Por: Xavier Villar
La cumbre del 6 de noviembre entre Estados Unidos y los países de Asia Central, celebrada a nivel de líderes en el marco de la plataforma C5+1 y albergada por la Casa Blanca, representa el encuentro más significativo y de mayor envergadura entre ambas partes desde la disolución de la Unión Soviética. El formato C5+1 reúne a las cinco repúblicas de Asia Central —Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán— junto con Estados Unidos, representado por el secretario de Estado. Desde su creación en 2015, este mecanismo ha servido como canal para coordinar agendas económicas, de seguridad y de conectividad, aunque su impacto hasta ahora ha sido limitado.
La magnitud de esta cumbre exigía resultados tanto simbólicos como sustanciales. Durante meses, las seis naciones involucradas sostuvieron negociaciones técnicas e intensos intercambios diplomáticos para sentar las bases de los acuerdos anunciados en Washington. El resultado fueron contratos y memorandos de entendimiento por más de 100.000 millones de dólares, cifra que Washington presenta como prueba de su renovado compromiso con una región donde su influencia ha disminuido notablemente en los últimos años.
Más allá de estos anuncios económicos —diseñados en parte para disputar la hegemonía histórica de Rusia y contener la creciente presencia china— lo que realmente ha generado atención es la “incorporación” de Kazajistán a los Acuerdos de Abraham, un intento de transformar una plataforma concebida para Asia Occidental en un pacto transregional. Esta iniciativa introduce a Asia Central en dinámicas geopolíticas propias de Asia Sudoccidental, alterando los equilibrios estratégicos tradicionales.
Desde la perspectiva regional, este movimiento no puede entenderse únicamente como un avance diplomático estadounidense, sino también como un esfuerzo por alinear a los países centroasiáticos con agendas que responden más a los intereses de Washington que a sus propios patrones históricos de integración. La creciente conectividad energética y comercial de Asia Central con Irán —a través de corredores norte-sur y nuevas rutas que vinculan el Caspio con el Golfo Pérsico— ofrece a estos Estados una alternativa más estable y menos condicionada políticamente.
El fracaso y el giro estratégico
Antes de examinar la expansión hacia Asia Central, es necesario situarla dentro del balance general de los Acuerdos de Abraham en su teatro original. Promocionados como una iniciativa capaz de transformar las relaciones entre Israel y el mundo árabe, los acuerdos han revelado limitaciones estructurales tanto diplomáticas como políticas. Lejos de integrar a Israel de manera estable en su entorno, la percepción del Estado israelí como una amenaza regional no solo persiste, sino que se ha intensificado en varios casos.
El ataque con misiles contra Catar puso de manifiesto la realidad del plan israelí en la región: intentar vaciar toda soberanía regional con el fin de posicionarse como el único poder dominante. El incidente, que afectó a un aliado clave de Estados Unidos y a un centro financiero estratégico del Golfo, evidencia que la lógica de disuasión y la confrontación siguen marcando la dinámica regional. Para muchos gobiernos árabes, la capacidad de Israel de actuar unilateralmente confirma los límites de los Acuerdos vigentes.
Ante este estancamiento, Washington y Tel Aviv han buscado nuevos espacios donde los costos políticos de la normalización sean menores y donde los Acuerdos puedan proyectar un capital simbólico renovado. Asia Central emerge así como un tablero alternativo, donde la narrativa de éxito se intenta restablecer, aunque más como propaganda que como diplomacia sustantiva. La relación histórica de Kazajistán con Israel desde los años 90 relativiza cualquier avance de normalización presentado como nuevo, transformando su adhesión en un gesto simbólico destinado a reforzar la imagen del pacto.
Los motivos de Estados Unidos: De la “pacificación” a la “construcción de orden”
La administración estadounidense equilibra ambiciones personales y objetivos institucionales en la expansión de los Acuerdos. Mientras el presidente busca logros tangibles que refuercen su legado, el aparato de seguridad nacional persigue la ampliación del pacto como herramienta de proyección de influencia estratégica y económica.
Tras el fracaso de sus planes más ambiciosos de “pacificación” en Oriente Medio, la administración Trump busca proyectar su influencia en un nuevo mapa geopolítico. Analistas como Victor Becker han señalado a Azerbaiyán y Armenia como candidatos potenciales, integrando los procesos de paz en el Cáucaso Sur dentro de un rompecabezas mayor, cuyo objetivo es fortalecer la narrativa de los Acuerdos y consolidar la posición de Estados Unidos en regiones estratégicamente sensibles.
