Publicada: martes, 23 de septiembre de 2025 1:22

Desde 1980, las guerras impuestas por potencias occidentales contra Irán han terminado en derrota, evidenciando la resiliencia nacional iraní.

Por: Ivan Kesic

Hoy se conmemora el cuadragésimo quinto aniversario del estallido de la Guerra Impuesta, un conflicto bélico de ocho años iniciado por el régimen baasista de Sadam Husein contra la República Islámica de Irán, que se convertiría en una de las guerras convencionales más prolongadas del siglo XX.

La invasión, lanzada el 21 de septiembre de 1980, representó una prueba profunda para la naciente República Islámica, que aún consolidaba sus logros revolucionarios y enfrentaba importantes desafíos internos.

A pesar de haber sido tomada por sorpresa y de sufrir ataques simultáneos por tierra, aire y mar en sus fronteras occidentales y meridionales, Irán desplegó una defensa encomiable, valiente y resiliente que, finalmente, repelió al agresor y preservó la integridad territorial y soberanía del país.

Esta agresión no puede entenderse aisladamente de su contexto internacional, ya que fue activamente alentada y respaldada por potencias extranjeras, en particular Estados Unidos, que proporcionó apoyo político crucial, inteligencia y armamento a Bagdad durante el prolongado conflicto.

Los países europeos también jugaron un papel significativo al alimentar la guerra de agresión mediante masivos envíos de armas, incluyendo el suministro de armas químicas que fueron utilizadas contra soldados y civiles iraníes, en abierta violación de las normas internacionales.

Los paralelismos entre esta agresión y la más reciente, especialmente la guerra impuesta de 12 días por el régimen israelí en junio, revelan patrones persistentes de hostilidad e intervencionismo extranjero contra Irán, enfrentados sistemáticamente con unidad nacional y resistencia determinada.

Inicio de la agresión y respuesta iraní

La guerra comenzó con una serie de ataques aéreos coordinados el 21 de septiembre de 1980, cuando cazas MiG iraquíes bombardearon múltiples aeropuertos iraníes, incluyendo Mehrabad en Teherán, Ahvaz, Tabriz, Hamadan y Bushehr, con objetivos tanto en infraestructura militar como en instalaciones civiles, en una clara escalada de hostilidades.

Estos ataques se vieron acompañados por una invasión terrestre a gran escala a través de las fronteras occidentales y meridionales de Irán, con las fuerzas iraquíes avanzando hacia la rica provincia petrolera de Juzestán bajo la errónea creencia de que las poblaciones locales de habla árabe los recibirían como liberadores en lugar de defender su territorio.

Esta equivocación estratégica reflejaba las falsas premisas del régimen de Sadam Husein, que suponía que la turbulencia política tras la Revolución Islámica había creado una ventana de vulnerabilidad que podría ser explotada para obtener rápidas ganancias territoriales y ventajas geopolíticas.

La invasión fue precedida por la teatral ruptura del Acuerdo de Argel por parte de Sadam ante cámaras de televisión, reclamando soberanía absoluta sobre el río Arvand e incluso sobre islas iraníes en el Golfo Pérsico, con el fin de fabricar un pretexto para la agresión carente de fundamento legal o histórico.

Las fuerzas armadas iraníes, aún en proceso de reorganización tras la Revolución Islámica y enfrentando diversos retos internos, demostraron una notable compostura y resiliencia al responder a estos ataques no provocados, movilizándose rápidamente para defender la soberanía del país a pesar del factor sorpresa y del armamento superior inicialmente desplegado por las fuerzas invasoras.

Bombardeo del barrio civil de Ekbatan en Teherán el primer día de la agresión del exrégimen baasista de Irak en 1980

 

La respuesta inmediata incluyó el derribo de once aeronaves iraquíes y el hundimiento de cuatro fragatas misilísticas, según los primeros comunicados militares, evidenciando la capacidad operativa y la determinación de las fuerzas iraníes incluso bajo condiciones adversas inesperadas.

La reacción nacional frente a la invasión se caracterizó por una unidad y resolución extraordinarias, ya que líderes políticos de todos los sectores y ciudadanos comunes se unieron para defender el país frente a la agresión externa, dejando de lado diferencias ante la amenaza común.

