Publicada: jueves, 6 de noviembre de 2025 3:43

La escena internacional del Golfo Pérsico da la impresión, a menudo, de ser un tablero marcado por inercias históricas, rivalidades profundas y alianzas de geometría variable.

Por: Xavier Villar

La reciente exhortación del ministro de Asuntos Exteriores de Omán, Badr al-Busaidi, para que el Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico (CCG) adopte una política activa y permanente de consenso con la República Islámica de Irán no es simple cortesía diplomática: responde a la sedimentación de dos décadas de realismo geopolítico. Para los actores regionales, las estrategias que buscan aislar a Irán han demostrado ser tan costosas como ilusorias; la República Islámica se ha revelado como un pilar insoslayable en el equilibrio estratégico de la región, resistiendo a las presiones externas y articulando una capacidad de influencia transversal que transforma la política de bloque en un paradigma obsoleto.

El Diálogo que Reconfigura el Golfo Pérsico

En el contexto descrito, el Diálogo de Manama —foro auspiciado por potencias occidentales y países alineados con Estados Unidos e Israel— materializa el recorrido de los viejos dogmas hacia un nuevo horizonte. Las palabras de Al-Busaidi resonaron como la refutación paciente de décadas de exclusión: “El CCG ha sido un mero espectador; Irán permaneció aislado”. Imposible no leer entre líneas el reconocimiento de que esa política, basada en la contención y el desacoplamiento, ha sido incapaz de alterar la realidad geopolítica del Golfo Pérsico. La guerra en Gaza, el papel del “Eje de la Resistencia”, la lógica estructural de las alianzas—todo señala que Irán es demasiado resistente y capaz para ser neutralizado por instrumentos de presión clásicos.

Irán, por su parte, no muestra señales de repliegue. La lógica de presión económica y militar, las sanciones financieras, así como la marginación diplomática, han servido para afianzar el sentido de autoafirmación del régimen. En la última década, Teherán ha adaptado una estrategia de diplomacia resiliente: manteniendo su protagonismo geopolítico, consolidando alianzas con actores subestatales y orientando sus herramientas de influencia hacia la seguridad energética, el control marítimo y la proyección de poder blando y duro. Cada intento de aislamiento parece haber forjado una capacidad de reacción más sofisticada.​

La Constancia Omaní: Canal y Contrapeso

La credibilidad de Omán para liderar esta transición está sustentada en un legado diplomático singular. Mascate no ha sido solamente el país árabe que mantuvo los canales abiertos con Irán cuando otros preferían la confrontación; es, ante todo, el arquitecto de un mecanismo de canalización de tensiones que ha permitido gestas históricas como la negociación nuclear con Estados Unidos —cinco rondas celebradas en suelo omaní—, la mediación en crisis de rehenes, la gestión de fondos bloqueados y la articulación de acuerdos energéticos estratégicos.

Esta constancia no es casual. Mientras las potencias occidentales respondían a la volatilidad interna y la presión de sus aliados con sanciones y amenazas, Omán sumaba logros a través de una diplomacia pragmática que entiende que las soluciones duraderas no dependen de ultimátums, sino de reconocimiento mutuo y construcción paulatina de confianza. Para Teherán, Mascate resulta el interlocutor ideal: un país no atado a los vaivenes estadounidenses ni a la lógica de seguridad del Golfo Pérsico, sino que privilegia la autonomía y la estabilidad mediante contactos discretos y persistentes.

La elección de Omán para transmitir mensajes a Washington y canalizar respuestas diplomáticas ilustra un principio elemental: la confianza no es fruto de gestos efímeros, sino de coherencia y neutralidad. En ese espacio, Irán ha podido negociar, ajustar posturas, y explorar alternativas al conflicto, sin que ello suponga debilidad estructural.

El desgaste de las alternativas

El contrapeso inmediato es la estrategia de los Emiratos Árabes Unidos, que desde los Acuerdos de Abraham apostaron por una normalización con Israel como vía para potenciar su proyección económica y geopolítica. Sin embargo, la ofensiva israelí en Gaza ha transformado esa alianza en un pasivo estratégico: ha deteriorado la imagen de Abu Dabi en la esfera árabe y ha reducido su margen de maniobra como posible mediador regional.

A este deterioro se suma el creciente cuestionamiento internacional al papel emiratí en el conflicto sudanés. Diversos informes apuntan a que su apoyo —directo o indirecto— a facciones involucradas en la actual campaña de violencia masiva en Sudán ha comprometido su credibilidad y ha vinculado su política exterior a un escenario percibido por muchos como de complicidad con crímenes de guerra.

Para Irán, la presencia militar israelí y la cooperación en seguridad con el gabinete de Netanyahu neutralizan cualquier posibilidad de diálogo genuino. En ese contexto, el canal omaní no es accesorio: constituye el eslabón esencial sobre el cual se articula el nuevo realismo del Golfo Pérsico.

Abu Dabi ve hoy frustrada su proyección por una doble limitación: la asociación con un socio implicado en una ofensiva condenada internacionalmente, y la dificultad de sostener una narrativa creíble que le permita presentarse como puente entre Occidente e Irán. En consecuencia, su política de alineación no ha ampliado, sino restringido, sus opciones estratégicas.

