Publicada: lunes, 21 de julio de 2025 16:25

En la Siria devastada por más de una década de guerra, la violencia ya no aparece como una anomalía, sino como la manifestación naturalizada de un proceso más profundo: la destrucción sistemática del Estado.

Por Xavier Villar

Suweida, escenario reciente de enfrentamientos entre drusos y beduinos, ofrece una imagen emblemática de este desmembramiento. Lo que algunos quieren presentar como conflicto es, en realidad, el síntoma visible de un plan más ambicioso: el vaciamiento deliberado de la soberanía siria, con la colaboración de poderes externos —Israel en primer plano— y la pasividad, cuando no complacencia, de actores internos como Abu Mohammad al-Golani.

Suweida, epicentro de un diseño geopolítico

Desde el 13 de julio, los enfrentamientos en la provincia de Suweida han dejado decenas de muertos y miles de desplazados. Pero más allá del horror inmediato, lo que está en juego es el sentido mismo de la unidad siria. La violencia no es el resultado espontáneo de antagonismos comunitarios, sino una consecuencia directa de una ingeniería regional que apuesta por la disgregación. En Suweida se está ejecutando, una vez más, la estrategia de la balcanización: sustituir el conflicto político por fragmentación sectaria; convertir la pluralidad en una amenaza, y a las minorías, en piezas manipulables.

El Estado sirio, cuya parálisis se ha vuelto estructural, se muestra incapaz de garantizar protección ni presencia efectiva. Para la comunidad drusa, históricamente comprometida con una Siria plural, el abandono estatal plantea una encrucijada trágica: organizarse en autodefensas improvisadas o entregarse al abrazo envenenado de quienes, desde el exterior, se presentan como salvadores.

Israel y el oportunismo militar de la balcanización

Israel lleva años operando en Siria bajo el manto discursivo de la “protección de las minorías”, especialmente la drusa. Pero esa retórica, cuidadosamente cultivada para el consumo occidental, oculta una lógica perversa. Tel Aviv no protege a los drusos: los instrumentaliza. La doctrina israelí no busca estabilizar Siria, sino descomponerla. Y Suweida, por su ubicación y su composición demográfica, se ha convertido en un terreno ideal para ensayar ese experimento de fragmentación inducida.

Durante los últimos episodios de violencia, el ejército israelí intensificó sus bombardeos en el sur de Siria, justificándolos como medidas preventivas para “evitar una catástrofe humanitaria” entre los drusos. Sin embargo, lejos de reducir la tensión, esas intervenciones generaron más caos, más resentimiento, más desconfianza entre comunidades. Lo que Israel vende como una operación de salvamento es, en realidad, un acto de sabotaje político.

La balcanización no es un accidente: es doctrina. En nombre de la seguridad, Israel promueve un rediseño del mapa sirio que fragmenta el país en cantones étnicos y sectarios, lo debilita estructuralmente y le impide reincorporarse como un actor soberano en la región. Las sugerencias, cada vez menos veladas, de crear un “estado druso” autónomo al sur de Siria son coherentes con esta lógica. Detrás de la máscara humanitaria, se esconde el objetivo de neutralizar cualquier proyecto de unidad política árabe que escape a los márgenes de control israelí.

Golani: sumisión disfrazada de autonomía

Si Israel ha aprovechado el vacío estatal, figuras como Abu Muhammad al-Golani no han hecho más que consolidarlo. Autoproclamado gobernante de facto en Siria, Golani ha evolucionado de miliciano yihadista a administrador supuestamente pragmático, con el beneplácito tácito de ciertas potencias regionales. Pero su “autoridad” no ha contribuido a pacificar Siria ni a fortalecer sus instituciones: las ha reemplazado con un sistema basado en lealtades coyunturales, pactos de conveniencia y sumisión a agendas externas.

Ante la tragedia desatada en Suweida, la respuesta de Golani fue tan reveladora como devastadora para la idea de unidad nacional. En el momento álgido del conflicto, no solo optó por el silencio político, sino que ordenó la retirada de las fuerzas gubernamentales de la provincia, entregando de hecho la seguridad y el control territorial a las facciones drusas locales respaldadas por sus líderes comunitarios. Esta retirada, ejecutada tras un acuerdo de alto el fuego, fue presentada oficialmente como una medida para evitar una escalada mayor y favorecer la pacificación; sin embargo, diversos analistas y observadores coinciden en que se trató de una renuncia efectiva a la soberanía estatal en una región clave, marcando el fin de la presencia militar histórica en la zona y evidenciando la incapacidad del gobierno para proteger a todas las comunidades bajo su mandato.

