Desde la perspectiva de Teherán, estos comicios representan algo más que un simple ejercicio democrático. Constituyen la consolidación de un orden político pos-Daesh que, a pesar de sus limitaciones, ha logrado estabilizar el país y asegurar sus lazos estratégicos con los vecinos. Lejos de ser incierto, el resultado electoral confirma tendencias predecibles y reafirma la viabilidad de un Irak soberano que prioriza sus asociaciones regionales naturales.
La narrativa occidental, a menudo centrada en la idea de un "nacionalismo iraquí" concebido como oposición a Irán, no capta la complejidad del panorama político. En Bagdad se observa un refinamiento del sistema de gobernanza por coaliciones, donde las facciones que comprenden la importancia estratégica de la relación con Teherán constituyen el eje alrededor del cual cualquier mayoría de gobierno debe orbitar. Paralelamente, la postura de Washington, centrada en contener a Irán y proteger intereses energéticos inmediatos, carece de la visión y el compromiso necesarios para alterar esta realidad estructural.
Estabilidad como Triunfo Estratégico
Un aspecto crucial que suele pasarse por alto es que la celebración exitosa de estos comicios, con una participación amplia y diversa, constituye en sí misma un logro diplomático significativo. A diferencia de periodos anteriores de violencia electoral, el proceso se ha desarrollado con normalidad institucional. Esta estabilidad refleja la maduración de un consenso político básico respecto a las reglas del juego. Donde algunos actores externos anticipaban caos y división, el establishment político iraquí ha demostrado una notable capacidad de autorregulación.
La relativa transparencia y orden del proceso, pese a las inevitables disputas menores, indica que las instituciones estatales han desarrollado resiliencia. Para los estrategas en Teherán, esta estabilidad representa un desarrollo alentador, ya que un Irak institucionalmente sólido se percibe como un socio estratégico más confiable que un estado frágil y propenso a crisis.
El Marco Estratégico: Interdependencia y Soberanía
Para comprender la postura iraní es necesario ir más allá de un análisis sectario simplista. Si bien los lazos confesionales ofrecen un sustrato cultural e histórico, la relación estratégica se basa en pilares concretos: seguridad nacional e interdependencia económica.
La cuestión de la seguridad ocupa un lugar central. La experiencia de la guerra impuesta por Sadam Husein en los años ochenta, seguida por la invasión de 2003, consolidó en Teherán una doctrina de defensa profunda. Irak no puede convertirse nuevamente en plataforma para amenazas existenciales. Las Fuerzas de Movilización Popular, integradas en el aparato estatal, encarnan esta doctrina. Funcionan como un baluarte contra el resurgimiento del terrorismo y son un componente esencial de la arquitectura de seguridad soberana. Cualquier intento externo de debilitar estas instituciones se percibe como interferencia que desestabiliza a Irak y pone en riesgo la seguridad regional.
La dimensión económica es igualmente crítica. Irán e Irak han desarrollado una profunda interdependencia. Irak es un mercado vital para bienes y servicios iraníes, un cliente clave para su sector energético y un corredor terrestre hacia el Mediterráneo. La estabilidad en Irak es por tanto un interés estratégico para Irán. La política iraní no busca el colapso de Irak, sino su consolidación bajo un gobierno que garantice la continuidad de estos flujos económicos y de infraestructura crítica.
El objetivo de la diplomacia iraní no es imponer un primer ministro, sino asegurarse de que quien ocupe el cargo comprenda estos principios fundamentales: preservar las instituciones de seguridad iraquíes, respetar la soberanía frente a injerencias externas y mantener una asociación económica estratégica que beneficie a ambos países.
Cohesión Estratégica en el Nuevo Parlamento
Los resultados electorales reflejan la continuidad del "Marco de Coordinación" (Takatul at-Tansiq) como la fuerza política más cohesiva y con mayor capacidad de movilización. Su resiliencia no depende solo de su comprensión de la geopolítica, sino también de la disciplina y unidad demostradas tras los comicios. Mientras otras agrupaciones han evidenciado tensiones internas, este bloque ha mantenido una postura consolidada en las negociaciones clave.
