Este es un discurso tan presente que incluso podemos encontrarlo en el interior de las propias comunidades musulmanas. El discurso identifica, o trata de identificar, que formas de ser musulmán son aceptadas y cuales otras deben ser rechazadas.
De manera general podemos decir que el “buen musulmán” es aquella persona que acepta el discurso de la modernidad, el liberalismo y la occidentalización. El “buen musulmán”, además, considera que el Islam no debe tener ningún tipo de relación con lo político.
El proyecto liberal, proyecto que estructura este binarismo del que estamos hablando, pretende reformar el Islam para que este deje de presentar resistencia al proyecto occidentalizador. Su principal objetivo es destruir el Islam anti-hegemónico -el tipo de Islam que podemos encontrar en la República Islámica-, y la identidad política asociada al mismo. El resultado que se busca es lo que podemos calificar como un Islam inocuo -del tipo que podemos encontrar en Arabia Saudí-. Un Islam que no pretende cambiar el mundo en sentido político.
Los “malos musulmanes” son aquellos que rechazan el proyecto liberal, aquellos que suponen una amenaza para occidente y para la ideología occidental. Es este tipo de musulmán el que debe ser identificado, y erradicado, si el proyecto liberal pretende ser hegemónico.
Estos “malos musulmanes” -aquellos que utilizan un discurso que busca que el Islam se convierta en el punto político central en las comunidades musulmanas-, entienden que lo político es imprescindible para construir un mundo nuevo. Un mundo nuevo que no considera a occidente como centro normativo. Estos “malos musulmanes” saben que una visión no política del Islam es una herramienta inservible, sin ningún tipo de agencia y totalmente a merced de la gramática occidental.
El Imam Jomeini, fundador de la República Islámica, explicó, de manera clara, la diferencia entre un Islam no político -el tipo de Islam aceptado por la gramática occidental-, y un Islam que pretende construir una identidad política autónoma:
“Si nosotros los musulmanes no hacemos otra cosa que rezar, rogar a Dios, e invocar su nombre, los imperialistas y los gobiernos opresores nos dejarán en paz. Si hubiésemos dicho: concentrémonos en la llamada a la oración durante 24 horas y digamos nuestras oraciones, o: dejemos que nos roben todo lo que tenemos, que Dios se hará cargo de ello, ya que no hay más poder que Dios y de esta forma seremos recompensados en el más allá. Si hubiésemos dicho todo eso, no nos habrían molestado”.
La figura del Imam Jomeini es vital para comprender como occidente fue desplazado del centro epistémico. Jomeini emplea un discurso que está basado, exclusivamente, en la tradición islámica, sin ningún tipo de relación con las doctrinas políticas occidentales. Es como si para él occidente no hubiese existido. Esto último no es algo menor. Es esa irrelevancia política de occidente lo que hace posible la identidad musulmana de manera autónoma. Una posibilidad temida por igual por el proyecto liberal como por el "buen musulmán".
La categoría de “buen musulmán” comparte con el proyecto liberal el objetivo de transformar el Islam desde dentro. El objetivo es conseguir un Islam “moderado”, compatible con Occidente y con el secularismo del mismo -el secularismo no hay que entenderlo como la mera ausencia de religión o su exclusión del espacio público, sino como un proyecto normativo que construye sus propios límites-. Pero este intento se encontró con el obstáculo de la Revolución Islámica. Podemos decir que después de la Revolución Islámica, Occidente fue finalmente provincializado. En otras palabras, Occidente no puede seguir diciendo, o pensando, que la vida política solo puede expresarse en lo que se conoce como Westernesse, el lenguaje nativo de la ideología occidental.
En Irán, la destrucción, política, del orden antiguo y la posterior reconstrucción de uno nuevo se hizo bajo el signo del Islam. Gracias a esto, los musulmanes fueron capaces de convertirse en agentes activos de la historia y en actores políticos relevantes, desmitificando el mito occidental que los consideraba, hasta entonces, como gente sin historia y sin futuro. El éxito de la Revolución no está en la destrucción de la dinastía Pahlavi, está en este descentramiento político de Occidente.
El “mal musulmán” se ha convertido en la metáfora de todo aquello que el eurocentrismo quiere eliminar. Pero esto no deja de ser un intento inútil, ya que Occidente no puede volver a situarse en el centro político de nuevo. A pesar de esta incapacidad, Occidente continúa presentado al “buen musulmán” como antídoto contra la presencia pública del “mal musulmán”. En la República Islámica también hay seguidores de esta visión, también encontramos “buenos musulmanes”-Soroush, Shabestari, entre otros-, que consideran que el Islam es una “religión” y no una manera legítima de gubernamentalidad.
El Islam moderado-liberal defiende una visión antipolítica. Y como el Imam Jomeini nos enseñó, no se puede construir un mundo post-occidental, un mundo político nuevo, sin lo político. Si seguimos el discurso liberal a lo máximo que podemos aspirar es a una crítica interna del proyecto occidental, pero nunca lograremos una identidad autónoma.
El “mal musulmán” es la posibilidad de ese nuevo mundo, un mundo donde aquellos considerados occidentales- Occidente es siempre una forma de pensar, una ideología, y no una localización física-, dejen de ser vistos como los únicos realmente humanos. El “mal musulmán” -al que podemos dar varios nombres: mostazafin, islamista....-, busca el desmantelamiento de ese orden colonial.
Por Xavier Villar
