Por Xavier Villar
Sin caer en la demagogia ni en la retórica vacía, Pezeshkian planteó con claridad que este programa es, para Irán, algo más que un proyecto tecnológico o militar: es una expresión concreta de soberanía, autodeterminación y dignidad nacional.
En sus declaraciones, Pezeshkian insistió en que Irán seguirá enriqueciendo uranio conforme a las normas del derecho internacional, afirmando al mismo tiempo que el país no busca desarrollar armas nucleares. “Nuestra fuerza real está en el intelecto y el compromiso de nuestros científicos”, explicó, transmitiendo confianza en el conocimiento colectivo que sustenta el proyecto, más allá de daños temporales causados durante los recientes enfrentamientos con Israel.
Este detalle es fundamental para entender cómo Irán conceptualiza su programa nuclear: no como una amenaza a otros países, sino como un derecho soberano que supone la capacidad de desarrollar ciencia e industria propias. Para la República Islámica, dejar de lado ese derecho sería una forma de supeditarse a presiones extranjeras y renunciar a su autonomía en un mundo donde, desde hace décadas, su pueblo vive sitiado por sanciones y amenazas constantes.
Además, el programa nuclear se enmarca dentro de una tradición que combina lo político, lo cultural y lo teológico. Para Irán, la soberanía no es solo una cuestión estatal, sino también una responsabilidad ética y espiritual. El presidente Pezeshkian dejó claro que este proyecto no se limita a una cuestión técnica, sino que simboliza el derecho colectivo del pueblo iraní a decidir su futuro y a resistir contra cualquier intento de dominación o despojo. Esta manera de ver su programa nuclear se inscribe en lo que algunos analistas llaman la política del mostazafin, término que describe a los pueblos y colectivos oprimidos que luchan contra jerarquías globales de poder y exclusión.
La fortaleza de Irán, en este sentido, no radica únicamente en su potencia militar, sino en la voluntad de un pueblo que se niega a permanecer subordinado. Pezeshkian fue sincero al afirmar que, aunque parte de la infraestructura nuclear sufrió daños durante el enfrentamiento reciente con Israel, esa agresión no afectó la “potencia real” de Irán: el saber y el compromiso con la ciencia que sostienen el programa. Este discurso refleja una idea de resistencia profunda, que une tecnología, espíritu y política.
El contexto militar es un hilo conductor en la entrevista. Pezeshkian no ocultó que Irán está preparado para responder ante cualquier nuevo ataque, pero también mostró cautela respecto al futuro de la paz en la región. La tregua con Israel, en su opinión, sigue siendo frágil mientras el respeto por la soberanía de Irán no sea real y duradero. Este mensaje, aunque firme, no es una declaración beligerante sin sentido, sino la reafirmación de un derecho que para Irán es innegociable: la defensa frente a agresiones que, por muchos años, han sido llevadas a cabo en su territorio o contra su gente.
Este marco revela una perspectiva distinta sobre lo que significa realmente la “seguridad”. Para Irán, la seguridad emerge de un reconocimiento mutuo y del respeto a la autodeterminación, no de la dominación o el control unilateral que han marcado las relaciones internacionales. El presidente destacó que el país está abierto a retomar el diálogo, pero este debe fundarse en la igualdad y el reconocimiento irrestricto de las líneas rojas iraníes.
Ahora bien, este enfoque remoto del simple pragmatismo esconde una base mucho más profunda: un pensamiento político y teológico que articula comunidad, soberanía y justicia en una sola trama indivisible. Pezeshkian no habla exclusivamente desde el prisma de la realpolitik, sino que expresa también una ética que entrelaza la historia, la fe y la política. Su discurso está en sintonía con la noción de mostazafin que subraya la necesidad de que los pueblos atrapados en estructuras de poder desiguales reivindiquen su agencia para construir no solo un lugar en el mundo, sino un sentido nuevo de su dignidad y autonomía.
Este concepto ayuda a entender por qué para Irán su programa nuclear es parte de una resistencia mucho más amplia frente a un orden internacional profundamente desigual, donde la hegemonía occidental se ha encargado de definir quién puede tener derechos y quién debe aceptar su condición de subordinado. Que el presidente iraní insista tanto en la dimensión colectiva y ética del proyecto nuclear es clave para interpretar que no se trata simplemente de energía o armamento, sino de un conjunto complejo que significa protección, justicia y soberanía.
La entrevista además pone en perspectiva el contraste con las narrativas occidentales, que a menudo presentan a Irán como un actor problemático y amenazante, y su programa nuclear como un riesgo inminente. Para la República Islámica, sin embargo, gran parte de esa narrativa está atravesada por prejuicios coloniales que niegan el derecho de algunos países a poseer conciencia y poder decisorio propios. De hecho, la reivindicación de su programa nuclear se convierte en símbolo de una demanda histórica de respeto y de dignidad que va mucho más allá del ámbito energético.
El hecho de que Pezeshkian aclarara que Irán no busca armas nucleares remite a su voluntad de proyectar una imagen responsable dentro de la comunidad internacional, pero también muestra la complejidad de una política que equilibra múltiples tensiones: la de defender el derecho científico y tecnológico y, al mismo tiempo, negar cualquier pretensión ofensiva que pueda ser usada como excusa para sanciones o ataques.
Un dato relevante es que la entrevista no evitó tratar sobre las agresiones israelíes, que, para Irán, son parte de una estrategia geopolítica destinada a debilitar su proyecto soberano. Este marco de conflicto marca una diferencia fundamental respecto a otras visiones del mundo, porque para la República Islámica la guerra y la paz no son meros estados de ánimo o momentos temporales, sino fases dentro de una lucha continua por la soberanía y la existencia colectiva.
Este punto encuentra eco en análisis críticos inspirados en la política del mostazafin, que destacan cómo los estados y colectivos oprimidos deben disputar no solo por su seguridad física, sino también por su legitimidad epistemológica y simbólica. Es decir, no solo luchan para existir, sino para ser reconocidos como sujetos plenos y agentes válidos del cambio histórico.
En resumen, la entrevista de Pezeshkian es una declaración que desafía las simplificaciones y los relatos dominantes sobre Irán y su programa nuclear. Es, por un lado, una afirmación de soberanía sin renunciar a la diplomacia y la negociación, y por otro, un gesto político-teológico que articula memoria, comunidad y dignidad. Frente a una narrativa global que suele presentar a Irán como fuente de tensión, la voz presidencial nos invita a leer estos acontecimientos desde otra óptica, en la que se reconoce la lucha de un pueblo por ejercer su derecho a existir y decidir libremente.
La soberanía nuclear iraní, por tanto, no puede reducirse a una cuestión técnica o de seguridad: es un emblema de resistencia y autodeterminación que se sostiene en un horizonte ético-político más amplio, en el que la defensa frente a la agresión es simultáneamente un acto espiritual y político. Y es este un mensaje que, para comprender los futuros pasos en la región y en el mundo, merece ser escuchado y analizado con rigor y respeto, alejándonos de simplificaciones que sólo profundizan las brechas y los conflictos.