Más allá de la simple vecindad, se abre un capítulo en el que ambos Estados buscan consolidar un eje estratégico que articule seguridad, desarrollo económico y presencia regional en un entorno geopolítico cada vez más competitivo y fragmentado. Este artículo pretende explicar la relación entre ambos países, así como los posibles desafíos para el futuro tanto bilateral como regional.
Raíces históricas: una relación marcada por la cooperación y la complejidad
Para entender el presente de las relaciones entre Irán y Pakistán, es imprescindible remontarse a la historia compartida, una historia que combina momentos de cooperación, tensiones y coexistencia en un contexto geopolítico dinámico y desafiante. Irán fue uno de los primeros países en reconocer la independencia de Pakistán en 1947, un gesto que sentó las bases para una relación oficial marcadamente cordial que se ha mantenido, con altibajos, a lo largo del tiempo.
Durante la década de 1960, por ejemplo, Irán apoyó a Pakistán en sus conflictos contra India, suministrándole armamento y combustible a precios preferenciales. Sin embargo, la Revolución Islámica de 1979 transformó profundamente la región y la relación bilateral. Mientras Pakistán intensificaba sus lazos con Arabia Saudita y fortalecía su identidad sunní, Irán consolidaba su régimen chií, configurando un escenario de divergencia ideológica que influyó en aspectos políticos y sociales. Esta diferencia, más allá del plano confesional, operó como un factor que introdujo tensiones aunque no llegó a quebrar la cooperación pragmática en otros órdenes.
La frontera compartida entre la provincia baluchi pakistaní de Baluchistán y la iraní de Sistán y Baluchistán ha sido una zona tradicionalmente volátil, afectada por movimientos insurgentes y tráfico ilícito. Estos desafíos han exigido a ambos países enfrentar problemas similares, desde la seguridad interna hasta la contención del extremismo, aunque el enfoque y la profundidad de sus respuestas hayan diferido según contextos políticos y prioridades nacionales.
Un momento particularmente complejo fue la guerra civil afgana en la década de 1990, durante la cual Irán y Pakistán respaldaron a facciones opuestas: Irán apoyó a la Alianza del Norte, mientras que Pakistán respaldó a los talibanes. Este episodio acentuó las diferencias estratégicas, pero no logró romper completamente los canales diplomáticos y comerciales, que han persistido a pesar de estas tensiones.
Se puede decir, que la dimensión cultural e identitaria ha servido como uno de los anclajes que sostienen la relación. Las comunidades islámicas de ambos países, las conexiones históricas y la vecindad cultural ofrecen un marco que permite gestos de solidaridad incluso en momentos complejos. Esta base cultural, junto con las realidades económicas y estratégicas, apunta a una relación multifacética que privilegia la coexistencia sobre la confrontación.
Seguridad y estabilidad fronteriza: un desafío estructural
La frontera común de cerca de 900 kilómetros entre Irán y Pakistán ha sido tradicionalmente una zona de vulnerabilidad y desafío. Los grupos armados que operan en Balochistán, como Jaish al-Adl y el Ejército de Liberación de Baluchistán, representan una amenaza persistente que trasciende límites geopolíticos y ha condicionado la agenda bilateral durante décadas. En la reciente visita, ambos gobiernos pusieron sobre la mesa la urgencia de reforzar la cooperación en materia de seguridad y de inteligencia, conscientes de que la gestión efectiva de estas fuerzas irregulares y las dinámicas de violencia asociadas es un eje clave para la estabilidad regional.
Este compromiso intergubernamental no responde solo a amenazas inmediatas; es una estrategia de largo plazo que busca transformar una frontera históricamente permeable en un espacio de control y gestión compartida. La coordinación en interceptaciones, inteligencia compartida y acciones conjuntas muestran un camino hacia la reducción de la violencia estructural que afecta a poblaciones y dificulta cualquier proyecto de desarrollo económico sustentable.
Al adoptar esta estrategia, ambos países dan muestra de voluntad política para superar la histórica desconfianza, aunque persisten tensiones no resueltas sobre ciertas facciones insurgentes y cuestiones étnico-culturales complejas. Sin embargo, la apuesta por una visión común del problema y sus soluciones apunta a un nivel de cooperación que difícilmente había alcanzado antes la relación bilateral.
El impulso económico: apuntando a la integración y la complementariedad
La alianza no se limita a la seguridad. El objetivo declarado por ambos gobiernos de incrementar el comercio bilateral de 3 mil millones a 10 mil millones de dólares revela las dimensiones de su ambición compartida. La firma de doce acuerdos y memorandos cubriendo sectores clave como energía, tecnología, turismo y transporte subraya la voluntad explícita de superar barreras históricas persistentes.
Esta expansión comercial es una respuesta a un doble imperativo: por un lado, el crecimiento económico interno para sortear escenarios de presión internacional y sanciones; por otro, la necesidad de construir redes económicas regionales que ofrezcan nuevas rutas para el comercio y la inversión. Resulta particularmente relevante el enfoque en mejorar infraestructura y facilitar el comercio fronterizo, acciones que permitan convertir la frontera más allá de un límite, en un espacio dinámico de intercambio y progreso.
Para Irán, la colaboración con Pakistán representa la posibilidad de romper el asedio económico que las sanciones occidentales imponen, creando alternativas de acceso a mercados y suministros energéticos; para Pakistán, es una ocasión para diversificar sus relaciones comerciales y reforzar su posición como nodo estratégico en la región. La complementariedad es evidente, y ambos Estados parecen conscientes de que su futuro económico está, en gran medida, interrelacionado.
