Publicada: sábado, 8 de noviembre de 2025 14:59

Irán ha convertido el desarrollo de drones en un pilar clave de su soberanía tecnológica, enfrentando sanciones y redefiniendo su estrategia militar y geopolítica.

Por: Xavier Villar

En el panorama global del siglo XXI, la tecnología se ha convertido en una de las principales fuentes de poder y autonomía. Ya no basta con tener un ejército fuerte o acceso a recursos naturales: la independencia real depende de la capacidad de un país para desarrollar sus propias soluciones tecnológicas y sostener su estrategia sin depender de otros. En ese sentido, Irán ha hecho de los drones un pilar de su soberanía, una herramienta que combina innovación, resiliencia y ambición política.

Más que simples dispositivos militares, los vehículos aéreos no tripulados (UAV) simbolizan una respuesta a décadas de sanciones y presiones externas. Frente al aislamiento, Teherán apostó por la autosuficiencia y logró convertir una necesidad en ventaja estratégica. Su programa de drones, que abarca desde labores de vigilancia hasta operaciones de precisión, refleja no solo un avance técnico, sino una reafirmación de su independencia en un sistema internacional que se fragmenta y reconfigura.

En un mundo donde las grandes potencias intentan preservar su influencia, Irán ha encontrado en la tecnología un lenguaje propio de poder. Sus drones son algo más que armas: representan la determinación de un país por mantener su margen de decisión y proteger sus intereses sin someterse a la lógica de otros. Son, en definitiva, una declaración de soberanía en tiempos de incertidumbre global.

Según documentos de referencia como el U.S. Unmanned Systems Integrated Roadmap, los sistemas no tripulados se han consolidado como el segmento de crecimiento más acelerado dentro de la industria aeroespacial mundial. No se trata de una simple evolución tecnológica, sino de un cambio de paradigma que redefine la naturaleza misma del poder aéreo. Las estimaciones del sector apuntan a que la proporción de drones en las fuerzas aéreas más avanzadas ha pasado de ser prácticamente nula en los años ochenta a rondar hoy el 23 %, mientras que las aeronaves tripuladas retroceden de forma sostenida.

Irán, a contracorriente de las previsiones de buena parte de los analistas occidentales, no solo ha comprendido el alcance de esta transformación, sino que la ha incorporado como piedra angular de su estrategia de defensa. Allí donde otros ven una herramienta complementaria, Teherán ha identificado un vector de autonomía tecnológica y de proyección regional, integrando los drones en una doctrina que combina disuasión, autosuficiencia y adaptación a los nuevos equilibrios del poder global.

La Génesis de la Resiliencia: Las Sanciones como Motor de Innovación

Durante años, la narrativa dominante en Washington y en varias capitales occidentales ha retratado a Irán como un país aislado, tecnológicamente rezagado y condenado a la obsolescencia militar bajo el peso de las sanciones internacionales. Pero esa lectura pasa por alto un hecho esencial: la presión sostenida no solo castiga, también moldea. En el caso iraní, las sanciones no destruyeron su capacidad tecnológica; la transformaron en una fuerza de invención y autonomía.

Privado del acceso a los mercados globales de defensa, el aparato de seguridad de la República Islámica se vio forzado a mirar hacia dentro. Más que una elección política, fue una cuestión de supervivencia estratégica. Planes nacionales como el Programa Integral de Desarrollo Aeroespacial o el Sexto Plan Quinquenal de Desarrollo formalizaron esa orientación, haciendo de la autosuficiencia tecnológica un principio rector. De esa presión nació una industria de drones local, adaptable y sorprendentemente eficiente, capaz de producir sistemas funcionales y asequibles que ofrecen una combinación única de simplicidad, coste reducido y capacidad operativa.

El dron se convirtió así en una respuesta a los dilemas estructurales de la defensa iraní. Permite obtener inteligencia, vigilancia y reconocimiento a bajo costo, proyectar fuerza sin arriesgar vidas humanas y mantener la producción dentro de fronteras, al margen del cerco económico. La familia Shahed —con el ya célebre Shahed-136 a la cabeza— sintetiza esta filosofía: tecnología suficiente, producción masiva y resiliencia industrial. En un entorno de asimetrías globales, Irán ha conseguido transformar la escasez en una estrategia y la sanción en un incentivo para innovar.

Una Doctrina Geopolítica con Alas: Más Allá del Campo de Batalla

El papel de los drones iraníes no puede entenderse sin atender al tablero geopolítico en el que se despliega la estrategia de Teherán. Rodeado de bases militares estadounidenses y enfrentado a rivales regionales con acceso privilegiado a la tecnología occidental —como Arabia Saudí e Israel—, Irán ha articulado una doctrina de “disuasión por negación”, sustentada en la guerra asimétrica. En este marco, los UAVs se han convertido en el instrumento más versátil y eficaz de su estrategia defensiva.

Estos sistemas permiten a Irán ejercer lo que algunos teóricos denominan “poder de negación”: la capacidad de impedir a un adversario más poderoso el control pleno de un espacio o de imponerle un coste inasumible por intentar hacerlo. Drones de bajo coste —o transferidos a actores aliados como Hezbolá en Líbano o los hutíes en Yemen— pueden amenazar infraestructuras críticas, buques mercantes o instalaciones energéticas, modificando así el cálculo estratégico de potencias regionales y globales. Un dron kamikaze de apenas unos miles de dólares puede dañar un buque de guerra valorado en miles de millones o paralizar temporalmente el suministro de petróleo, alterando el equilibrio del poder con un gasto mínimo.