El fundador de la República Islámica, el Imam Jomeini (que descanse en paz), en un mensaje pronunciado poco después del inicio de los ataques, condenó enérgicamente la agresión al tiempo que estableció una clara distinción entre el régimen iraquí y su pueblo, enfatizando que la respuesta iraní estaría dirigida contra los artífices de la invasión y no contra la población iraquí, que también era víctima de la tiranía de Saddam.

Todos los altos funcionarios del gobierno iraní instaron a mantener la calma y la disciplina, resaltando la respuesta coordinada de las instituciones militares y políticas, demostrando un liderazgo nacional cohesionado que gestionó eficazmente la crisis a pesar de las difíciles circunstancias.

Quizá lo más significativo fue la expresión espontánea de la ciudadanía iraní, de todos los ámbitos sociales, dispuesta a sumarse al esfuerzo defensivo, con muchos acudiendo a ofrecer ayuda en zonas bombardeadas a pesar del riesgo y otros presentándose voluntariamente para el servicio militar, reflejando un compromiso popular profundo con la defensa nacional que se convirtió en sello distintivo de los años de guerra.

La heroica resistencia en ciudades fronterizas como Jorramshahr, donde defensores con escasa artillería resistieron durante semanas a fuerzas iraquíes numéricamente superiores, se convirtió en símbolo de la determinación iraní y demostró que la superioridad tecnológica por sí sola no podía vencer la voluntad nacional ni la ingeniosidad estratégica.

El período de la Guerra Impuesta sirvió para distinguir claramente a los verdaderos patriotas, quienes dejaron de lado sus diferencias para unirse en defensa de la nación, de quienes optaron por abandonar el país, como los monárquicos que buscaron refugio en el extranjero, y los miembros de la organización terrorista Muyahidín Jalq (MKO, por sus siglas en inglés), que se aliaron con las fuerzas invasoras.

Apoyo occidental a la agresión iraquí baasista

La Guerra Impuesta no puede comprenderse plenamente sin analizar el amplio respaldo internacional otorgado al régimen de Saddam, particularmente por las potencias occidentales, que vieron en la agresión iraquí una oportunidad para debilitar a la República Islámica y frenar su creciente influencia.

Estados Unidos desempeñó un papel particularmente crucial al facilitar la agresión iraquí, al haber dado lo que equivalió a luz verde para la invasión tras el colapso de las negociaciones diplomáticas en Bonn apenas días antes del inicio de los ataques, cuando los intentos iraníes de resolver asuntos pendientes, incluidos activos congelados, fueron rechazados por funcionarios estadounidenses.

Este momento no fue casual, pues ocurrió apenas dos meses después del fracaso del complot golpista de Nojeh —un intento conjunto estadounidense-iraquí de derrocar al gobierno iraní—, lo que evidenció que la acción militar contra Irán había sido contemplada activamente por ambos regímenes antes de la invasión de septiembre.

 

Una vez iniciada la guerra, Estados Unidos proporcionó un apoyo material extensivo a Irak, que incluyó intercambio de inteligencia, asistencia económica por miles de millones de dólares y entrenamiento militar directo, mientras simultáneamente realizaba operaciones de sabotaje contra la infraestructura iraní y participaba en ataques contra embarcaciones y plataformas petroleras iraníes.

Los esfuerzos diplomáticos estadounidenses contribuyeron además a sostener la maquinaria bélica iraquí al desviar sistemáticamente la atención sobre el uso de armas químicas por parte de Bagdad mediante falsas equivalencias que sugirieron erróneamente que ambos bandos empleaban tales armas prohibidas, cuando en realidad solo Irak poseía y utilizaba estos atroces instrumentos de guerra contra objetivos militares y poblaciones civiles.

Las potencias europeas también comparten una responsabilidad significativa en la facilitación y prolongación de la agresión a través de sus extensas exportaciones de armas a Irak, que transformaron al ejército de Saddam en una fuerza formidable equipada con la tecnología bélica más avanzada disponible en el mercado internacional.

