El agente Fábio José Cavalcante, de 39 años, murió el sábado por impactos de bala mientras estaba fuera de servicio en el municipio de São João de Meriti, en la Baixada Fluminense, la región metropolitana en el norte de Río de Janeiro con altos índices de criminalidad. Hombres armados le dispararon más de diez tiros, al menos uno de ellos en la cabeza.
Hace dos días murió también a tiros su colega Mabel Sampaio, de 53, en Sao Gonçalo, en el área metropolitana de Río de Janeiro, donde la policía lleva a cabo una "guerra" brutal contra los delincuentes y narcotraficantes.
En 2016 murieron 146 agentes de policía en el turbulento estado de Río de Janeiro, más de 100 mientras estaban fuera de servicio, según cifras proporcionadas por la Policía Militar (PM), encargada de la seguridad pública. Desde 1995, más de 3000 oficiales han muerto violentamente en esta ciudad.
La semana pasada, cientos de personas se manifestaron en la zona norte de Río de Janeiro para pedir el fin de la violencia y los tiroteos entre policías y narcotraficantes que dejaron siete muertos en varios días.
La inusitada y grave ola de criminalidad que sufre Río de Janeiro en los últimos meses obligó al Gobierno a reforzar la seguridad de la ciudad más emblemática de Brasil con cerca de 10.100 soldados, que, según el presidente brasileño, Michel Temer, permanecerán hasta finales de 2018.
La grave crisis económica y el desempleo aumentado desde la llegada al poder de Temer, ha contribuido a disparar los niveles de inseguridad y crímenes en el Río de Janeiro, con una media de veinte muertes violentas diarias.
Según Amnistía Internacional (AI), solo un año después de organizar los Juegos Olímpicos de 2016, Río de Janeiro sufrió una “crisis dramática en todos los niveles”, aunque las ONG de Brasil alertan contra el impacto de la militarización y consideran que un aumento de la policía y el ejército en las calles no es la solución al problema de violencia.
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