Al abandonar Suweida y dejarla bajo la administración de comités locales y milicias drusas, la autoridad central quedó reducida al papel de observador distante y firmante de ceses de hostilidades, desprovista de capacidad de intervención directa. Más allá de un gesto de contención táctica, la decisión confirmó ante la sociedad siria —y ante los actores internacionales— la pérdida de control y fragmentación real del Estado, así como la aceptación, voluntaria o forzada, de un modelo de gobernanza fragmentaria donde la seguridad y gestión política son delegadas a actores locales ante la presión de la violencia y la injerencia externa. En suma, la retirada de Golani no solo simbolizó la crisis del liderazgo, sino también el vaciado literal de la soberanía siria sobre su propio territorio.

En este contexto, su papel no dista demasiado del de quienes operan desde fuera: naturaliza la descomposición nacional y transforma la cuestión de la convivencia en un problema de contención sectaria.

La minorización como tecnología de guerra

Lo que ocurre en Suweida debe leerse como advertencia. Las minorías, en lugar de ser protegidas desde un marco estatal incluyente, están siendo minorizadas: no sólo reducidas en número por el desplazamiento y la violencia, sino en su capacidad de agencia política. Ser minoría hoy en Siria no significa ser parte de una diversidad plural, sino ser susceptible de ser usada como palanca de disgregación.

Israel ha entendido —y explotado— esta vulnerabilidad. Bajo la lógica de la “protección”, promueve la militarización de identidades colectivas, sembrando desconfianza entre comunidades que durante décadas compartieron espacio político, económico y cultural. Así, en nombre de los derechos de las minorías, se destruyen las condiciones que harían posible su seguridad real: un Estado soberano, con instituciones fuertes y ciudadanía compartida.

Soberanía e integración: el enfoque regional iraní

En contraste con quienes ven en la fragmentación la salida inevitable para Siria, algunas capitales de la región—entre ellas Teherán—han defendido la necesidad de restaurar la soberanía como única base realista de estabilidad. La apuesta por preservar la integridad territorial no responde únicamente a intereses altruistas, sino a un cálculo geopolítico claro: una Siria debilitada no solo multiplica los riesgos internos, sino que también favorece la inestabilidad en todo Oriente Próximo.

Frente a las dinámicas de castigo y fragmentación impulsadas desde otros frentes, la visión respaldada por Irán privilegia la reconstrucción institucional y la integración de las minorías en un marco estatal plural. Se trata de una perspectiva que, con sus matices y límites, prefiere fortalecer estructuras comunes y vías políticas para la reincorporación y representación de todos los actores, antes que alimentar lógicas de enclave o tutela externa.

Es evidente que ningún Estado regional actúa desprovisto de intereses propios. Pero la diferencia entre sostener la unidad nacional y alentar la balcanización es más que retórica: supone una apuesta estructural por la cohesión y la autoafirmación frente a los modelos cantonales. El tiempo ha mostrado, una y otra vez, los límites y los riesgos inherentes a los proyectos de fractura.

La alternativa: Estado plural, no tutela ni segregación

A pesar de la devastación actual, todavía hay signos vitales de resiliencia en Siria. Iniciativas de autodefensa civil y ayuda comunitaria—especialmente en regiones como Suweida—no persiguen la separación, sino reclamar la responsabilidad estatal para garantizar seguridad y derechos. El futuro de la pluralidad siria depende de fortalecer instituciones que funcionen, promover una justicia accesible para todos y evitar que las diferencias se transformen en líneas de ruptura política.

La paz y la estabilidad duraderas en Siria no llegarán mediante nuevos mapas ni fórmulas de protectorados, sino a través de la restauración gradual de la soberanía compartida y el desarrollo de un pacto social capaz de integrar la diversidad. El desafío responde menos a la geografía y más a la voluntad política de recomponer la idea de Estado desde la suma de sus pueblos.

Conclusión: superar la lógica de la fragmentación

Lo ocurrido en Suweida difícilmente puede considerarse una anomalía; más bien, representa un ensayo sobre el futuro de Siria, donde el destino de una comunidad revela los dilemas más amplios del país. El trasfondo no es únicamente el conflicto local, sino la disputa por el modelo estatal que podría emerger tras el conflicto. La estrategia israelí, orientada a la disgregación del tejido nacional, no responde al interés genuino de salvaguardar minorías como la drusa, sino a un cálculo para perpetuar una Siria fragmentada y manejable desde fuera. Por su parte, la gestión de Golani, pese a su retórica de estabilidad, no ha logrado articular instituciones capaces de restaurar orden y confianza, perpetuando la sensación de vulnerabilidad y desprotección.

Frente a este panorama, la posibilidad de revertir el ciclo de crisis pasa por una verdadera reconstrucción de la soberanía siria. Solo un marco institucional inclusivo, donde la ciudadanía se ejerza en pie de igualdad y las minorías participen plenamente en la vida nacional, puede sentar las condiciones para que Siria transite de la provisionalidad a la estabilidad.