El impacto de los drones iraníes, junto con el programa de misiles del país, trasciende el ámbito estrictamente militar. Su desarrollo y despliegue han reforzado la posición de Irán en el tablero diplomático, al proporcionar a Teherán un margen de maniobra adicional frente a Occidente. La proliferación de estos sistemas actúa como un recordatorio constante en Washington o Tel Aviv de que un enfrentamiento directo con Irán tendría costes difíciles de calcular. 

El Shahed y el cambio de paradigma: ampliando el acceso a la capacidad aérea

Que el dron ha venido para quedarse en el horizonte de la guerra contemporánea es ya un lugar común. Pero su importancia no es solo tecnológica: supone también una ampliación del acceso a capacidades aéreas que hasta hace poco estaban reservadas a potencias con presupuestos militares desorbitados.

El Shahed-136 ilustra bien esa lógica. Su diseño evita la complejidad —y el coste— de aeronaves invisibles al radar como el RQ-170 (del que Irán afirmó disponer para ingeniería inversa) y adopta, en cambio, una filosofía de suficiencia: motor económico, navegación por GPS (con sus limitaciones conocidas) y una carga útil significativa. En la práctica, funciona como un misil de bajo coste pensado para producción en serie y uso reiterado.

Esa sencillez es una virtud operativa: facilita la fabricación masiva, el mantenimiento y la puesta en servicio por actores con recursos limitados, y permite saturar defensas diseñadas para neutralizar unas pocas amenazas de alto valor. Frente a una batería antiaérea concebida para interceptar objetivos selectos, una oleada de decenas o cientos de Shahed plantea un dilema táctico y económico: neutralizar cada unidad con misiles sofisticados puede resultar mucho más caro que el propio dron, provocando un desgaste sostenido del defensor.

El efecto estratégico es claro. Este enfoque obliga a revisar doctrinas todavía ancladas en la superioridad tecnológica cualitativa: la innovación no siempre es la carrera por lo más avanzado, sino la capacidad de diseñar sistemas que exploten, con pragmatismo, las vulnerabilidades operativas y económicas del adversario. En ese sentido, la necesidad —ser frugal bajo sanciones y restricciones— se convierte en una ventaja operativa y en una lección contemporánea de asimetría.

La respuesta occidental y los límites del poder blando

La reacción de Estados Unidos y sus aliados ante este desafío ha sido, hasta ahora, esencialmente reactiva y centrada en la dimensión militar. Las prioridades han pasado por desarrollar contramedidas antidrones más eficaces y endurecer las sanciones para restringir la cadena de suministro iraní. Aunque estas medidas pueden tener sentido desde un punto de vista táctico, se quedan en la superficie del problema: el programa de drones de Irán no es la causa, sino la consecuencia de una política de presión sostenida que ha reforzado su empeño en lograr una autonomía estratégica.

El llamado “poder blando” occidental —la capacidad de influir a través de la atracción cultural y los valores— muestra sus límites frente a un Estado que define su identidad precisamente en oposición a esa influencia. En el caso de Irán, la resistencia a la hegemonía occidental forma parte de su relato fundacional. Las sanciones, lejos de debilitar ese relato, lo han fortalecido: han servido para justificar una movilización nacional en torno a la autosuficiencia tecnológica y la defensa de la soberanía. La estrategia de “máxima presión” ha terminado, así, por alimentar la misma dinámica que pretendía contener.

El desafío para Occidente no reside únicamente en cómo neutralizar drones Shahed, sino en cómo gestionar el ascenso de un actor que ha aprendido a transformar la adversidad en influencia. Requiere una revisión estratégica que vaya más allá de la respuesta militar y considere las dimensiones políticas, tecnológicas y diplomáticas del fenómeno. Irán, a través de su persistencia y su desarrollo tecnológico, ha logrado situarse como un interlocutor ineludible en la configuración del nuevo equilibrio de seguridad regional.

Conclusión: Soberanía tecnológica en la era de la incertidumbre

El programa de drones de Irán representa, en última instancia, la expresión de una búsqueda persistente de soberanía tecnológica. En un contexto internacional en el que la tecnología se ha convertido tanto en instrumento de poder como en herramienta de exclusión, la capacidad de desarrollar sistemas estratégicos de forma autónoma es un factor esencial de la seguridad nacional. Para Teherán, no se trata de una ambición opcional, sino de una condición de supervivencia política y estratégica.

Más allá de la imagen de un Estado aislado que recurre a soluciones improvisadas, la trayectoria iraní en el ámbito de los UAVs refleja una política deliberada y coherente, integrada en su planificación de largo plazo. Las sanciones y el aislamiento no frenaron ese proceso; lo moldearon. En lugar de competir en el terreno de la sofisticación tecnológica absoluta, Irán optó por la resiliencia, la eficiencia y el aprovechamiento inteligente de la asimetría como base de su doctrina defensiva.

El auge de sus drones no constituye solo un logro militar, sino también un relato sobre adaptación y autonomía en un entorno internacional cada vez más fragmentado. Simboliza el fin de un monopolio occidental en determinadas áreas de la tecnología militar y anticipa un escenario más plural, donde actores intermedios pueden alterar los equilibrios de poder mediante innovaciones de bajo coste y alta eficacia.

Ignorar este fenómeno o interpretarlo únicamente como una amenaza sería reducir su significado. El futuro de la guerra se libra, en parte, desde el aire y a distancia, pero su trasfondo es profundamente político: se trata de quién controla la tecnología y, con ella, la capacidad de decidir su propio destino. En ese terreno, Irán ha demostrado una capacidad de adaptación que obliga a revisar las viejas categorías del poder en el siglo XXI.