En 2018, esta mujer fue testigo de la violencia y muerte que las armas de fuego son capaces de engendrar. Aún hoy, vive con las secuelas de sus lesiones y más que nada, una incalculable pérdida: su hija.
“La masacre en Uvalde comenzó el verano sangriento”, dicen algunos. Al contrario: la epidemia de violencia armada en Estados Unidos no es algo nuevo. Es proporcional a la cantidad de armas disponibles en el mercado y a la ineficacia —casi intencional— de la política de turno para prevenir el fácil acceso a las armas. Si bien se han propuesto numerosas legislaciones, estas mociones generalmente terminan derrotadas en el Congreso y más parecieran actos de relaciones públicas.
De acuerdo al Centro de Control de Enfermedades Contagiosas o CDC, tan solo en 2020 más de 45 000 muertes fueron ocasionadas por armas de fuego. En recientes tiroteos, la edad y salud mental del atacante, así como el acceso fácil a las armas, juegan roles importantes en eventos de indescriptible horror.
Otro aspecto que los legisladores parecen dejar de lado es cómo la lacra de la violencia armada afecta a las comunidades de color. Según estadísticas, los individuos pertenecientes a estos segmentos demográficos tiene mayor probabilidad de ser víctimas de las armas.
Marcelo Sánchez, Washington.
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