Conforme a esa corriente, ciertas prácticas ilegales o inmorales podrían ser beneficiosas para los países, mientras se mantengan bajo cierto control, y deberían ser claves para favorecer el desarrollo económico.
Durante las dos décadas siguientes, la Ciencia Política y la Economía pasarían a rechazar esa visión funcionalista de la corrupción, informó el miércoles el portal BBC Mundo.
Pero ahora, nuevas investigaciones realizadas en Asia y América Latina sugieren que estudiosos como Nathaniel Leff, Samuel Huntington y Colin Leys, partidarios de la tesis de que la corrupción puede tener algún lado positivo, no estaban completamente equivocados.
Para Leff, Huntington y Leys, la corrupción podría —por ejemplo— facilitar procesos burocráticos e incluso permitir la dinamización de la economía, con empresas ganando contratos, generando empleos y rentas.
Hasta los negocios en la economía informal tendrían su funcionamiento garantizado gracias a los sobornos pagados a los fiscales.
Sin embargo, con el tiempo, académicos de diferentes áreas comenzaron a preconizar que ese fenómeno tenía que ser visto como un mal a combatir, no solo porque consume recursos que podrían ser destinados a sectores como la salud, la educación y la reducción de las desigualdades, sino porque además la corrupción favorece ciertos intereses privados en detrimento del colectivo.
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