Publicada: lunes, 28 de julio de 2025 1:13

Arabia Saudí se niega a transferir misiles THAAD a Israel, marcando el declive del paraguas de seguridad estadounidense y el auge de la soberanía regional.

Por: Xavier Villar

La negativa de Arabia Saudí a transferir interceptores de misiles THAAD (Defensa de Área de Gran Altitud Terminal) a Israel durante el reciente conflicto con Irán ha sido presentada por gran parte de los medios occidentales como un hecho inesperado o incluso como una ruptura con una alianza tradicionalmente sólida. Sin embargo, esta decisión revela algo más profundo: el creciente reconocimiento regional de que la protección ofrecida por Estados Unidos ya no es garantía suficiente ni automática. Más que un gesto aislado, se trata de un hito en la evolución geopolítica regional, donde los países del Golfo Pérsico reivindican su soberanía estratégica sobre las políticas de defensa y seguridad.

La crisis de un modelo agotado

Durante décadas, Estados Unidos construyó un sistema de alianzas en Asia Occidental basado en la lógica de tutela: Washington ofrecía cobertura militar e inteligencia a cambio de alineamientos diplomáticos, especialmente en la contención de Irán. Ese esquema funcionó mientras los equilibrios permitieron un reparto relativamente estable de intereses. Pero esa arquitectura ha comenzado a resquebrajarse.

Episodios como el ataque a las instalaciones petroleras de Abqaiq en 2019 —y la tibia respuesta estadounidense— revelaron los límites del llamado “paraguas” de seguridad norteamericano. Hoy, confiar en que Washington contenga agresiones o impida escaladas ya no basta. Conscientes de esta brecha, los países del Golfo Pérsico han comenzado a redefinir sus estrategias en torno a un nuevo principio: la soberanía territorial y estratégica como eje fundamental de sus políticas de defensa.

Soberanía regional y redefinición de la seguridad

La negativa de Riad a transferir parte de su arsenal defensivo a Israel no debe leerse como una señal de alineamiento con Irán ni como un acto de rebeldía frente a su socio histórico. Más bien, refleja una toma de posición madura y estratégica: proteger la autonomía decisional sobre su propia seguridad, especialmente en contextos que no responden a sus intereses directos.

Este gesto se enmarca en un cambio estructural más amplio, donde la presencia política sostenida de Irán ha dejado de ser un elemento externo a gestionar para convertirse en un factor estructurante de la arquitectura regional. Lejos de reducirse a una lógica de contención, los países del Golfo han empezado a incorporar a Irán como un interlocutor inevitable en la configuración de marcos de estabilidad compartida.

La consecuencia de este desplazamiento no es un alineamiento ideológico, sino una reformulación de los mecanismos regionales de seguridad sobre nuevas bases: las decisiones ya no giran únicamente en torno a alianzas verticales con potencias extranjeras, sino que emergen de un reconocimiento mutuo entre actores regionales que, pese a sus divergencias, comparten una misma geografía y desafíos comunes.

Arabia Saudí y otros Estados del Golfo Pérsico están redefiniendo sus políticas exteriores desde esta lógica: ya no se trata de excluir a Irán del equilibrio regional, sino de articular con él fórmulas de coexistencia pragmática que reduzcan tensiones, estabilicen la región y aseguren márgenes de soberanía decisional frente a cualquier presión externa.

Irán, un actor inevitable

La transformación del enfoque saudí es también un reconocimiento tácito de que Irán ya no puede ser tratado exclusivamente como un enemigo. Es un actor con peso geopolítico que resulta indispensable en cualquier arquitectura de seguridad duradera. La mediación china que facilitó la normalización entre Riad y Teherán en 2023 simboliza esta mutación.

Irán ha demostrado ser capaz de proyectar influencia regional sin perder capacidad de cálculo ni contención. Su respuesta medida durante la última confrontación con Israel refuerza esta imagen: se trata de un actor racional, no impulsivo, que maneja con sofisticación sus recursos militares y diplomáticos.

El declive del garante estadounidense

La figura de Estados Unidos como garante único de seguridad se encuentra en entredicho. Washington sigue siendo un actor de peso, pero su capacidad de reacción —y su disposición a asumir costes— ya no responde a las expectativas de sus aliados tradicionales. La relación se ha vuelto funcional y condicionada: los países del Golfo exigen respeto a su soberanía, consulta efectiva y reconocimiento de sus intereses.

En este sentido, la negativa saudí no es un caso aislado sino parte de una tendencia más amplia. La seguridad regional ya no puede mercantilizarse como extensión de estrategias extranjeras: debe construirse desde abajo, con liderazgo local.

Más allá de la retórica: realismo y complejidad

El relato que interpreta esta decisión como un acto “proiraní” o de debilidad pierde de vista la complejidad del escenario regional. Lo que está en juego no es una adhesión ideológica, sino el control soberano sobre decisiones que afectan directamente a la supervivencia y la estabilidad del país. La recalibración saudí —y del Golfo Pérsico en general— no busca la confrontación ni una ruptura total con Occidente, sino un nuevo equilibrio.

El objetivo no es formar bloques ideológicos ni erigir muros de exclusión, sino crear un sistema más pragmático, abierto al diálogo y gestionado por los propios actores regionales. En ese modelo, Irán debe ser incluido no por simpatía, sino por necesidad estratégica.

Hacia un nuevo paradigma regional

Esta reconfiguración de prioridades define un contexto donde la seguridad deja de ser un bien transaccional para convertirse en una responsabilidad soberana. Ya no hay espacio para alianzas rígidas ni para órdenes unilaterales impuestas desde el exterior. La nueva arquitectura se construye desde la negociación constante, el reconocimiento mutuo y la autonomía estratégica.

Estados Unidos, si desea conservar relevancia, deberá repensar su papel: de tutor a socio, de garante exclusivo a interlocutor entre iguales. Solo desde esa transformación podrá abrirse paso un diálogo real y útil.

Conclusión

La negativa de Arabia Saudí a entregar interceptores a Israel durante la reciente crisis con Irán es un síntoma claro de la pérdida de hegemonía estadounidense en Asia Occidental y de la afirmación de una soberanía regional en expansión. Este cambio no solo altera el mapa geopolítico, sino que obliga a repensar las relaciones internacionales desde una lógica de respeto, autonomía y corresponsabilidad.

El tiempo del paraguas automático ha terminado. El futuro regional estará definido por actores que, en su pluralidad y divergencias, se hacen cargo de su propio destino en un mundo más multipolar y menos previsible.