La expansión hacia Asia Central refleja, sin embargo, más un ejercicio propagandístico que un verdadero avance diplomático. La elección de Kazajistán responde a cálculos de bajo costo político y alto beneficio simbólico para Washington y Tel Aviv, mientras la reacción de Irán se mantiene como factor estratégico determinante.
La perspectiva israelí: Pragmatismo y hegemonía subsidiaria
Para Israel, los Acuerdos de Abraham son un instrumento pragmático, más que un proyecto de transformación regional. Algunos sectores políticos y mediáticos israelíes destacan que el pacto permite contrarrestar la influencia iraní y reforzar la posición de Israel en la región, pero otros ven con recelo que la expansión a Asia Central pueda diluir la exclusividad de su influencia, subordinándola a la agenda estadounidense.
La membresía de Kazajistán y otros actores se percibe más como un refuerzo simbólico de la narrativa de los Acuerdos que como una transformación estratégica real, dado que estas relaciones existen desde los años 90. La expansión del pacto permite a Israel garantizar suministros estratégicos y adoptar un enfoque más agresivo hacia Irán, consolidando una hegemonía regional limitada y dependiente de Estados Unidos. Desde la perspectiva iraní, la iniciativa demuestra que, pese a los esfuerzos estadounidenses e israelíes, Israel no ha logrado neutralizar la influencia regional de Teherán.
El enfoque de Asia Central: multialineamiento y cálculo de costos
Los gobiernos centroasiáticos adoptan una estrategia pragmática de multialineamiento, priorizando la autonomía frente a presiones externas. Para Kazajistán, la adhesión a ciertas iniciativas internacionales no implica compromisos significativos, pues la “normalización” formal con Israel existe desde 1992. Sin embargo, desde la perspectiva estadounidense, esto se interpreta como un aumento del estatus estratégico de Asia Central en la política global de Washington.
En un contexto de polarización internacional, estas naciones buscan equilibrar cuidadosamente su política exterior: mantener acciones que no excedan la tolerancia de Moscú, Pekín o Teherán, al tiempo que proyecten cierta aceptación ante Occidente. Este enfoque se reflejó en la visita de Tokayev a Moscú tras la cumbre, reforzando acuerdos como contrapeso frente al Kremlin y asegurando la preservación de vínculos estratégicos con Irán.
La opinión pública regional y los recientes eventos en Medio Oriente también pesan en la toma de decisiones. Para Kazajistán, profundizar la cooperación con Occidente se percibe como un recurso táctico de corto plazo, mientras que un lenguaje prudente hacia Irán permite controlar los costos internos y evitar tensiones en la región, reafirmando así su compromiso con un equilibrio geopolítico soberano.
Consecuencias para Irán
Para Irán, la expansión de los Acuerdos hacia su frontera nororiental representa un desafío estratégico. Aunque la membresía de Kazajistán pueda parecer simbólica, subestima implicaciones a medio plazo: prepara el terreno para la entrada de actores estratégicamente más relevantes, como Arabia Saudita; crea redes de apoyo para Israel bajo cobertura estadounidense; y proyecta un contrapeso a la influencia rusa y china en la región.
Teherán debe vigilar cuidadosamente la presión sobre países como Tayikistán, la erosión de su posición en corredores de transporte clave, la creación de interdependencias económicas estratégicas, pactos de seguridad ofensivos, la actuación por procuración y roles de mediación sesgados. Aunque no se espera la instalación inmediata de bases israelíes, la consolidación de la influencia israelí podría erosionar gradualmente las ventajas estratégicas iraníes.
Si bien los Acuerdos de Abraham han mostrado su fracaso relativo, las maniobras de Estados Unidos e Israel en Asia Central representan un riesgo para la estabilidad regional. Para Irán, anticipar y contrarrestar estos movimientos desde sus primeras fases es crucial para preservar su profundidad estratégica y proteger sus intereses. La capacidad de Teherán de fortalecer alianzas, consolidar corredores económicos y mantener equilibrio geopolítico determinará su margen de acción, ya que la ventana de oportunidad para su diplomacia y estrategia podría estrecharse rápidamente si se permite que la influencia israelí y estadounidense se consolide sin contrapesos.
