• Seguidores de Hezbolá protestan en Beirut contra la decisión del gobierno de poner todas las armas del país bajo control estatal, 8 de agosto de 2025.
Publicada: martes, 26 de agosto de 2025 13:32

En las últimas semanas, Líbano ha entrado en una fase crítica de su historia reciente, marcada por tensiones políticas, sociales y estratégicas que podrían definir su futuro durante años.

Por Xavier Villar

El escenario está atravesado por dos hechos que revelan la magnitud de la pugna entre actores internos y presiones externas. De un lado, la determinación del gobierno libanés, respaldado por Estados Unidos, Israel y sus aliados regionales, de avanzar en el desmantelamiento del poder armado de Hezbolá. Del otro, la respuesta firme del movimiento de resistencia, que, junto a su aliado histórico, Amal, ha convocado a movilizaciones masivas en defensa de su arsenal, reivindicándolo como emblema de soberanía nacional y de resistencia legítima.

La convergencia simultánea de estas dinámicas señala un punto de inflexión en el entramado político, social y geoestratégico libanés, donde el equilibrio es más frágil que nunca y el riesgo de fracturas internas y regionales es palpable.

Israel y EEUU: una estrategia para contener la influencia regional

En julio y agosto de 2025, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu emitió una declaración sin precedentes, en la que afirmó estar dispuesto a colaborar con el gobierno libanés para desarmar a Hezbolá. Este mensaje representa una evolución en la política de Tel Aviv, que hasta ahora se había concentrado en acciones militares indirectas, bombardeos selectivos o conflictos intermitentes. Ahora, con el apoyo activo de Washington, la estrategia apunta a lograr un consenso político en Beirut para que el monopolio del uso legítimo de la fuerza quede exclusivamente en manos del Estado libanés, lo que implicaría desmantelar el poder militar de Hezbolá.

Estados Unidos, por su parte, condiciona gran parte de su respaldo financiero y diplomático a Beirut —en un país hundido en una crisis económica y política sin precedentes— a la aceptación de este plan y a la entrega del armamento pesado en manos de Hezbolá. Esta presión externa se enmarca en una estrategia más amplia destinada a reducir la influencia de un proyecto político alternativo en la región y a neutralizar a cualquier actor que no se alinee con los intereses occidentales.

Más allá del discurso oficial de “restaurar la soberanía libanesa”, esta operación constituye un intento de reconfigurar el mapa geoestratégico del Levante a través de la neutralización de Hezbolá, la principal fuerza de defensa del país frente a la ocupación israelí. Al vincular un eventual repliegue de sus tropas en el sur del Líbano al avance en la desmilitarización de la resistencia, Israel plantea una ecuación perversa: condicionar la retirada de un ocupante ilegal al desarme de quienes sostienen la soberanía nacional. Se trata, en realidad, de una negociación encubierta entre Tel Aviv y Washington que busca someter a Beirut a un chantaje geopolítico, despojando a los libaneses de su derecho legítimo a la autodefensa.

Hezbolá y Amal: la articulación de una resistencia soberana

Contrario a la narrativa occidental que reduce a Hezbolá a un “proxy” chií o a un actor sectario subordinado a Teherán, el movimiento constituye en el contexto libanés un fenómeno político y social complejo, que combina soberanía nacional, resistencia frente a la ocupación y reivindicación islámica. Su alianza con el movimiento Amal, liderado por Nabih Berri, refuerza esa dimensión autónoma, ofreciendo un anclaje político que desborda las fronteras sectarias y se proyecta como parte integral del tejido nacional libanés.

En este marco, Hezbolá no puede ser entendido únicamente como un grupo armado: es un actor político, social y cultural sostenido en un pacto con su base comunitaria —particularmente la chií—, pero también en una narrativa nacionalista que defiende el territorio y la independencia frente a presiones internas y externas. Esta perspectiva se refleja en el enérgico llamado conjunto a manifestaciones masivas en la plaza Riyadh al-Solh de Beirut, espacio emblemático tanto de la soberanía libanesa como de la protesta popular.

El arsenal de Hezbolá se presenta como “sagrado y honorable”, un garante indispensable de la dignidad y la soberanía nacional. Su desmantelamiento no es visto como una simple medida de seguridad, sino como un intento de someter políticamente al país, debilitando las capacidades de resistencia frente a agresiones y ocupaciones israelíes que han marcado la historia contemporánea del Líbano.

La dimensión social y política de la confrontación

Mientras el gobierno libanés —con el respaldo explícito de Washington y Tel Aviv— sostiene que el monopolio estatal de las armas es condición indispensable para garantizar estabilidad y desarrollo, Hezbolá y Amal contraponen un discurso que convierte la defensa del armamento en un asunto de identidad nacional y dignidad colectiva. En esta lógica, cualquier intento de desarme implica un costo social elevadísimo, traducido en el riesgo de fracturas sectarias, crisis políticas o incluso episodios de violencia en las calles. La resistencia ha advertido que una desmilitarización impuesta, sin un consenso político amplio, podría devolver al país las tensiones que precedieron a la guerra civil de 1975-1990 o al estallido de violencia de 2008.

