Por: Xavier Villar
Las explosiones de buscapersonas asociadas a miembros del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) sacudieron El Líbano este martes, según informó el Ministerio de Sanidad libanés. El ataque dejó un saldo de 9 muertos y más de 4000 heridos, de los cuales 400 se encuentran en estado crítico. Se sospecha que se trata de un atentado terrorista perpetrado por Israel.
Las detonaciones se produjeron en varias localidades, incluyendo la capital, Beirut, la ciudad sureña de Tiro y la región occidental de Hermel. En las redes sociales circularon imágenes de personas heridas, con sangrados en las orejas, la cara o los bolsillos, siendo trasladadas de urgencia al hospital.
El embajador iraní en Líbano, Moytaba Amani, también resultó herido en el ataque. La embajada ha comunicado que su estado general es estable y que fue trasladado al hospital de Al-Rassoul en Beirut.
Aunque algunos medios intentan vincular exclusivamente los buscapersonas que explotaron con Hezbolá, varias fuentes locales sugieren que el ataque estaba dirigido a un modelo de buscapersonas utilizado de manera general, afectando indiscriminadamente a civiles. Como resultado, numerosos trabajadores sanitarios, profesores y niños resultaron heridos con diversa gravedad.
Esta indiscriminación en el ataque contrasta con las descripciones entusiastas de algunos medios estadounidenses, como CBS y CNN, que han elogiado la “increíble operación”. Este hecho pone de relieve la escasa consideración que se da a las vidas no blancas y/o musulmanas. En términos políticos, se evidencia una vez más cómo la maquinaria de la modernidad perpetúa un ciclo de inclusión y exclusión, donde el derecho internacional y los derechos humanos colapsan ante la línea divisoria entre quienes son considerados “humanos” y quienes no lo son.
Como señala el periodista libanés, Séamus Malekafzali: “A pesar de toda la propaganda sobre Israel como un centro de innovación, la única verdadera innovación israelí ha sido en el campo del terror: volar hoteles, secuestrar aviones civiles, hacer explotar aviones de pasajeros, utilizar drones letales, y ahora, explotar teléfonos y buscapersonas.” La principal exportación de Israel parece ser la muerte y la mutilación.
Cabe recordar que, en junio, Yaron Buskila, teniente coronel del ejército israelí, habló sobre la necesidad de atacar infraestructuras civiles en El Líbano para “presionar a Hezbolá”. Esto refuerza la conclusión de que el conflicto con Israel, dada su naturaleza genocida que ignora leyes y reglas, no puede gestionarse de manera diplomática o con baja intensidad. Su único lenguaje es la fuerza, y es la única gramática que entiende cuando se vuelve contra sí mismo.
Según varios expertos en ciberseguridad, es poco probable que los buscapersonas utilizados en los recientes atentados en El Líbano hayan sido “hackeados” a distancia. En lugar de eso, sugieren que los explosivos podrían haber sido colocados en los dispositivos antes de su entrega y que estos podrían haber sido activados mediante algún tipo de impulso, señal o código enviado a los buscapersonas. Fuentes de seguridad libanesas indican que los dispositivos explosivos fueron importados hace cinco meses e implantados con 20 gramos de material explosivo.
El fabricante taiwanés de los buscapersonas que explotaron, Gold Apollo, afirma que los dispositivos en cuestión fueron fabricados en realidad por una empresa europea con licencia para usar su marca. Según varios medios, esta empresa sería BAC Consulting, con sede en Budapest, Hungría. Algunos de estos medios sospechan que BAC Consulting podría ser una pantalla para las actividades terroristas israelíes.
Desde una perspectiva ética y política, la mera discusión sobre si el atentado fue “una genialidad” o no revela una profunda deshumanización de las víctimas libanesas. Esta discusión ignora las décadas de ocupación, asesinato, torturas y mutilaciones perpetradas por Israel.
La mutilación, como ha sido analizada por Jasbir Puar en su imprescindible libro The Right to Maim, puede ser un destino peor que la muerte. Puar examina cómo la “debilitación” (que no debe confundirse con la discapacidad, que ella considera una identidad) se impone deliberadamente a las poblaciones marginalizadas. La debilitación, o en ocasiones la muerte lenta de estas personas, es una forma de deshacerse de una población marcada como “Otro”, deshumanizada hasta el punto de que el daño infligido se considera un subproducto “natural”. Como señala la autora: la deshumanización es tal que “[e]s como si retener la muerte—no permitir o hacer morir—se convirtiera en un acto de deshumanización [en sí mismo]: los palestinos ni siquiera son lo suficientemente humanos como para morir”.
Este análisis también tiene una dimensión material. Si las carreteras están intransitables debido a los escombros, si los sistemas de salud están colapsando debido a ataques constantes, si la población sufre hambre, falta de higiene pública, y escasez de analgésicos, anestésicos y vendajes, estará completamente debilitada, incluso si no presenta lesiones físicas o mentales inmediatas.
Lena Obermaier, en su análisis de la situación en Palestina desde la perspectiva de Puar, explica que la violencia contra la población palestina (o libanesa) sirve esencialmente como una forma de publicidad para la nueva tecnología militar israelí, cuya venta suele aumentar durante y después de las escaladas del conflicto.
Obermaier también analiza la política de “huesos rotos” implementada por Israel durante la Primera Intifada bajo el mando del entonces ministro de Defensa, Yitzhak Rabin. El palestino Wael Joudeh lo describió así: “Nos golpeaban con toda su energía. No solo querían rompernos los huesos y causarnos dolor físico, también querían humillarnos y destruir nuestro espíritu”. El mismo artículo relata la historia de Khadija Abu Shreifa, quien se defendió contra un soldado israelí que acosaba sexualmente a jóvenes palestinas durante una protesta. Como resultado, fue golpeada y disparada a quemarropa en el hombro y el pie, quedando ahora permanentemente debilitada.
Este análisis enmarca lo que ha sucedido en El Líbano con el reciente atentado a gran escala perpetrado por Israel. Al igual que en Palestina, todos los civiles son marcados como cómplices y ya no se consideran “inocentes”. Todos son percibidos como resistencia militante contra Israel. Por lo tanto, el derecho a mutilar se utiliza para sofocar cualquier resistencia al colonialismo de asentamiento israelí y a su programa de limpieza étnica.