Publicada: jueves, 7 de agosto de 2025 13:52

El fallido complot EEUU-Israel para un cambio de régimen en Irán terminó en 12 días con un costoso fracaso que expuso graves debilidades militares y políticas.

Por: Kit Klarenberg

El 29 de julio, el ‘Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional’ (INSS, por sus siglas en inglés), un centro de pensamiento con sede en Tel Aviv y de enorme influencia en la política militar y de seguridad de la entidad sionista, publicó un documento abogando por un “cambio de régimen” en Irán, detallando posibles métodos para lograr dicho objetivo.

En una amarga ironía, gran parte del contenido del informe no solo evidencia la improbabilidad de alcanzar tal meta, sino que también desnuda cómo la calamitosamente corta guerra de agresión de 12 días encabezada por el primer ministro Benjamín Netanyahu contra la República Islámica hizo que este objetivo fuera aún menos factible.

En el núcleo del documento se encuentra un engaño flagrante: “Israel no estableció el derrocamiento del régimen iraní como objetivo en la guerra”. Sin embargo, en realidad, el 15 de junio Netanyahu declaró amenazadoramente que el ataque no provocado de la entidad contra Irán “podría ciertamente” producir un “cambio de régimen”.

Afirmó que el gobierno iraní era “muy débil” y que “el 80 por ciento de la población” lo expulsaría. Tales declaraciones audaces fueron rápidamente silenciadas por una inédita y devastadora lluvia de misiles desde Teherán, que Tel Aviv no pudo repeler.

Desde entonces, los medios tradicionales han informado que altos funcionarios de la entidad sionista venían preparando su gran ataque desde marzo de este año, buscando actuar antes de que Irán “reconstruyera sus defensas aéreas en la segunda mitad del año”.

El plan subyacente para paralizar militarmente a Teherán e incitar una “revolución” fue, a su vez, “cuidadosamente diseñado meses y años antes”, habiendo sido específicamente simulado en conjunto con la administración Biden.

Aun así, los principales medios de comunicación han pasado por alto la importancia evidente de estas revelaciones: la guerra de 12 días fue una operación estadounidense/israelí de “cambio de régimen” dirigida a Teherán, planificada con antelación y que fracasó estrepitosamente.

Esta interpretación se ve reforzada por informes que indican que Estados Unidos, en los meses previos a la guerra, había estado buscando específicamente resolver los “problemas de capacidad” de la entidad sionista, “aumentando las defensas de Israel con sistemas terrestres, marítimos y aéreos”.

En otras palabras, EE.UU. armaba a Tel Aviv para el 13 de junio con mucha anticipación. Sin embargo, esta bonanza bélica no fue suficiente para lograr ninguno de los objetivos de la guerra.

Israel pronto se encontró en graves apuros, ya que Teherán lanzó oleadas de devastadores ataques con misiles que no pudieron ser repelidos. Los sistemas de defensa tan alabados no solo fueron constantemente superados, sino que en apenas cinco días comenzaron a escasear peligrosamente los interceptores.

Washington se vio forzado a enviar más activos de defensa antimisiles a la región.

Se gastó una cantidad extraordinaria de municiones interceptando los ataques iraníes, con escaso éxito. El gasto fue astronómico. Un exasesor financiero del jefe del estado mayor israelí estimó que las primeras 48 horas de la campaña fallida costaron 1450 millones de dólares, con casi 1000 millones destinados solo a medidas defensivas.

Economistas calculan que el costo diario de las operaciones militares fue de 725 millones de dólares. El diario israelí Haaretz calcula que los daños civiles y económicos internos podrían ascender a varios miles de millones. Esto, mientras la economía de la entidad sionista ya funciona a duras penas.

Las ramificaciones a largo plazo del débil despliegue interceptor de la entidad sionista se ponen de manifiesto en un informe de julio de su grupo de presión JINSA. Este advierte que, “después de haber agotado una gran parte de sus interceptores disponibles”, tanto Washington como Israel enfrentan la urgente necesidad de reponer sus reservas y aumentar drásticamente las tasas de producción”.

Surgen serias dudas sobre la capacidad de ambos para lograrlo. Análisis independientes indican que EE.UU. disparó más de 150 misiles antimisiles THAAD durante la guerra de 12 días, aproximadamente una cuarta parte de toda la reserva estadounidense.

