De acuerdo con informes publicados este sábado, el levantamiento comenzó el jueves por la tarde en una celda de seguridad media, en la que se alojaban decenas de reclusos en la prisión de Lansing.
Los reos saquearon las oficinas de la prisión de Lansing, rompieron ventanas y prendieron pequeños focos incendiarios durante varias horas. Finalmente, los funcionarios lograron el viernes tomar el control y los presos fueron obligados a regresar a sus celdas.
Los informes indican que, hasta el momento, más de un docena de empleados y otra de reclusos de la prisión de Lansing dieron positivo en una prueba del nuevo coronavirus.
También revelan que la mayoría de los reclusos en Estados Unidos se encuentra en instalaciones superpobladas donde tienen que comprar sus propios suministros básicos de saneamiento y carecen de equipos de protección adecuados ante la pandemia, como mascarillas.
“Toda la situación es una bomba de tiempo”, advirtió al respecto el escritor y experto Kim Kelly en un artículo, y agregó que la única forma sensata de detener la marcha de la muerte por el virus y proteger a los vulnerables es liberar la mayor cantidad de presos que sea posible.
En este contexto, varios grupos de derechos humanos, incluida la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), han instado a las autoridades estadounidenses a liberar a los prisioneros no violentos durante la pandemia para mitigar la propagación del virus; no obstante, la mayoría de los estados de EE.UU. se ha negado a hacerlo.
Esto ocurre mientras las críticas a la gestión de la crisis surgida a raíz de la pandemia no se limitan a las prisiones, sino involucra a toda la Administración estadounidense, presidida por Donald Trump, en momentos en que el país norteamericano encabeza la lista de los países más afectados por la COVID-19, con más de 524 000 casos de contagio.
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