Publicada: miércoles, 26 de noviembre de 2025 10:37

Asesinato de Al-Tabatabai revela cómo Israel usa la tregua con Hezbolá como herramienta unilateral pese al alto el fuego vigente.

Por: Xavier Villar

El asesinato de Haytham Ali al-Tabatabai, hace unos días, llevado a cabo en plena vigencia de una tregua mediada un año antes entre Israel y el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá), ilustra de manera clara cómo Tel Aviv ha convertido el alto el fuego en un instrumento unilateral. Se trata de un marco en el que Israel se reserva el derecho de actuar militarmente mientras exige al otro lado una drástica reducción de su actividad armada. Esta dinámica refleja una estrategia que, lejos de buscar contención mutua, perpetúa un ciclo de presión asimétrica que profundiza la inestabilidad en la frontera norte y redefine las reglas del enfrentamiento entre ambos actores.

Con la eliminación de Al-Tabatabai, jefe del Estado Mayor de la rama armada de Hezbolá, Israel ejecutó una operación presentada como “precisa” y “quirúrgica”. Sin embargo, los efectos en un suburbio densamente poblado de Beirut, con varios muertos y decenas de heridos, desmienten esa narrativa y ponen en evidencia la apuesta israelí por probar los límites de la tregua mediante ataques que recalculan constantemente las fronteras del daño aceptable. Este modus operandi refleja un patrón recurrente: reinterpretar los términos del alto el fuego en beneficio propio, consolidando un ciclo en el que Israel continúa golpeando mientras exige un cese unilateral de Hezbolá.

La acción no solo representa la continuación de la doctrina israelí de “decapitación persistente” contra la cúpula de Hezbolá; también es la expresión de una visión estratégica que busca colocar a los líderes y estructuras de Hezbolá en un estado constante de supervivencia. El objetivo no se limita a eliminar individuos o interrumpir operaciones inmediatas: se trata de mantener bajo presión continua a los elementos estratégicos —comandantes, planificadores, estructuras financieras y de apoyo— obligándolos a dedicar la mayor parte de sus recursos y tiempo a gestionar su propia seguridad personal. Esta estrategia reduce indirectamente su capacidad de reconstruir capacidades, elaborar estrategias y proyectar poder político-militar, trasladando el campo de disputa del nivel de disuasión al de mera supervivencia.

La evolución de la doctrina israelí: la ilusión de la solución técnica

Desde la guerra de 2006, la estrategia israelí ha transitado de enfoques convencionales hacia una lógica de desgaste basada en la eliminación selectiva de líderes estratégicos, con el objetivo de degradar las capacidades de Hezbolá y elevar sus costos operativos. Sin embargo, esta supuesta “solución técnica” enfrenta limitaciones estructurales profundas.

Israel presenta las treguas como una concesión propia, mientras instrumenta violaciones del alto el fuego para justificar respuestas desproporcionadas, que incluyen bombardeos y campañas mediáticas. Una vez cumplidos sus objetivos inmediatos, reanuda la aplicación del alto el fuego, perpetuando un ciclo asimétrico: bajo el paraguas de la autodefensa, retiene plena libertad de acción, mientras Hezbolá queda obligado a tolerar la inacción. Este patrón, que se repite tanto en Gaza como en el sur del Líbano, desnaturaliza el alto el fuego, convirtiéndolo en un instrumento del poder israelí más que en un mecanismo de reducción mutua de hostilidades.

La fortaleza de Hezbolá no se limita a sus capacidades militares: reside también en su inserción estructural en la sociedad local, en los servicios sociales que presta y en su rol como garante de seguridad en zonas donde el Estado es débil o directamente ausente. Al debilitar la soberanía y atacar a sus líderes, Israel refuerza indirectamente el consenso social que sostiene a Hezbolá y su red de alianzas discursivas con actores regionales. Esta paradoja evidencia que la superioridad en fuego e inteligencia no alcanza a neutralizar la legitimidad ni el arraigo político del movimiento, que, aun frente a golpes tácticos, se consolida como un actor estructural e indispensable en el tejido social y político de su entorno.

Los pilares de la resiliencia estructural: anatomía de un proyecto estratégico

La capacidad de Hezbolá para absorber impactos de la magnitud del asesinato de Al-Tabatabai descansa en pilares que trascienden lo militar y se adentran en la sociología política, la economía política y la ingeniería organizativa.

El primer pilar es la institucionalización burocrática del liderazgo y la profesionalización de sus cuadros. La sucesión de mando ocurre con rapidez y sin fracturas públicas, asegurando la continuidad operativa frente a intentos de descabezamiento. El conocimiento y la experiencia se encuentran codificados en estructuras organizativas, no concentrados en individuos, lo que permite una resiliencia que desafía la lógica de “decapitación” israelí.

