Por Xavier Villar
Durante dos días consecutivos, equipos de bomberos han luchado por controlar las llamas que han obligado a evacuar a miles de personas y a cerrar importantes rutas de comunicación. La emergencia, que ha tomado un cariz internacional, llevó a Benjamín Netanyahu a declarar el estado de emergencia nacional y solicitar ayuda internacional. Si bien las imágenes de los bomberos luchando contra el fuego son impactantes, esta catástrofe sirve como una llamada de atención sobre las capas más profundas del paisaje y la historia que arde en esas llamas.
Los incendios no solo son un fenómeno natural, sino que arrojan luz sobre un aspecto profundamente colonial del territorio. El fuego consume, de manera simbólica y literal, un paisaje creado bajo un proyecto que, en sus inicios, se centró en la transformación de la tierra con un fin político, más allá de lo meramente agrícola o ecológico. Los bosques que ahora están en llamas no son el resultado de una naturaleza originaria, sino de una intervención foránea: el Fondo Nacional Judío (JNF) plantó especies de árboles como el pino y el eucalipto, provenientes de Europa y Australia, en su mayoría altamente inflamables y sedientos de agua. Estos árboles fueron plantados sobre las ruinas de aldeas palestinas destruidas durante la Nakba de 1948, un acto simbólico que oculta la violencia de la colonización sionista detrás de un manto de vegetación.
La forestación en la Palestina ocupada fue uno de los pilares de la construcción del Estado israelí, impulsada no solo por motivos agrícolas, sino como una herramienta de consolidación identitaria y control territorial. El primer ministro David Ben Gurion, en su discurso inaugural en el parlamento (Knesset) en 1951, convocó a la nación a “hacer florecer el desierto”. Esta frase, que se ha convertido en uno de los mitos fundacionales más representativos del sionismo, no solo apelaba a la creación de una nueva nación, sino a la recreación de una tierra “vacía” que debía ser transformada por la mano del hombre, específicamente por la mano de los colonos sionistas. A través de la plantación de estos árboles, Ben Gurion pretendía no solo crear empleo y fortalecer la relación emocional de los inmigrantes con la tierra, sino también construir un vínculo simbólico con el territorio. La forestación fue un acto de apropiación de la tierra, de transformación del paisaje y de creación de una nueva narrativa nacional que borraba las huellas de los pueblos palestinos desplazados.
Este proceso se inscribe dentro de una de las ideologías coloniales más persistentes: el mito de la Terra Nullius, la idea de una tierra sin pueblo, que los colonos sionistas encontraron vacía y, por lo tanto, disponible para ser colonizada. Según este mito, Palestina era un territorio deshabitado, un desierto inhóspito que solo adquirió valor con la llegada de los colonos sionistas. Este relato, aún presente en el discurso israelí contemporáneo, se apoya en la idea de que el pueblo judío era el único capaz de “redimir” la tierra y hacerla prosperar. Bajo este marco, los palestinos no solo eran invisibles, sino considerados incapaces de cultivar su propia tierra, lo que justificaba la colonización.
El mito de “hacer florecer el desierto” es un ejemplo claro de la forma en que los colonos sionistas utilizaron la retórica de la civilización para legitimar el despojo y la destrucción de comunidades palestinas. Esta narrativa se construye sobre los estereotipos orientalistas que describen a Asia Occidental (Oriente Medio) como un lugar atrasado, primitivo y decadente, en el que, según la visión colonial, solo los europeos (o, en este caso, los judíos europeos) podían “civilizar” la tierra. Al mismo tiempo, se trataba de un proyecto que despojó a los palestinos no solo de sus tierras, sino también de su historia, identidad y derechos. La ocupación de Palestina, en su vertiente colonial, no solo se materializó en la apropiación de los territorios, sino en la transformación del paisaje para borrar cualquier rastro de la presencia palestina.
