las direcciones. No había salida. La rodeaban toda, desde la dirección de Isdud, al-Sawafir y por todas partes. Los combatientes de esta aldea dijeron que iban a comprobar la carretera de Isdud, para ver si estaba abierta. Los hombres dijeron que había un paso abierto por el que podían escapar mujeres y niños. Pero ese pasadizo era una trampa”, explicó Um Mohammed.

Añadió que “dejaron salir a la gente y luego la azotaron con bombas y ametralladoras. Cayeron más personas de las que pudieron huir. Mi hermana y yo… empezamos a correr por los campos; nos caíamos y nos levantábamos. Mi hermana y yo escapamos juntas cogidas de la mano. Los que tomaron la carretera principal murieron o resultaron heridos. Los disparos caían sobre la gente como arena”, recuerda Um Mohammed.

David Ben-Gurion, jefe de Haganá en aquella época, escribió en su diario que las fuerzas sionistas habían masacrado al menos a 50 palestinos ese día.

Los aldeanos que no murieron fueron expulsados. En vísperas de su expulsión, Zainab y Mohammed recogieron algunos artículos de primera necesidad y prepararon el burro de su familia para el viaje. Dijeron lo que no sabían que sería el adiós definitivo a su preciosa casa que ellos mismos habían construido.

Mariam y Mohammed también se prepararon para marcharse. Mohammad había tomado las armas para defender el pueblo y Mariam se había negado a marcharse sin él. El dolor de no haber podido detener a las milicias sionistas pesaba mucho sobre Mohammed, que fue cayendo enfermo poco a poco, mientras él y su familia salían de Beit Daras: él y Mariam a pie y sus hijos, entre ellos Zarefah, de dos años, montados en el burro.

Esquivando el fuego de mortero y de francotiradores de las milicias sionistas, las dos familias llegaron a lo que ahora se llama la Franja de Gaza, con los pies ensangrentados por la larga caminata.

Ya no eran residentes de Beit Daras; se habían convertido en refugiados en los campos de Bureij y Nuseirat de Gaza, sin nada a su nombre. Además de su pérdida irreparable, al montar su tienda en Gaza, Mohammed, el padre de Zarefah, entró en coma y murió poco después. Dejó a mi bisabuela Mariam, que se negó a volver a casarse y se hizo cargo sola de sus hijos.

Gran parte de la familia Baroud permaneció en Gaza, porque Israel prohibió su regreso a su aldea ancestral, pero pasándose la vida soñando con el día en que Palestina fuera liberada y ellos pudieran volver a casa.

Este pedazo de paraíso que se vieron obligados a dejar atrás, adornado con verdes colinas ondulantes y pastos, viñedos y fragantes arboledas de cítricos y huertos de almendros, se convertiría en una fantasía para nosotros, la generación joven.

 Siete décadas después de la Nakba de Beit Daras, los descendientes de sus habitantes originales se enfrentan a otra. Desde hace casi seis meses, Israel lleva a cabo una campaña genocida destinada a “terminar el trabajo” que empezó en 1948.

Desde el 7 de octubre, muchos de estos descendientes han sido masacrados en bombardeos e invasiones terrestres israelíes. Mientras recordamos solemnemente los ataques que llevaron a cabo la limpieza étnica de Beit Daras hace 76 años, lloramos a los miembros de nuestra familia que han sido asesinados recientemente, desde niños pequeños a madres y padres, pasando por miembros entrañables de la generación de la Nakba que mantuvieron hasta el final la esperanza de su regreso.

En medio de los brutales bombardeos e invasiones israelíes, la propia hija de Zarefah, mi tía, ha vivido la experiencia de su madre, obligada a huir de su hogar en Qarrara junto con sus hijos con poco más que la ropa que llevaban puesta.

La historia de la familia Baroud no es única. Aproximadamente el 80 % de la población de Gaza está formada por refugiados de la Nakba, la mayoría de ellos convertidos de nuevo en refugiados por el genocidio ejecutado por Israel con el respaldo de Estados Unidos.

Los campos de Nuseirat y Bureij, donde mis abuelos pasaron su infancia, se enamoraron y criaron a sus familias, fueron diezmados en gran medida. Y al igual que el pueblo de Beit Daras resistió, el pueblo de Gaza hoy también se ha levantado contra este intento de conquista de los colonos sionistas.

Mientras presenciamos el genocidio que se está produciendo en Gaza, sentimos mucho más cercanas las experiencias vividas por nuestros antepasados durante la Nakba. Aunque lloramos la pérdida de muchos miembros de nuestra familia, nuestro compromiso y dedicación al sueño de nuestros abuelos de volver a casa se hace infinitamente más fuerte.

Aunque Beit Daras ha quedado deshabitada desde que cayó nuestro último guerrero palestino, los restos de sus casas y dos pilares solitarios de la Gran Mezquita donde mi abuelo solía rezar de niño permanecen, esperando ansiosamente nuestro regreso.

Cuando por fin se produzca ese dulce reencuentro, reconstruiremos la mezquita de Beit Daras con sus pilares blancos originales, resucitaremos sus casas y replantaremos sus huertos y campos con sus árboles y cultivos autóctonos. Aunque las vidas de tantos aldeanos de Beit Daras y de sus hijos y nietos fueron arrebatadas violentamente, incrustaremos su espíritu en cada ladrillo de barro que se coloque, mientras reconstruimos el pueblo.

mkh