Publicada: miércoles, 1 de octubre de 2025 5:15

Pacto de defensa entre Arabia Saudí y Pakistán redefine la seguridad en Asia Occidental y Meridional ante el declive del compromiso estadounidense.

Por: Mohammad Molaei *

En la compleja red de la geopolítica de Asia Occidental y Meridional, donde las alianzas suelen depender del precario equilibrio de poder, las dependencias energéticas y las afinidades ideológicas, la firma del pacto estratégico de defensa entre Pakistán y Arabia Saudí marca una evolución crucial.

Este acuerdo representa una maniobra calculada para fortalecer la alineación de las defensas entre ambos países de mayoría musulmana en un contexto de disminución del compromiso estadounidense. Basándose en análisis operacionales de pactos similares, como el tratado de seguridad entre EE.UU. y Japón o el extinto marco del CENTO, este convenio integra la interoperabilidad militar convencional con una disuasión extendida implícita, que podría alterar la dinámica de proyección de poder regional.

En esencia, el acuerdo formaliza un compromiso mutuo de defensa, estipulando que un ataque armado contra cualquiera de las partes se considera un ataque contra ambas, activando respuestas conjuntas bajo el Artículo 51 de la Carta de la ONU para la autodefensa colectiva.

Esta formulación remite al Artículo 5 de la OTAN, pero está adaptada a las amenazas híbridas del Golfo Pérsico, que abarcan no solo invasiones convencionales sino también guerras por poder, intrusiones cibernéticas y salvas de misiles balísticos. El pacto se fundamenta en un protocolo de 1982 que ya había facilitado el despliegue de tropas pakistaníes en Arabia Saudí —históricamente hasta 20 000 efectivos en roles de asesoría y entrenamiento—, pero ahora lo eleva a un marco integral para operaciones integradas.

Militarmente, el acuerdo abarca un espectro amplio de modalidades de cooperación. Los ejercicios conjuntos se intensificarán, basándose en maniobras bilaterales previas como la serie Al-Samsam, que ha perfeccionado maniobras de infantería mecanizada y guerra antitanque utilizando plataformas como los tanques principales de batalla Al-Jalid de Pakistán y las variantes M1A2 Abrams saudíes.

Las transferencias tecnológicas constituyen un pilar fundamental. Pakistán, con su robusta base industrial de defensa —incluyendo la producción de cazas multirrol JF-17 Thunder, codesarrollados con China— compartirá experiencia en vehículos aéreos no tripulados (drones) de bajo costo como el Burraq, equipado con municiones guiadas por láser para ataques de precisión.

 

A cambio, el arsenal saudí, potenciado por los petrodólares, ofrece acceso a avanzados sistemas de defensa aérea, como los interceptores THAAD (Defensa de Área de Gran Altitud Terminal), que podrían integrarse con el HQ-9/P pakistaní (variante de exportación del FD-2000 chino) para crear capas defensivas antimisiles balísticos.

La adquisición conjunta de armamento y la coproducción juegan un rol destacado, con disposiciones para empresas mixtas en tecnología misilística —aprovechando los misiles balísticos de alcance intermedio Shaheen-III de Pakistán, con un alcance de 2750 km— y suites de guerra electrónica.

El intercambio de inteligencia a través de enlaces de datos seguros mejorará la conciencia situacional, focalizándose en diversas amenazas. Logísticamente, el pacto facilita la base avanzada: las Fuerzas Especiales pakistaníes podrían integrarse con las Fuerzas de Intervención Rápida saudíes para operaciones antiterroristas, mientras que las instalaciones compartidas de mantenimiento para los F-15SA Eagles y los helicópteros AH-64E Apache optimizan la sustentación en conflictos prolongados.

Este esquema de sinergia operacional refleja cómo el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG-integrado por países árabes ribereños del Golfo Pérsico) integra activos aéreos bajo la Fuerza Escudo de la Península, pero con la infantería experimentada pakistaní aportando profundidad asimétrica.

La búsqueda saudí de este pacto surge de una recalibración pragmática de su postura de seguridad, impulsada por los imperativos de su Visión 2030 para reducir la dependencia del petróleo. Riad considera a Pakistán como una potencia regional de mayoría musulmana, con un ejército profesional de más de 650 000 efectivos activos, probado en campañas de contrainsurgencia contra el Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP) y capaz de despliegues rápidos mediante transportes C-130J Super Hercules.

Los objetivos del reino son múltiples: primero, cubrirse frente a la retirada estadounidense, evidenciada por las respuestas equívocas de Washington a los ataques de Abqaiq en 2019, que expusieron vulnerabilidades en las baterías Patriot PAC-3 saudíes, pese a su tasa de intercepción del 90 % contra amenazas subsónicas.

En segundo lugar, el pacto refuerza la disuasión frente al arsenal simétrico iraní, que incluye misiles balísticos de alcance medio y tácticos con alcance sobre toda la Península Arábiga. Al aliarse con Pakistán, Arabia Saudí obtiene acceso indirecto a un socio con capacidad nuclear, complementando su propio incipiente programa de enriquecimiento de uranio bajo supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA).