Este encuadre social y político coloca a Líbano en una encrucijada crítica, donde la confrontación rebasa con creces las instituciones estatales y los debates parlamentarios: involucra a una comunidad organizada y movilizada en torno a Hezbolá, que dispone de una red de apoyo profundamente enraizada en el tejido social y capaz de proyectar su fuerza en múltiples dimensiones de la vida nacional.

La fractura en el sistema político libanés

La decisión del gobierno de convocar a las Fuerzas Armadas para diseñar y ejecutar un plan de desarme antes de diciembre de 2025 —un calendario impuesto por la presión estadounidense— ha profundizado la fragmentación del sistema político libanés. Los ministros aliados a Hezbolá y Amal abandonaron las sesiones ministeriales vinculadas al tema, respaldando la postura de rechazo frontal del secretario general de Hezbolá, Naim Qasem, quien subrayó que la organización ignorará cualquier decisión relativa al desarme, argumentando que su arsenal es indispensable para la defensa frente a las amenazas israelíes.

En este escenario, la situación política se mantiene extremadamente inestable. Sectores prooccidentales dentro del parlamento y del gobierno presionan para avanzar con el proceso, alegando la necesidad de cumplir compromisos internacionales y asegurar recursos cruciales para la economía nacional. Mientras tanto, la fragilidad del Ejecutivo se evidencia en la amenaza concreta de que Hezbolá y Amal puedan inducir un voto de censura o desencadenar una crisis institucional capaz de desplazar al gobierno actual.

Contexto posterior al conflicto de 2024-2025

No puede perderse de vista que este escenario se construye sobre las secuelas del conflicto bélico de 2024 entre Israel y Hezbolá, que culminó con un alto al fuego negociado en noviembre de ese año y mediado por la intervención diplomática estadounidense. Durante el enfrentamiento, Hezbolá sufrió pérdidas significativas en personal y equipamiento; sin embargo, al mismo tiempo, consolidó su legitimidad en amplios sectores del país como un actor que defendió la soberanía nacional y se mantuvo firme frente a agresiones externas.

Es importante señalar que Israel mantiene ocupadas cinco posiciones estratégicas en el sur del Líbano, situación que Hezbolá utiliza como argumento central para rechazar cualquier desarme unilateral que no vaya acompañado de una retirada definitiva y verificable por parte del ocupante—algo que, hasta la fecha, no se ha producido.

Las sombras del escenario regional

En el tablero regional, Irán mantiene un compromiso estratégico con Hezbolá como parte de su política de resistencia frente a Israel. No obstante, Hezbolá no debe interpretarse como una mera extensión de la política iraní. Su relación con Teherán es compleja, basada en convergencias estratégicas y apoyo logístico, pero con un alto grado de autonomía y agencia propia. La influencia del movimiento Amal, que forma parte de esta red de resistencias, demuestra que el rol de Hezbolá en Líbano surge de un entramado interno y regional en constante tensión y negociación, y no como un instrumento subordinado de actores externos

Desde Teherán, el mensaje es claro: la seguridad y la soberanía del Líbano no pueden garantizarse sin un Hezbolá armado. La continuidad del movimiento se considera una barrera indispensable frente a la imposición de un orden regional dominado por Israel y sus aliados, consolidando así su papel estratégico en el equilibrio de fuerzas del Levante.

Reflexiones finales: un futuro incierto y lleno de desafíos

El cruce entre el desarme impulsado por la presión internacional y la resistencia interna en defensa del arsenal de Hezbolá constituye una de las tensiones más peligrosas para la estabilidad de Líbano y de la región. El gobierno libanés, con el respaldo de potencias occidentales y aliados regionales, busca consolidar el Estado reduciendo los poderes paralelos; Hezbolá y Amal representan la resistencia organizada que protege no solo su fuerza militar, sino, sobre todo, la soberanía y la independencia del país frente a presiones externas que buscan limitar su autonomía.

Lo que está en juego trasciende la mera supervivencia de un actor político o militar: se trata de la defensa de la esencia misma del Líbano como Estado soberano y nación plural, cuya autonomía ha sido históricamente desafiada por presiones externas y agendas foráneas. La actual tensión podría conducir a un acuerdo de convivencia precario y temporal, o bien abrir la puerta a una escalada que devuelva al país a escenarios de violencia y crisis, con repercusiones directas en la estabilidad regional.

En este contexto, la prudencia y la apertura al diálogo no son meras recomendaciones diplomáticas: son herramientas esenciales para que Líbano pueda sostener su soberanía, mantener su independencia estratégica y resistir intentos de subordinación externa, evitando así un deterioro que comprometa no solo su integridad interna, sino también el equilibrio de poder en toda la región.