Publicada: miércoles, 27 de agosto de 2025 19:43

​​​​​​​Al parecer, en España hemos llegado al punto álgido de la coherencia política: preferimos ver montes calcinados, pueblos envueltos en humo y hectáreas enteras reducidas a cenizas antes que manchar el orgullo nacional con el pecado mortal de usar helicópteros... rusos.

Por Alberto García Watson

Sí, esos mismos aparatos que, oh tragedia geopolítica, podrían apagar los fuegos más rápido de lo que tarda un político en dar una rueda de prensa para culpar al cambio climático.

Lo irónico es que hablamos de los Kamov, helicópteros rusos diseñados específicamente para la lucha contra incendios y reconocidos como infinitamente superiores en capacidad de carga, maniobra y eficacia frente a otros modelos que ahora tratamos de improvisar. Sin embargo, como consecuencia directa de las sanciones a Moscú, España ha decidido dejar en tierra toda la flota, no hay repuestos, no hay certificaciones, no hay técnicos. La política internacional dicta, y el monte arde.

Porque, claro, ¿qué importa que los incendios arrasen el país si tenemos la conciencia occidental limpita y bien planchada? El fuego avanza, pero tranquilos: los principios diplomáticos no arden. Lo que se chamuscan son los pinares, las casas, la fauna y, de paso, la paciencia ciudadana. Pero todo sea por no parecer prorrusos. Imagínese la vergüenza de que en Bruselas alguien nos acusara de sofocar las llamas con tecnología de Moscú. ¡Inaceptable! Mejor que los bomberos suden, que los vecinos evacúen, que el humo nos recuerde cada verano que somos moralmente superiores.

Y así, en un acto de heroicidad absurda, España consigue lo imposible: que la ideología pese más que el agua, y que el dogma internacional sea más inflamable que el bosque mediterráneo en agosto. Pero ojo, que no todo es tragedia: al menos podremos sacar pecho en la próxima cumbre europea y decir con orgullo, “Sí, ardimos, pero no colaboramos con Putin”.

 

Eso sí, mientras dejamos que nuestras sierras se conviertan en carbón vegetal, nos desvivimos en ayudas, armas y solidaridad infinita con Ucrania, un país cuya élite política coquetea abiertamente con símbolos y grupos neonazis, que suspende elecciones con la misma facilidad con la que aquí se suspende un pleno municipal, que ha ilegalizado a la oposición y encarcelado a sus miembros, pero que, milagrosamente, es presentado como la encarnación de la democracia. ¡Qué ironía! En casa preferimos dejar arder los bosques antes que aceptar la ayuda de un helicóptero ruso, pero fuera nos abrazamos sin pudor a un régimen que ni siquiera cumple con los mínimos democráticos.

En conclusión, parece que el nuevo lema nacional es: “mejor carbonizados que coherentes”. Y si alguien lo duda, que mire las cenizas.