Publicada: lunes, 13 de octubre de 2025 17:07

Elevándose sobre la llanura de Marvdasht, al pie del Kuh Rahmat, o Montaña de la Misericordia, las majestuosas ruinas de Persépolis se erigen como un testimonio silencioso del apogeo del poder y el arte iraní aqueménida.

Por Iván Kesic

Fundada por Darío I el Grande alrededor del 518 a.C., no fue simplemente una ciudad, sino una monumental capital ceremonial, un complejo impresionante construido sobre una inmensa terraza mitad artificial, mitad natural, diseñada para proyectar la autoridad absoluta y el gobierno sancionado por lo divino.

Conocida en su época como Parsa, el corazón de la patria persa, el sitio fue concebido como un gran escenario para recepciones imperiales y festivales, un lugar donde la vastedad y diversidad del imperio podían ser reconocidas y exhibidas ritual y visualmente.

Su importancia y calidad sin igual la sitúan entre los sitios arqueológicos más destacados del mundo, una joya única de la arquitectura, planificación urbana y arte aqueménida que no tiene equivalente.

La extensa terraza, con sus majestuosas escaleras, colosales portales y altos salones columnados, continúa encarnando, tal como Darío lo concibió, la imagen misma de la monarquía aqueménida.

Recorrer sus ruinas es atravesar un paisaje donde la piedra fue esculpida en un relato permanente de poder, devoción y síntesis multicultural, un legado que sigue cautivando e inspirando al mundo siglos después de que el fatídico incendio de Alejandro intentara condenarlo al olvido.

Maravilla arquitectónica de ingeniería y síntesis

Los cimientos mismos de Persépolis constituyen una hazaña impresionante de ingeniería, un acto deliberado de moldear la naturaleza para servir a una gran visión imperial.

La creación de la vasta terraza de 125.000 metros cuadrados requirió nivelar un promontorio rocoso, rellenar depresiones con tierra y escombros, y construir muros de contención con enormes losas de piedra finamente unidas que se elevaban doce metros sobre el suelo.

No se trató de una base improvisada, sino de un fundamento meticulosamente planificado, equipado con un sistema sofisticado y perfectamente funcional de canales subterráneos, drenajes y pozos profundos diseñados para gestionar las lluvias y abastecer al complejo, un sistema que aún cumple su función original hoy en día.

El genio arquitectónico de Persépolis se expresa de manera más profunda en su revolucionario uso de la columna, donde ingenieros y arquitectos aqueménidas lograron una armonía sorprendente entre fuerza y elegancia.

Persépolis

 

Mediante la cuidadosa ingeniería de techos más ligeros y el uso de dinteles de madera, los constructores pudieron emplear un mínimo número de columnas asombrosamente delgadas, algunas de apenas 1,6 metros de diámetro, pero que se elevaban casi 20 metros de altura, creando espacios vastos, abiertos y aireados que hacían sentir pequeños a los visitantes.

Estas columnas se coronaban con las más icónicas creaciones aqueménidas: elaborados capiteles de doble toro o doble león, donde las partes delanteras de dos bestias arrodilladas, colocadas espalda con espalda, extendían sus cuellos y cabezas gemelas para sostener directamente las enormes vigas de cedro del techo.

Esta no fue una innovación aislada, sino parte de una síntesis consciente y brillante, en la que los persas actuaron como maestros planificadores que dirigían a artesanos de todo su imperio, incorporando técnicas de trabajo en piedra lidias y jonias, motivos protectores asirios, elementos decorativos egipcios y tradiciones artísticas babilónicas, para forjar un estilo imperial coherente y majestuoso que, en su expresión final, resultaba única y magníficamente iraní.

Crónica de piedra de un imperio: arte e iconografía

Más allá de su grandeza estructural, Persépolis fue concebida como un vasto lienzo de piedra, cuyas paredes y escaleras estaban cubiertas de frisos esculpidos que narraban la ideología y estabilidad del imperio en un lenguaje visual universal.

Los más espléndidos de estos relatos en piedra adornan las escaleras de doble sentido del Apadana, o Palacio de Audiencias, donde la fachada se divide en un panorama impresionante de armonía imperial.

Un ala exhibe tres registros superpuestos de la élite militar y aristocrática del imperio: filas meticulosamente detalladas de guardias persas y medos, portadores de estandartes y dignatarios, estos últimos a menudo representados tomados de la mano o con el hombro apoyado en otro mientras avanzan con gestos relajados y alegres, capturando una rara y humanizadora visión de la vida cortesana antigua.

El ala correspondiente presenta una vibrante procesión de veintitrés delegaciones portadoras de regalos provenientes de todos los rincones del imperio, cada una representada con sumo detalle en su indumentaria nacional distintiva y acompañada de sus tributos únicos: desde los bactrianos liderando un camello de dos jorobas, los lidios ofreciendo jarrones ornamentados, los etíopes con un colmillo de elefante hasta los escitas trayendo caballos ensillados.

