Publicada: lunes, 11 de noviembre de 2019 10:49
Actualizada: martes, 12 de noviembre de 2019 11:47

En Bolivia, el ya expresidente Evo Morales, tras el golpe de Estado en su contra, ha renunciado a su cargo pese a ganar las elecciones.

América se encuentra atravesando por un momento de verdadera crisis regional en la que lo primero que se encuentra en cuestión es la vigencia del patrón de poder que recorre a la totalidad del Sur del continente, desde la frontera Norte de México hasta la Tierra del Fuego, en Argentina. Múltiples intereses se están reorganizando desde hace algunos años, cuando las fortalezas y el estatuto hegemónico de los proyectos de gobierno progresista, inaugurados a principios de este siglo, comenzaron a perder su impulso orgánico y a ser cada vez más asediados por intereses contrarios; buscando abrir y hacer sangrar las porosidades presentes en los débiles equilibrios de fuerzas que los llevaron y los mantuvieron en el control del Estado y de su andamiaje gubernamental durante una década.

En términos generales, y quizás un tanto simplistas, hoy la región se encuentra en disputa por dos potencias en tensión, hasta cierto punto simétricas (o por lo menos ahora no tan asimétricas) dentro del marco de referencia que provee la disputa hegemónica global: por un lado, las fuerzas progresistas construidas desde la base, durante una década, por estos gobiernos; y por el otro, la articulación de los intereses que siempre les fueron reaccionarios y las nuevas clases sociales y grupos de poder que el propio progresismo formó, nutrió e hizo crecer no tanto porque quisiera minar su propia hegemonía, sino porque fueron resultado de las políticas sociales de masas que, en cierto sentido, les aburguesaron (estratos medios que en un corto periodo de tiempo escalaron la pirámide socioeconómica nacional hacia deciles más altos y mejor acomodados).

En su escala regional, eso se ve reflejado en los contrastes hoy tan palpables y tan polarizantes que se abren entre gobiernos abiertamente militaristas (Brasil) y sus opuestos con vocación y principios revolucionarios vigentes (Cuba). Lo que hay en el medio son un montón de matices que, no obstante su amplio espectro, se mantienen en línea con ese rango de polarización que domina en el grueso de los conflictos sociales vigentes. Los niveles a los cuales ha escalado la violencia en momentos de resistencia social como en Ecuador y Chile, frente a los ajustes fondomonetaristas, dan cuenta de ello.

La reciente excarcelación de Luiz Inácio Lula da Silva y el triunfo electoral de Fernández-Fernández han acaparado la atención y han orientado los ánimos en dirección a un nostálgico optimismo que a ratos, de manera muy intensa, hizo creer a muchos círculos que el ciclo progresista estaba de vuelta, luego de un breve periodo de interrupción que ya se estaría agotando. La marcha atrás del Gobierno ecuatoriano respecto del alza de precios a los combustibles y el cambio de gabinete en el Gobierno de chile, por su parte, se sumaron a esa construcción narrativa que poco a poco iba perfilando que quizá las cosas podrían regresar al cauce en el que se encontraban cuando convergieron Chávez, Lula, Evo, Cristina Fernández, Correa y Mujica. 

¡Nada más lejos de la violenta realidad que se oculta en los conflictos vigentes en esos países!

Bolivia es el eslabón más reciente, con un golpe consumado este diez de noviembre; golpe que, además, ya perfila algunos de sus rasgos más fascistoides: la persecución del presidente Morales y su vice, García Linera; pero también la amenaza de muerte al resto de su gabinete y a un cúmulo de funcionarios gubernamentales que o bien se encuentran en estado de sitio o de experimentar en carne propia los procesos de detenciones masivas que caracterizaron a las dictaduras cívico-militares del siglo pasado. En cualquier caso, lo que ya es una realidad es que varias ciudades ya arden en llamas porque el golpismo utilizó como táctica de guerra la incineración de los hogares de funcionarios, políticos y líderes sindicales afines al Movimiento Al Socialismo (MAS).

La coyuntura específica del golpe se dio a partir de los comicios celebrados el pasado veinte de octubre, en los que el MAS y la fórmula Morales-García Linera obtuvo el triunfo sin necesidad de tener que irse a segunda vuelta electoral. Desde entonces, y hasta hoy, el Gobierno electo de Evo procuró ofrecer las mayores concesiones políticas posibles para que la violencia desplegada por la derecha no escalara. La voracidad de ésta, no obstante, no disminuyó, sino que se radicalizó y llegó hasta la consumación del golpe con la declaratoria del ejército boliviano, el mismo día diez por la noche, de expedir una orden de aprehensión en contra de Evo Morales.