En términos económicos, asegura acceso preferencial a la mano de obra pakistaní —más de 2 millones de expatriados ya remiten miles de millones anualmente— y canaliza inversiones hacia el sector de defensa de Pakistán, como la modernización de Industrias Pesadas de Taxila (HIT, por sus siglas en inglés) para la coproducción de tanques Al-Zarrar.

Un punto crítico es si el pacto extiende el paraguas nuclear de Pakistán a Arabia Saudí. Se estima que Pakistán posee unas 170 ojivas, desplegables mediante misiles balísticos de alcance medio Ghauri (1500 km) o misiles de crucero lanzados desde aire Ra’ad desde plataformas F-16C/D, bajo una doctrina de “disuasión mínima creíble” centrada en India, pero adaptable a contingencias en Asia Occidental.

El texto del acuerdo mantiene una ambigüedad estratégica —sin mención explícita del intercambio nuclear—, pero declaraciones oficiales pakistaníes sugieren disponibilidad “si es necesario,” implicando una disuasión extendida similar a los compromisos estadounidenses con aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

 

Los análisis indican que no se trata de un arreglo formal de intercambio nuclear como el de las bombas B61 en Europa bajo la OTAN; más bien es una garantía de facto donde los activos pakistaníes podrían desplegarse de manera anticipada en situaciones extremas, posiblemente mediante misiles de crucero Babur-3 lanzados desde submarinos de clase Agosta 90B.

El financiamiento saudí ha respaldado históricamente el programa nuclear pakistaní, según cables estadounidenses desclasificados, pero los riesgos de proliferación persisten bajo el Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear, al que Pakistán no está adherido. El pacto evita cláusulas nucleares vinculantes para eludir el escrutinio de la AIEA, optando por un lenguaje de “todos los medios necesarios” que preserva la negabilidad.

Las repercusiones del pacto se extienden por toda la región, amplificando las líneas de fractura y complicando la dinámica A2/AD (Anti-Acceso/Negación de Área) del Golfo Pérsico. Para Asia Occidental en general, fortalece un nuevo bloque que podría integrarse con los drones del grupo Edge de los Emiratos Árabes Unidos o las patrullas navales de Baréin bajo las Fuerzas Marítimas Combinadas (CMF, por sus siglas en inglés). Esto podría intensificar conflictos por poder en Yemen, donde coaliciones lideradas por Arabia Saudí ya emplean asesores pakistaníes, o en Siria, tensando las zonas de desescalada mediadas por Rusia.

No obstante, el acuerdo no representa una amenaza para la República Islámica, dado el papel de Pakistán como su socio de seguridad más importante, subrayado por recientes acuerdos bilaterales sobre seguridad fronteriza, contraterrorismo y cooperación económica, incluyendo esfuerzos contra el contrabando y patrullajes conjuntos.

Irán ha acogido el pacto como un paso hacia la “cooperación integral entre naciones musulmanas,” reflejando intereses compartidos en la estabilidad regional a través de marcos como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).

La aclaración de Islamabad de que el acuerdo es “defensivo y no dirigido contra terceros países” resulta tranquilizadora, preservando vías económicas vitales como el gasoducto Irán-Pakistán (retrasado pero crucial para la seguridad energética pakistaní). Los patrullajes fronterizos conjuntos bajo el Memorando de Entendimiento de 2019 se mantienen, aunque el pacto podría desviar recursos paquistaníes, por ejemplo, reasignando unidades del Cuerpo Fronterizo desde operaciones anticontrabando hacia despliegues en el Golfo Pérsico.

Indicadores de fuentes abiertas revelan interés marcado de varias naciones por adherirse a este marco, con potencial para evolucionar hacia un escudo multilateral. Los Emiratos Árabes Unidos, con su flota de Mirage 2000-9 y ambiciones de una “OTAN del Golfo Pérsico”, encabezan la lista —los anteriores memorandos de defensa con Pakistán (incluyendo entrenamiento de pilotos) en Abu Dabi encajan perfectamente— y fuentes señalan negociaciones inminentes para integración.

Catar, a pesar de la base estadounidense en Al-Udeid, busca el pacto para diversificar su disuasión tras las heridas del bloqueo de 2022, con indicios de conversaciones exploratorias. Egipto emerge como candidato probable: la administración de Sisi busca financiamiento saudí para sus tanques T-90MS y podría aportar fuerzas expedicionarias, según análisis geopolíticos.

Baréin y Jordania, ya en coaliciones lideradas por Arabia Saudí, han expresado interés por canales diplomáticos, reforzando la interdicción marítima en el estrecho de Ormuz. Incluso Omán, tradicionalmente neutral, monitorea los desarrollos para un compromiso selectivo en operaciones antipiratería.

* Mohammad Molaei es un analista de asuntos militares radicado en Teherán.


Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.