Para ponerlo en contexto, el Pentágono adquirirá 12 interceptores para finales de 2025, y 11 en 2024.

JINSA estima que, “a las tasas actuales de producción”, los THAAD gastados en la defensa de Israel durante la breve guerra podrían tardar hasta ocho años en reponerse. Y esto sin contar que EE.UU. proveyó el 60 % de la defensa aérea de la entidad debido a “déficits” en el arsenal israelí.

JINSA sugiere que EE.UU. ahora se ve obligado “a elegir entre reponer su propio stock y cumplir con las entregas a socios extranjeros”, como Tel Aviv.

Hostilidad abierta

El informe del INSS no consideró los costos financieros, materiales y políticos de las operaciones militares ofensivas de la entidad sionista contra Irán durante la guerra de 12 días.

Como reconoce el informe, “algunos” de estos esfuerzos tenían explícitamente la intención de “socavar los cimientos” de la República Islámica e incendiar protestas masivas. Sin embargo, el Instituto admite que “no solo no hay evidencia de que las acciones de Israel hayan avanzado este objetivo, sino que al menos algunas tuvieron el efecto contrario”.

El “ejemplo más claro” de este fracaso, según el INSS, fue el blitzkrieg (guerra relámpago) sobre la prisión de Evin (en Teherán, capital iraní) el 23 de junio —un “golpe simbólico… destinado a fomentar la movilización pública”.

Los medios occidentales y los principales grupos de derechos humanos condenaron la acción, con uno de ellos calificándola como una “grave violación del derecho internacional humanitario” que “debe investigarse como crimen de guerra”.

Como resultado, decenas de civiles, incluidos prisioneros y sus familiares, profesionales médicos, personal administrativo y abogados, fueron asesinados, lo que “provocó fuertes críticas contra Israel” incluso entre “críticos y opositores” del gobierno iraní “dentro y fuera” del país, admite el informe del centro de pensamiento israelí.

Los ataques militares directos a la República Islámica fueron solo una parte de un proyecto mucho más amplio de “cambio de régimen” estadounidense-israelí. Redes internas controladas por el Mossad (servicio de espionaje del régimen sionista), cultivadas durante años, realizaron asesinatos y sabotajes mientras intentaban fomentar un levantamiento popular.

Aunque alcanzaron ciertos éxitos en las etapas iniciales de la guerra, estos miembros de la quinta columna tampoco lograron desencadenar una movilización masiva iraní contra su gobierno. Sus acciones permitieron que los servicios de seguridad los identificaran, localizaran y eliminaran eficazmente, dejando a Tel Aviv sin activos humanos destructivos dentro del país.

Otro componente fue un coro de llamados al “cambio de régimen” en Teherán emanados de un pequeño pero ruidoso grupo de exiliados iraníes, vinculados a think tanks financiados por Occidente y otras organizaciones, muchos asociados con Reza Pahlavi, hijo del exdictador iraní.

El 23 de junio, cuando la guerra estaba cerca de terminar, pronunció un discurso en París declarando que la República Islámica estaba al borde del colapso. Denominando la guerra de 12 días como el “momento del Muro de Berlín” de Irán, pidió a Israel que concluyera la tarea.

Como señala el informe del INSS, las pocas personas en la diáspora que demandaban un “cambio de régimen” repulsaron a la gran mayoría de los iraníes dentro y fuera del país.

En consecuencia, “grandes segmentos del público iraní” los perciben como “traidores a Irán en su momento de necesidad”. Incluso los medios tradicionales han admitido que el “discurso” de Pahlavi provocó “desconfianza y hostilidad abierta entre los iraníes.”

Coincidentemente, no es la primera vez que exiliados que abogan personalmente por una insurrección en Teherán fracasan estrepitosamente, perjudicando a Israel y sus amos angloamericanos.

En septiembre de 2022, manifestantes se congregaron bajo la consigna “Mujer, Vida, Libertad” en todo Irán. Como expuso Press TV en ese momento, una oscura red de actores patrocinados por Occidente, dentro y fuera de línea, aprovechó la oportunidad, asegurando que el público extranjero recibiera una cobertura total.