Los esfuerzos del Gobierno de Evo para evitar este escenario fueron múltiples y no fueron de consecuencias menores. No únicamente se decidió establecer, en primera instancia, una mesa de diálogo y concertación políticas, sino que, al no ser aceptada por el golpismo, se prosiguió con aceptar una auditoría de la Organización de Estados Americanos (OEA) a la totalidad del proceso electoral. Y cuando ésta emitió su resolutivo (que solo ratificó su desconocimiento de los resultados y acentuó su exigencia de reponer el proceso electoral), el Gobierno cedió y aceptó reponer la elección. Hubo un momento, inclusive, en el que se optó por reestablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos (el siete de noviembre pasado), luego de once años de haber roto lazos.

Los grupos golpistas, por supuesto, aceptaron todas las concesiones realizadas pero no disminuyeron su beligerancia. Los llamados del Gobierno de Evo a la pacificación y a las bases del MAS a defender el voto no sirvieron ante un cúmulo intereses que por las calles ya exigían destape una guerra civil, y que en ningún momento fueron controladas y menos aún reprimidas por las instituciones del Estado. El presidente y su vice comenzaron a ser abandonados el fin de semana (del nueve y el diez de noviembre) cuando, en primera instancia, la Central Obrera Boliviana retiró su apoyo a Evo y Linera y les exigió restituir el proceso electoral, para luego ser un abandono aún más profundo cuando los ministros de su gabinete y gobernadores locales renunciaron en masa a sus cargos.

El Ejército selló el golpe en el momento en que exigió a Evo renunciar para mantener la estabilidad; solo para que en acto seguido exigiese su encarcelamiento, esa misma noche. En el fondo, lo que se perfila con el ejército controlando el Estado y al andamiaje gubernamental es una carnicería en la que el objetivo fundamental será depurar a los liderazgos constituidos en la década pasada, y así llevar a su mínima expresión las posibilidades de que las bases del MAS resistan y se recuperen.

Las fuerzas de izquierda en el continente se pronunciaron de inmediato respecto del conflicto y gobiernos como el de México ofrecieron el recurso del asilo diplomático ante la inminente catástrofe que se avecina. Pero lo cierto es que Estados Unidos y sus brazos armados en América han aprendido algo de su propia historia golpista y de los recientes eventos en el continente. La embajada de México en Bolivia fue cercada hacia el anochecer y el presidente, así como muchos y muchas funcionarias de su Gobierno, no cuentan con los medios expeditos para abandonar el país.

Durante trece años, el Gobierno de Evo Morales y el vicepresidente Álvaro García Linera sorteó el destino que el capital transnacional y los Estados coloniales de Occidente le fueron labrando al resto de América. Cada uno, a su manera, fue cayendo. Los últimos años solo Cuba, Venezuela y Bolivia se mantuvieron en la resistencia. Sin embargo, la restitución, poco a poco, de las fuerzas de izquierda que en estos días se han venido sucediendo (excarcelación de Lula, Victoria del Frente en Argentina, el Morenismo en México, la resistencia en Centroamérica, Cuba y Venezuela ante nuevas formas de hacer la guerra) tiene como correlato imperativo impedir, a toda costa, la conformación de un nuevo bloque que ahora sí sea continental, ya con México en sintonía.

La convergencia de Correa y Fernández en México, la misma semana, días después de la victoria del MAS, en Bolivia; y días antes de la excarcelación de Lula, en Brasil; presenta ese tamiz. La reactivación del discurso estadounidense que plantea reconocer a los carteles del narcotráfico como grupos terroristas (luego de los eventos en Culiacán) se inscribe, también, en esa tesitura, toda vez que posibilita justificar una intervención en México bajo el velo de la guerra global en contra del terrorismo. 

Evo, sin duda, concedió tanto y decidió renunciar para no llevar a su sociedad a una guerra civil en la que la represión adquirirse proporciones mayores a las presentes en Argentina, Brasil y Chile. Qué tanto esa serie de decisiones fueron errores estratégicos de cara al golpismo eso es algo que está por verse. Pero lo que es un hecho es que al gobierno del MAS lo dejaron solo y lo traicionaron los intereses que su propia trayectoria histórica fortaleció durante una década.

Escrito por Ricardo Orozco, Internacionalista por la Universidad Nacional Autónoma de México @r_zco