Hacia un Nuevo Equilibrio Regional

La propuesta de Omán —crear un mecanismo integral para el diálogo con todos los países de la región, Irán incluido— es la síntesis pragmática de la seguridad indivisible del Golfo Pérsico. No puede asegurarse la estabilidad del Estrecho de Ormuz ni proteger las cadenas logísticas de energía si se excluye a Teherán, actor costero de influencia permanente. El planteamiento encuentra eco en la distensión saudí-iraní, facilitada por China y cuajada por la visión estratégica del Gobierno de Riad, que ha entendido que la confrontación con Irán es incongruente con los objetivos económicos y políticos de su propia Visión 2030.

Irán, por su parte, actúa en plena sintonía con esta lógica regional. Más que un giro, su discurso oficial refleja la continuidad de una visión estratégica que prioriza la cooperación y el equilibrio entre los actores del Golfo Pérsico. Teherán ha subrayado la necesidad de una cooperación integral con todos los actores regionales, promoviendo la apertura de una nueva etapa y enfatizando la urgencia de fortalecer los lazos islámicos a través de la economía, la seguridad y la cultura compartida. Esta diplomacia activa no constituye un cambio táctico, sino la reafirmación de una política exterior coherente, orientada a la autonomía y a la defensa de la soberanía regional frente a actores extrarregionales, así como al impulso de nuevos corredores comerciales con Catar y Kuwait.

Los Retos de la Diplomacia Multilateral

La insistencia de Omán en el diálogo responde menos a simpatías ideológicas que al frío cálculo de intereses nacionales y regionales. La estabilidad requiere canales de contención de crisis y comunicación fluida y constante, máxime en contextos de máxima tensión donde las alternativas son la escalada o el enfrentamiento. Lo que está en juego es la prosperidad de los pueblos en el Golfo Pérsico y la capacidad de sus gobiernos para dotar de previsibilidad a la arquitectura energética: cualquier espiral de conflicto favorece solo a los actores externos, que han convertido la dependencia de seguridad en un negocio inextinguible.

Irán, por su parte, rechaza cualquier intento de intervención occidental en los asuntos regionales, denunciando tanto las acusaciones infundadas del CCG sobre las islas estratégicas del Golfo Pérsico como las presiones europeas sobre su programa nuclear y sus capacidades de defensa misilística. Desde la perspectiva del gobierno de Teherán, la estrategia occidental persiste en un enfoque divisivo, que instrumentaliza los conflictos y promueve una línea de “desescalada” que ignora tanto las vulnerabilidades legítimas como el derecho del país persa a su autoafirmación nacional.

Ante este paisaje, la pregunta ya no es si Irán debe ser parte de la arquitectura de seguridad, sino cómo articular un modelo en que la diferencia, la competencia y la confrontación se gestionen sin recurrir sistemáticamente a la exclusión o la polarización.

El Futuro del Golfo Pérsico: Integración y Realismo

La era de aislamiento de Irán, como estrategia, ha concluido. Los países del CCG han entendido, o deberían, que el precipitante esencial de cualquier nueva fase debe ser la cooperación estable y el reconocimiento mutuo. Los mecanismos institucionales, los foros multilaterales y las cumbres regionales incorporan a Irán como actor legítimo y necesario, multiplicando la racionalidad de la seguridad colectiva y desmenuzando los mitos de “gran rival” que han caracterizado el relato occidental durante más de cuatro décadas.

Omán, a través de la mediación silenciosa y paciente, presenta el modelo más sostenible: el canal de Mascate ha demostrado ser el espacio natural para la contención de crisis y la negociación de compromisos. Tanto Irán como Occidente han aprendido que la diplomacia indirecta, cuando se ejerce sobre la base del respeto mutuo, puede desbloquear soluciones que el maximalismo militar y la lógica de las sanciones han saboteado sistemáticamente.

La integración progresiva de Irán en el circuito económico del Golfo Pérsico, los proyectos energéticos comunes, la gestión balanceada de las rutas marítimas y el cumplimiento riguroso de acuerdos de seguridad multiplican la resiliencia colectiva. En ese sentido, Mascate y Teherán consolidan una visión mucho menos ideológica, más tecnocrática y calculadora, que prioriza la supervivencia frente al riesgo y la prosperidad frente a la exclusión.

Irán ante los nuevos retos mundiales

No obstante, la situación no es sencilla. El contexto internacional permanece marcado por presiones contradictorias: la guerra en Gaza, las relaciones tensas con Israel, el pulso geoeconómico global y la volatilidad en el mar Rojo y el estrecho de Ormuz condicionan los márgenes de maniobra. Irán continúa enfrentando acusaciones de intervención y movilización en distintos frentes de crisis, al tiempo que defiende su papel como potencia con pleno derecho soberano a desarrollar capacidades defensivas y comerciales.

La diplomacia iraní se articula como un equilibrio entre tradición y apertura cautelosa, combinando resistencia ideológica con llamadas al compromiso regional. El enfoque promovido por Omán emerge como la única vía viable para garantizar la paz, la seguridad y el desarrollo en el Golfo Pérsico.

La reconfiguración de la región requiere superar el ciclo de enfrentamientos y amenazas. La integración gradual de Irán, facilitada por la mediación omaní y la contención prudente de los actores regionales, apunta un camino claro. Los desafíos persisten, pero la oportunidad de transformar el Golfo Pérsico en una comunidad de seguridad y prosperidad compartida nunca ha sido tan tangible.