Pahlavi y sus aliados cercanos, como Masih Alineyad, veterana destacada de esfuerzos propagandísticos financiados por EE.UU. dirigidos a Teherán y que ha pedido ataques de la entidad sionista y asesinatos de sus líderes, rápidamente se proclamaron líderes del “movimiento”.

Las protestas se apagaron rápidamente hasta ser completamente olvidadas. En un análisis post mortem sobre por qué el proyecto denominado “mujer, vida, libertad” fracasó, Maryam Memarsadeqi, vinculada al lobby sionista y promotora del “cambio de régimen” en Irán, culpó explícitamente a Pahlavi del desastre.

Señaló que “sus asociados más visibles” avalan regularmente “la violencia retributiva” y “ejecuciones sumarias” de ciudadanos iraníes. No es de extrañar que rechazaran los descarados intentos de Pahlavi por explotar las protestas para tomar el poder.

Complot fallido

El fracaso de la guerra de 12 días para producir el llamado “cambio de régimen” en Irán es aún más notable dado que Washington ha planificado durante décadas desmantelar la República Islámica. En 2002, el entonces presidente estadounidense George W. Bush hizo numerosas declaraciones públicas indicando que consideraba una prioridad derrocar al popular gobierno de Teherán.

Por ejemplo, en julio de ese año, Bush llamó activamente a los ciudadanos iraníes a levantarse, prometiendo que “no tendrían mejor amigo que los Estados Unidos de América” en tal rebelión.

Esas súplicas han sido ignoradas desde entonces, pero la planificación para tal eventualidad ha continuado. En 2009, la Brookings Institution publicó un extenso documento que detallaba “opciones para una nueva estrategia estadounidense hacia Irán”.

Se exploraba lograr un “cambio de régimen” mediante el apoyo a elementos opositores, la promoción de disturbios internos y divisiones, y la realización de operaciones encubiertas para desestabilizar al gobierno.

La propuesta también contemplaba un camino inquietante llamado “Déjaselo a Bibi” —usando a Israel como proxy. Convenientemente, Tel Aviv supuestamente ya se preparaba para atacar:

“Es evidente, según discusiones con funcionarios militares y de inteligencia israelíes y numerosas filtraciones y reportes en la prensa, que Israel está bien avanzado en la planificación de una operación militar”.

Sin embargo, la Brookings Institution consideró que ambas opciones estaban plagadas de enormes riesgos y una alta probabilidad de graves consecuencias no intencionadas.

Se citaban como eventualidades peligrosas la guerra civil, la inestabilidad regional, las crisis humanitarias y el fortalecimiento del gobierno en caso de fracaso.

La guerra de 12 días subraya abundantemente que la conciencia de estos peligros no disuadió a EE.UU. e Israel de seguir adelante con los intentos de “cambio de régimen” contra Teherán, poco más de una década y media después, con resultados desastrosos previsibles —de hecho, previstos.

El reciente informe del INSS mantiene un tono igualmente discordante. A pesar de reconocer repetidamente que la guerra de agresión fue una catástrofe contraproducente que logró lo “contrario” de lo que Tel Aviv y Washington pretendían en todos los sentidos, el INSS concluye que el “cambio de régimen” en Teherán sigue siendo “una solución posible” y un “objetivo digno” —no solo para la entidad sionista, sino “para la región y Occidente.”

El informe también presenta cuatro “estrategias diferentes para derrocar” al gobierno iraní.

Sin embargo, admite que cada enfoque casi inevitablemente se volvería en su contra. El informe concluye a regañadientes que, incluso si derrocar al gobierno iraní fuera plausible, “depende principalmente de factores fuera del control de Israel”.

En otras palabras, la entidad sionista no tiene buenas opciones disponibles, solo la posibilidad de desencadenar consecuencias mucho peores para sí misma. Pero evidentemente, desde la perspectiva de Tel Aviv y sus patrocinadores occidentales, la costa del “cambio de régimen” no está despejada en Teherán. Por ello, es imperativo que tanto las autoridades iraníes como sus ciudadanos se mantengan siempre vigilantes frente a amenazas extranjeras, visibles e invisibles.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.