Francia emergió como uno de los principales suministradores de armamento para Irak, proporcionando aviones, sistemas de misiles y vehículos blindados que incrementaron considerablemente las capacidades ofensivas de Bagdad, mientras que Alemania aportó tecnología de doble uso y precursores químicos que facilitaron el desarrollo del programa de armas químicas iraquí a pesar de las prohibiciones internacionales.

El Reino Unido autorizó asimismo extensas ventas de armas a Bagdad, brindando asistencia técnica y entrenamiento que mejoraron la efectividad de las fuerzas iraquíes, y Italia suministró buques navales y otro material militar que fortaleció la posición estratégica de Irak.

Este masivo flujo internacional de armamento permitió a Irak sostener su esfuerzo bélico a pesar de las significativas pérdidas y dificultades económicas, externalizando efectivamente su logística militar a proveedores extranjeros que obtuvieron grandes ganancias de la prolongada agresión mientras profesaban compromiso con la paz y la neutralidad.

La naturaleza coordinada de este apoyo sugiere una estrategia occidental deliberada de utilizar a Irak como un proxy para debilitar a Irán, reflejando cálculos geopolíticos que priorizaron contener la Revolución Islámica por encima de la estabilidad regional o consideraciones humanitarias.

Paralelismos con la Guerra Impuesta de junio de 2025

Los patrones de agresión externa y resiliencia iraní evidenciados durante la Guerra Impuesta de los años 80 encontraron paralelos llamativos en la guerra de 12 días impuesta por el régimen israelí en coordinación con Estados Unidos en junio de este año, que combinó de manera similar ataques sorpresivos, respaldo extranjero y, finalmente, fracasó en alcanzar sus objetivos estratégicos debido a la decidida respuesta de Irán.

Al igual que la invasión de Sadam en 1980, la agresión israelí comenzó con asesinatos selectivos de altos mandos militares y científicos, junto con ataques contra zonas civiles, reflejando un cálculo semejante de que Irán podría debilitarse mediante golpes de decapitación y tácticas de choque.

Estados Unidos volvió a desempeñar un papel habilitador, participando directamente en campañas de bombardeo contra instalaciones nucleares iraníes, pese a la ausencia de justificación legítima.

 

Mientras tanto, las potencias europeas ofrecieron cobertura política a la agresión mediante respuestas tibias y declaraciones que no condenaron inequívocamente la violación de la soberanía iraní, evocando su postura permisiva durante la Guerra Impuesta anterior, a pesar del paso de las décadas y los supuestos avances en el derecho internacional y los mecanismos de prevención de conflictos.

La respuesta de Irán a la agresión de 2025 demostró la misma unidad nacional y competencia militar que caracterizó su defensa durante los años 80, con las fuerzas armadas reaccionando eficazmente a ataques en múltiples frentes y realizando contraataques medidos pero decisivos contra objetivos en territorios ocupados y bases estadounidenses en la región.

El liderazgo mantuvo igualmente una dirección estratégica clara durante toda la crisis, con el Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, enfatizando la determinación y capacidad del país, mientras identificaba con precisión las motivaciones subyacentes a la hostilidad contra el camino independiente de Irán.

Lo más significativo es que ambas agresiones concluyeron sin lograr los objetivos principales de los agresores —ya fueran las ganancias territoriales buscadas por Irak o la destrucción del programa nuclear y las capacidades defensivas de Irán intentadas por el régimen israelí—, demostrando el fracaso constante de la coerción militar frente a una nación decidida a defender su soberanía y sus principios.

La continuidad entre estos episodios, separados por 45 años, sugiere factores estructurales perdurables en las relaciones internacionales de Irán, donde las potencias extranjeras subestiman repetidamente la unidad y resiliencia nacional mientras sobrestiman la eficacia de la fuerza militar contra un pueblo que ha demostrado consistentemente su disposición a sacrificarse en defensa de su país y revolución.

Estas experiencias paralelas han moldeado inevitablemente el cálculo estratégico y la preparación defensiva de Irán, reforzando la importancia de la autosuficiencia militar y el desarrollo de capacidades disuasorias que puedan desalentar futuras agresiones, al tiempo que aseguran una respuesta efectiva si la agresión se impone.


Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.