Contexto geo-estratégico: entre la rivalidad y la cooperación
No puede soslayarse que la relación entre Irán y Pakistán se desarrolla en un tablero regional marcado por múltiples y superpuestos conflictos de poder. La creciente cercanía de Pakistán con Estados Unidos, con un renovado interés en cooperación comercial y seguridad, añade una complejidad no menor. Islamabad intenta, en términos clásicos de política exterior pragmática, equilibrar vínculos con potencias globales sin renunciar a las relaciones tradicionales con sus vecinos, especialmente Irán.
Para Teherán, el reto es innegable: esta ambivalencia paquistaní obliga a mantener una política flexible, que minimice riesgos pero maximice beneficios. La visita de Pezeshkian se entiende entonces también como un gesto para consolidar prioridades compartidas y evitar que posibles tensiones estratégicas no deseadas deterioren un ambiente de colaboración que ambos prefieren fortalecer.
Además, con la presencia creciente de China y la competencia entre Estados Unidos y potencias regionales, Irán y Pakistán buscan neutralizar presiones externas construyendo un bloque pragmático basado en intereses comunes. Su alianza puede representar un contrapeso significativo, frente a cambios regionales rápidos y a la incertidumbre que generan la fragmentación de espacios tradicionales de poder.
Identidad, cultura y tejido social: la ligazón que sustenta la alianza
Algo que distingue la relación iraní-paquistaní es la profunda interconexión cultural e islámica, factor que va mucho más allá de la mera política estatal o de la conjunción económica. La visita se aprovechó para subrayar este vínculo, poniendo en valor elementos como la historia compartida, las tradiciones islámicas tanto chiíes como suníes, y el peso sociocultural que dichos lazos ejercen en la percepción y legitimidad de los acuerdos políticos.
Este sustrato cultural funciona como un principio estabilizador y una narrativa de cohesión social que contribuye a fortalecer la confianza mutua. En una región donde las identidades muchas veces se fragmentan y politizan en función de intereses externos, el reconocimiento y respeto por las tradiciones compartidas legitiman esfuerzos conjuntos y agregan una dimensión ética y simbólica a la alianza.
La articulación de estos elementos es un componente estratégico indispensable: ayuda a blindar las relaciones ante vicisitudes internacionales y ofrece una plataforma para interlocuciones que superan las fricciones políticas o estratégicas coyunturales.
Retos persistentes y riesgos a la estabilidad
No obstante, la relación iraní-paquistaní debe enfrentar retos significativos. La persistencia de grupos violentos en Balochistán y otros sectores fronterizos sigue siendo una amenaza directa que puede minar la cooperación. La capacidad de los estados para coordinar respuestas efectivas sin caer en prácticas que exacerben tensiones locales es fundamental para que el progreso no se vea frenado.
Por otra parte, la naturaleza pragmática de Pakistán hacia sus apoyos externos representa un desafío. Sus oscilaciones entre acercamientos a Washington y la consolidación de su relación con Irán muestran la fragilidad de un equilibrio que nunca se da por sentado, y que exige un trabajo constante de diplomacia para evitar fracturas.
Finalmente, las presiones económicas globales, las sanciones que afectan a Irán y la indecisión interna en Pakistán sobre su modelo de desarrollo y posición internacional podrían dificultar la implementación eficaz de los acuerdos firmados. El éxito dependerá de la capacidad de ambos para construir instituciones fuertes y mecanismos de seguimiento capaces de traducir la voluntad política en resultados concretos.
Construyendo un futuro posible: hacia una alianza pragmática y soberana
Frente a estas complejidades, la alianza iraní-paquistaní refleja un esfuerzo por construir un proyecto de cooperación estratégico y pragmático. No se basa en utopías ni en enfoques maximalistas, sino en un reconocimiento claro de la necesidad de relacionarse en términos de beneficio mutuo y resistencia compartida.
Este modelo parece apostar a la soberanía entendida no como aislamiento, sino como autonomía frente a influencias externas, ampliando las capacidades nacionales por medio de la colaboración regional. La gestión efectiva de la frontera, el aumento del comercio y el aprovechamiento de la solidaridad cultural e histórica muestran una hoja de ruta que combina lo tangible con lo simbólico.
A medida que ambos países avanzan en este proyecto, crean una narrativa alternativa en una región atravesada por la hegemonía y la fragmentación. Esta narrativa apunta a la construcción de un espacio de equilibrio donde, sin renunciar a sus diferencias, puedan coexistir intereses y proyectos conjuntos, moldeando el equilibrio de poder regional con criterios propios.
Conclusión
La relación entre Irán y Pakistán, impulsada por la reciente visita del presidente Pezeshkian a Islamabad y la firma de una docena de acuerdos estratégicos, revela una alianza que va más allá de la mera vecindad geográfica. Es un esfuerzo por construir un equilibrio regional basado en la cooperación económica, la seguridad integral y el reconocimiento cultural, en un contexto internacional marcado por realineamientos complejos y crecientes presiones estratégicas.
Desde una mirada analítica que evita simplificaciones, esta alianza representa una apuesta pragmática por un futuro en que la seguridad y el desarrollo estén protegidos por una relación de mutua confianza y respetuosa soberanía. Su efectividad dependerá del manejo hábil de las tensiones internas y externas, y de la capacidad para consolidar esta cooperación frente a un entorno regional cada vez más desafiante.
En suma, Irán y Pakistán abren una vía que, si bien está lejos de ser perfecta, tiene el potencial de transformar la dinámica en Asia del Sur y, en consecuencia, influir en la configuración del espacio geopolítico circundante, en un momento decisivo para la región y sus periferias.
mkh