El segundo pilar es la diversificación financiera y la autonomía logística, con un ecosistema económico cada vez más independiente que incluye sectores legales, comercio transnacional y redes de cooperación regional. Esta independencia permite sostener operaciones e inversiones aun ante presiones internacionales severas, otorgando margen de maniobra político y estratégico que contrasta con la dependencia externa de Israel de aliados y flujos de ayuda condicionados.

El tercer pilar radica en la producción local de capacidades militares avanzadas, especialmente drones y misiles guiados, que reduce la dependencia de suministros externos y acelera la innovación tecnológica. La dispersión de talleres, la capacitación de ingenieros locales y la integración de estos desarrollos en un ecosistema compartido multiplica los costes para Israel y complica la neutralización de capacidades emergentes.

El encierro estratégico de Hezbolá: de la disuasión a la supervivencia

Integrando la perspectiva del “encierro estratégico”, la estrategia israelí busca que los líderes y estructuras de Hezbolá permanezcan en un estado constante de alerta y defensa personal. Cada movimiento requiere planificación meticulosa: cambiar rutas, desplazarse de manera segura, controlar contactos, limitar exposición pública y gestionar la seguridad familiar. Cuanto más energía se dedica a la supervivencia, menos queda para el desarrollo de estrategias de largo plazo, construcción de infraestructura militar avanzada o consolidación política.

Este enfoque transforma la seguridad personal en un instrumento de debilitamiento estratégico: los líderes dejan de ser arquitectos de poder y se convierten en gestores de supervivencia, lo que Israel espera que frene la consolidación regional de Hezbolá. Sin embargo, la experiencia demuestra que este tipo de presión refuerza la legitimidad y cohesión interna, convirtiendo la adversidad en catalizador de resiliencia.

La estrategia israelí frente a la red de Hezbolá: limitaciones estructurales

La campaña contra Hezbolá no puede entenderse de forma aislada: se inscribe en un marco regional donde actores afines comparten narrativa, objetivos estratégicos y modelos de cooperación sin necesidad de dependencia jerárquica directa. Israel combina ataques aéreos, operaciones encubiertas y presiones diplomáticas buscando fragmentar la influencia y aislar al movimiento.

No obstante, la presión contenida permite a Hezbolá tiempo y espacio para consolidar capacidades, reorganizar estructuras y reforzar la interacción con su entorno social. Cada ataque exitoso es tácticamente significativo, pero no altera la trayectoria estratégica de crecimiento ni impide la construcción de disuasión regional autónoma. Hezbolá opera con un cálculo sofisticado: responder con fuerza medida, preservar recursos estratégicos y proyectar un mensaje político coherente, evitando escaladas que puedan ser contraproducentes.

La paradoja persistente: institucionalización y resiliencia

A pesar de los ataques y los asesinatos de líderes, Hezbolá mantiene y amplía su capacidad de acción con misiles, drones y unidades de comando para operaciones de infiltración y sabotaje. La combinación de sofisticación militar y arraigo social genera un equilibrio donde las reglas tácitas de enfrentamiento evitan la escalada total, pero permiten intercambios que recalculan constantemente los límites de la confrontación.

La respuesta mesurada no indica debilidad, sino elección estratégica: el alto el fuego es visto como una pausa táctica que permite reorganizar recursos, planificar operaciones y reforzar la estructura organizativa, incluso bajo constante presión israelí. Esta lógica refleja una transición regional hacia un orden en el que redes resilientes, con apoyo discursivo y estratégico regional, disputan efectivamente la definición de seguridad y control territorial.

Conclusión: resiliencia estratégica y proyección política

El asesinato de Haytham Ali al-Tabatabai no marca un epílogo estratégico, sino confirma la limitación de la estrategia de decapitación: Israel puede eliminar arquitectos individuales de la transformación militar de Hezbolá, pero no puede, mediante fuerza exclusivamente militar, alterar las condiciones sociales, políticas y estructurales que sostienen su existencia y evolución.

La victoria a largo plazo no se medirá únicamente en bajas o cohetes interceptados, sino en la capacidad de proyectar de manera sostenida autonomía política, capacidad de disuasión y resiliencia organizativa. La paradoja del poder demuestra que la fuerza aplastante no garantiza éxito estratégico cuando se enfrenta a actores con arraigo social, experiencia institucionalizada y coherencia estratégica discursiva compartida, capaces de transformar cada desafío en oportunidad para consolidar su posición regional.