Persépolis

 

Un ujier persa o medo sostiene con suavidad la mano de cada jefe de delegación, un gesto de cordialidad y guía que simboliza el abrazo unificador, aunque autoritario, del imperio hacia sus diversos súbditos.

Toda esta procesión ceremonial conduce hacia una escena central, ahora vacía pero que originalmente albergaba los magníficos "Relieves del Tesoro", que representaban al rey entronizado bajo un baldaquín, recibiendo la reverencia de todo el mundo.

El simbolismo se refuerza con motivos recurrentes como el león atacando al toro, probablemente representando la naturaleza cíclica del tiempo y el poder real, y los majestuosos discos alados y figuras humanas que flotan sobre el rey, simbolizando la Gloria Real divina, o xvarenah, otorgada por Ahura Mazda.

Cada escultura estaba originalmente llena de color —rojos, azules y dorados vibrantes— e incrustada con metales preciosos, transformando las narrativas de piedra en un testimonio deslumbrante y policromado de la riqueza y el orden cósmico del imperio.

Corazón ceremonial: palacios de poder y esplendor

La terraza de Persépolis era un paisaje cuidadosamente orquestado de poder, donde cada edificio cumplía una función ceremonial específica dentro del teatro ritual del imperio.

El recorrido para un visitante comenzaba en la monumental "Puerta de Todos los Países", un colosal salón cuadrado encargado por Jerjes y flanqueado por enormes toros alados tallados, cuya inscripción trilingüe anunciaba su propósito como punto de bienvenida para los pueblos de todas las naciones.

Desde allí, se avanzaba hacia el corazón del complejo: el Apadana de Darío y Jerjes. Este era el palacio más grande e imponente, una estructura elevada con un salón central sostenido por 36 columnas esbeltas, capaz de albergar a 10.000 invitados para vastas audiencias reales.

Sus pórticos norte y este, accesibles por las famosas escaleras esculpidas, servían como los principales escenarios para los eventos ceremoniales representados en sus frisos.

Más adentro del complejo se encontraban otras maravillas arquitectónicas, como la Tachara, o Palacio de Darío, la estructura más antigua de la terraza, que sirvió de modelo para los palacios posteriores y para las fachadas de las tumbas reales en las cercanas Naqsh Rostam.

Persépolis

 

Más adelante, el Tripilón, o Palacio Central, actuaba como un vínculo crucial entre los principales edificios, sus esculturas mostrando al rey y al príncipe heredero siendo transportados en un trono sostenido por representantes de las naciones sometidas.

La magnitud alcanzaba su culmen en el Salón del Trono, o Salón de las Cien Columnas, iniciado por Jerjes y completado por Artajerjes I, un espacio cavernoso que era el segundo palacio más grande, cuya “selva” de columnas creaba una atmósfera de grandiosidad abrumadora destinada a recepciones reales más íntimas.

Esta intrincada disposición de palacios, puertas y patios no era una aglomeración caótica, sino un plan arquitectónico unificado y simbólico, donde el propio desplazamiento a través del espacio constituía un ritual que reforzaba la jerarquía y la fuerza eterna del trono aqueménida.

Legado y significación como patrimonio mundial

Persépolis posee una significación profunda e innegable para el patrimonio mundial, reconocida por la UNESCO como un sitio que ofrece un testimonio único de la civilización más antigua.

Su valor no radica únicamente en su escala y arte impresionantes, sino en su poderoso testimonio del modelo revolucionario de gobernanza del Imperio Aqueménida: una vasta entidad multicultural que respetaba la diversidad de sus pueblos, un principio que se encarna físicamente en el arte y la arquitectura sintética de su capital ceremonial.

El sitio es auténtico en el sentido más puro; su ubicación, entorno y materiales son originales, y los trabajos de restauración han utilizado cuidadosamente tecnologías tradicionales, sin que reconstrucciones modernas interfieran con las antiguas ruinas.

La integridad de la propiedad está protegida dentro de sus límites, que contienen todos los elementos clave necesarios para transmitir su valor universal, desde el Apadana y el Tesoro hasta las tumbas reales excavadas en la ladera adyacente.

El trabajo continuo de los investigadores de Persépolis, guiados por un plan de gestión dedicado y respaldado por expertos nacionales e internacionales, es fundamental para monitorear contaminantes, prevenir actos de vandalismo y garantizar que este vínculo irreemplazable con el pasado compartido de la humanidad perdure.

Persépolis es tanto un tesoro iraní como un referente global, una expresión monumental de un momento crucial en la historia humana, cuando un imperio decidió construir su legado en piedra, creando un poema arquitectónico cuyas estrofas continúan hablando de poder, unidad y logro artístico sublime.