El Eje de Resistencia y la República Islámica: La resistencia anticolonial enraizada en una gramática islámica
En este contexto, la presencia política de la República Islámica de Irán y el Eje de Resistencia se erigen como una respuesta anticolonial al proyecto de colonización sionista. Desde su fundación en 1979, la República Islámica ha ofrecido una perspectiva alternativa a la narrativa hegemónica que justifica el colonialismo sionista bajo el paraguas de la civilización y la “redención” del desierto. La resistencia islámica, articulada en gran medida a través de la figura de la Revolución Islámica y la posterior consolidación de Hezbolá, ha sido la principal fuerza política en la región que ha desafiado abiertamente las aspiraciones expansionistas de Israel.
El discurso anticolonial del Eje de Resistencia se basa en una gramática islámica que reconoce la lucha por la liberación de Palestina como parte de una lucha más amplia contra las estructuras coloniales globales. Este enfoque se opone no solo al colonialismo sionista, sino también a las dinámicas neocoloniales que han caracterizado la intervención de potencias extranjeras en la región. La lucha palestina es, en este contexto, una parte integral de la resistencia de los pueblos del Medio Oriente y más allá, contra las potencias coloniales que, en su afán de dominación, han reconfigurado las fronteras y los paisajes en función de sus propios intereses geopolíticos.
La oposición iraní al colonialismo sionista está íntimamente vinculada con una visión del islam que promueve la autodeterminación de los pueblos oprimidos y denuncia la injusticia. El discurso de la Revolución Islámica, con su énfasis en la justicia social, la lucha contra la tiranía y la unidad de los pueblos musulmanes, ha sido fundamental en la articulación de una resistencia que no solo rechaza el proyecto sionista, sino que también se opone a las formas de opresión que las potencias occidentales, en su mayoría aliadas de Israel, han perpetuado en la región.
Esta resistencia no solo combate la ocupación israelí, sino que también desafía la narrativa de la Terra Nullius y la alegación de que Palestina era una tierra vacía, esperando ser civilizada. En su lugar, los miembros del Eje de Resistencia promueven una visión anticolonial que defiende los derechos históricos de los palestinos a la autodeterminación y la recuperación de sus tierras.
La lucha contra el colonialismo sionista también ha dado lugar a un discurso de descolonización que se ha extendido más allá de las fronteras de Palestina. El Eje de Resistencia ha subrayado la importancia de la lucha no solo contra la ocupación israelí, sino también contra las estructuras de poder global que han sostenido el dominio de potencias extranjeras sobre el mundo árabe y musulmán. Esta visión se convierte en una especie de continuación de la lucha antiimperialista, desde una perspectiva islámica, que no solo cuestiona la ocupación de Palestina, sino también las intervenciones occidentales en otros contextos geopolíticos del mundo musulmán.
Conclusión
Los incendios forestales en Al-Quds (Jerusalén), más allá de ser un desastre ecológico, se presentan como un recordatorio del proyecto colonial que ha marcado la historia del sionismo. La forestación de Palestina, liderada por el JNF, no fue solo una intervención agrícola, sino un acto político de colonización, de reconfiguración del paisaje y de reescritura de la historia. Este proceso se enmarca en el mito fundacional de la Terra Nullius, que presentaba a Palestina como una tierra vacía, esperando ser civilizada.
En oposición a este proyecto, la República Islámica de Irán y el Eje de Resistencia ofrecen una narrativa alternativa, anclada en una gramática islámica anticolonial, que defiende la autodeterminación de los pueblos oprimidos y combate el colonialismo sionista. Esta resistencia, lejos de ser un fenómeno aislado, se articula como parte de una lucha más amplia contra las estructuras coloniales globales, que siguen operando bajo la hegemonía de potencias extranjeras.
Así, mientras el fuego consume los bosques plantados por el sionismo, deja al descubierto una historia que aún resiste, una lucha que sigue viva en la resistencia palestina y en el compromiso de aquellos que se oponen al colonialismo sionista.