Publicada: martes, 8 de julio de 2025 21:14

¡Extra! ¡Extra! Israel lanza su nuevo proyecto estrella: una brillante, moderna y absolutamente “compasiva” Ciudad Humanitaria™ en Rafah.

Por Alberto García Watson

El objetivo, nos dicen, es ofrecer “refugio seguro” a cientos de miles de gazatíes que, ¡oh sorpresa!, casualmente ya no tienen hogar porque el ejército israelí los redujo a polvo humanitario en nombre de la seguridad.

Pero tranquilos: no es limpieza étnica, es gestión demográfica proactiva. Porque si algo ha demostrado la historia es que cuando un Estado empieza a encerrar a un pueblo entero en zonas valladas “por su seguridad”, y luego propone su traslado masivo a otro lugar, los resultados siempre son… digamos… históricamente infaustos.

Sí, cuesta decirlo sin que duela: el mundo ya vio esta película. En los años 30 y 40, un régimen supremacista europeo con una obsesión racial parecida descubrió la utilidad de las “relocalizaciones temporales”. Primero guetos, luego trenes, luego campos. Y también entonces se usaban palabras como “orden”, “reorganización” y “soluciones”. No eran vacaciones. Tampoco lo será esta versión levantina del horror.

Claro, Netanyahu no necesita trenes: tiene drones, bulldozers y propaganda digital. No hace falta ocultar la intención: basta con llamarla “humanitaria”. El objetivo sigue siendo el mismo: vaciar un territorio de su población originaria para hacerlo habitable para otros. Colonos. Elegidos. Preferidos.

Y mientras tanto, los gazatíes, más de dos millones de personas desplazadas forzosamente dentro de una franja sitiada, son tratados como carga logística incómoda: bolsas humanas que deben reubicarse “temporalmente” en Egipto, Jordania o la nebulosa nada. ¡Pero con cariño, eh! Con tiendas de campaña, agua cada tres días y atención médica para los que sobrevivan a los bombardeos quirúrgicamente humanitarios.

Y Europa, por supuesto, asiente con solemnidad. Nunca hay que subestimar la capacidad del Viejo Continente de cerrar los ojos ante la limpieza étnica... si se hace con traje, narrativa y lobby. Los mismos gobiernos que cada 27 de enero (Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto) juran que nunca más “never again, jamais plus, niemals wieder” se contentan ahora con balbucear que “Israel tiene derecho a defenderse”, incluso si eso implica exterminar la presencia palestina del mapa.

No. No se trata de comparar lo incomparable. No se trata de trivializar el Holocausto. Se trata de señalar que los mecanismos de deshumanización, hacinamiento, despojo y desplazamiento, cuando se repiten, deben encender todas las alarmas de la historia. Y hoy, en Gaza, suenan con una intensidad insoportable.

Así que celebremos, con la lucidez del sarcasmo, este gran avance en arquitectura militar: un campo de concentración sin alambradas visibles, donde se confunde el refugio con el encierro y la ayuda con el desarraigo. Una “solución final” en cómodas cuotas, transmitida en directo por redes sociales, envuelta en eufemismos y patrocinada por el silencio occidental.

Porque al final, la gran innovación de esta época no es tecnológica, es semántica: poder llamar humanitario a lo inhumano, y paz a la expulsión sistemática de un pueblo entero.