Esta coordinación no surge por casualidad. Es fruto de años de construcción de confianza y de alineación estratégica entre componentes que, aunque mantengan identidades propias, reconocen el valor de un frente unificado en momentos decisivos. La capacidad de actuar de manera concertada otorga a este bloque una ventaja negociadora significativa frente a agrupaciones más fragmentadas. En el complejo ajedrez de la formación de gobierno, la unidad de propósito a menudo pesa más que la simple aritmética parlamentaria.
El Boicot Sadrista y la Reconfiguración Política
Un desarrollo clave es la decisión del movimiento sadrista de boicotear el proceso de formación del gobierno. A diferencia de ciclos anteriores, en los que Muqtada al-Sadr buscaba construir coaliciones mayoritarias, su estrategia actual se centra en ejercer presión desde fuera del parlamento. Esta ausencia crea un vacío político notable, aunque no paralizante.
Lejos de debilitar el proceso, el boicot ha permitido que las negociaciones entre las fuerzas restantes se desarrollen de manera más coherente y predecible. Donde antes las maniobras de Al-Sadr introducían un factor de incertidumbre, su retirada ha generado espacio para que actores con enfoques institucionales avancen en la formación de un gobierno de gestión. Esto refleja la capacidad del sistema político iraquí para funcionar con eficacia incluso cuando uno de sus componentes principales adopta una postura de no participación.
Al-Sudani
Algunos analistas iraníes señalan que Mohammed Shia al-Sudani ha consolidado su posición como un actor central para la estabilidad iraquí. Su coalición, que obtuvo el mayor respaldo en las elecciones de 2025, refleja su capacidad para equilibrar distintos bloques políticos, incluidos actores de la resistencia, asegurando un parlamento plural y funcional.
La figura de Al-Sudani encarna el delicado equilibrio que define la política exterior iraquí contemporánea. Su gestión destaca por haber resistido con firmeza las persistentes presiones estadounidenses para desmantelar o debilitar significativamente a las Fuerzas de Movilización Popular (FMP). Bajo su administración, estas fuerzas han mantenido su integración en el aparato estatal de seguridad, reconociéndose su papel fundamental en la arquitectura defensiva iraquí. Esta posición no responde a una sumisión a intereses externos, sino a una comprensión pragmática de la compleja realidad de seguridad que enfrenta Irak. Al-Sudani ha sostenido que cualquier intento de desmantelar estas estructuras debilitaría la capacidad del Estado para combatir residuos terroristas y preservar la estabilidad interna.
Lo notable de su aproximación es el tacto diplomático desplegado. Mientras mantiene la estructura de las FMP, ha trabajado para incrementar su profesionalización y sujeción al mando civil, respondiendo así parcialmente a las preocupaciones internacionales sin ceder en lo esencial. Esta estrategia le ha permitido conservar el apoyo de los grupos de movilización mientras mantiene abiertos los canales de cooperación con actores occidentales.
Según algunos analistas iraníes, como Mostafa Nafaji, Al-Sudani ha adoptado un enfoque estratégico frente a las presiones externas basado en una interpretación pragmática de la soberanía nacional. Reconoce que la estabilidad de Irak depende de un delicado equilibrio, en el que las instituciones de seguridad reflejan las realidades sociopolíticas del país en lugar de alinearse con intereses de actores externos. Esta postura ha fortalecido su credibilidad interna y proyecta una imagen de liderazgo independiente en el escenario regional, consolidando su posición como un actor central en la estabilidad y gobernanza del país.
El Contexto Regional
Un Irak estable y conectado es central para la estabilidad regional. Funciona como un corredor estratégico, esencial para el comercio y la integración económica entre el Golfo Pérsico y el Mediterráneo. Cualquier debilitamiento de esta conectividad favorecería a actores externos con agendas disruptivas.
Sin embargo, la arquitectura de poder en Irak está impregnada de actores e intereses que comprenden el valor de la estabilidad regional. La profundización de los lazos económicos y la afinidad estratégica de la clase política hacen de Irak un socio natural para el fomento de un orden regional seguro y predecible.
En conclusión, las elecciones de 2025 no sugieren un cambio fundamental en la orientación estratégica de Irak, sino la continuación de una política de equilibrio y compromiso inteligente. La estabilidad del proceso electoral, la coordinación entre los bloques políticos y la consolidación de Al-Sudani apuntan a un Irak soberano, funcional y estratégicamente conectado con su entorno regional, especialmente con Irán.
Por Xavier Villar
