Por: Xavier Villar
Este acuerdo fue abandonado unilateralmente por Estados Unidos en 2018 bajo la administración de Donald Trump. La retirada estadounidense supuso una grave ruptura del consenso diplomático, reactivó las sanciones económicas contra Irán y contribuyó significativamente a la desestabilización regional.
En este contexto, Israel mantiene un papel activo y profundamente obstructivo en el proceso, ejerciendo una presión constante para impedir cualquier entendimiento que preserve incluso el derecho de Irán a desarrollar tecnología nuclear con fines pacíficos. Más que una preocupación por un supuesto avance iraní hacia un arma nuclear —algo que ni Washington ni Tel Aviv han podido demostrar—, lo que Israel busca es el pretexto para justificar un ataque contra instalaciones nucleares iraníes. Teherán ha reiterado en múltiples ocasiones que el desarrollo de armamento nuclear no forma parte de su estrategia, algo que está además claramente prohibido por la fatwa —edicto religioso— emitida en 2003 por el Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, que proscribe el uso y la fabricación de armas nucleares y biológicas.
Varios representantes de la República Islámica han subrayado que, si Irán no ha desarrollado ese tipo de armas, no ha sido por falta de capacidad científica o técnica, sino por una decisión política explícita. Pese a ello, Israel insiste en rechazar cualquier acuerdo, incluso aquellos que, como el JCPOA, hacen inviable cualquier desviación del programa con fines militares.
Lo que Israel realmente persigue es la creación de condiciones que allanen el camino para operaciones militares contra las instalaciones nucleares o energéticas de Irán, con el objetivo de generar un clima de caos interno. Esta estrategia no se limita al ámbito nuclear, sino que forma parte de un enfoque más amplio orientado a debilitar la estructura del Estado iraní, fomentar la inestabilidad social y alentar a grupos separatistas que cuestionan la integridad territorial del país.
La actitud israelí frente al programa nuclear iraní no es nueva. Desde hace décadas, tanto el liderazgo político como el militar israelí han rechazado frontalmente cualquier tipo de desarrollo nuclear en Irán, incluso cuando este se ajusta al marco legal del Tratado de No Proliferación (TNP). Durante las negociaciones que desembocaron en el acuerdo de 2015 entre Irán, el grupo G5+1 (China, Francia, Reino Unido, EE.UU., Rusia y Alemania) y la Unión Europea, el entonces primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, llegó a calificar la mera existencia de capacidades nucleares civiles en Irán como una “amenaza intolerable”.
Desde entonces, Israel ha desplegado una campaña sistemática de sabotaje para obstaculizar cualquier avance del programa nuclear iraní. Esta política se basa no en pruebas concretas de un programa armamentístico, sino en la convicción de que el desarrollo tecnológico autónomo de Irán representa, en sí mismo, una amenaza estratégica. Así, impedir ese desarrollo —incluso cuando cumple con el TNP— se ha convertido en una prioridad irrenunciable para Tel Aviv.
Este artículo examina cómo Israel interpreta el programa nuclear iraní desde una lógica de confrontación prolongada, y cómo utiliza esta narrativa para justificar acciones unilaterales que van más allá del marco legal internacional. También se analiza la postura de Irán, que denuncia estas presiones como amenazas inaceptables a su soberanía, y se evalúa el impacto de esta dinámica sobre la estabilidad regional.
Actual estado de las negociaciones
Al concluir la quinta ronda de conversaciones, celebrada en Roma el pasado 23 de mayo bajo la mediación activa del Sultanato de Omán, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Seyed Abás Araqchi, calificó el encuentro como uno de los más profesionales y técnicamente sólidos desde el inicio del proceso. A pesar de que las conversaciones se desarrollaron en un clima menos tenso, Teherán considera que Washington sigue adoptando posturas maximalistas que dificultan avances significativos. La delegación iraní destacó positivamente el papel equilibrado del canciller omaní, cuyas propuestas intentaron desbloquear los principales puntos de estancamiento, en particular la negativa de EE.UU. a reconocer plenamente los derechos nucleares legítimos de Irán conforme al TNP.
El calendario diplomático es exigente. En primer lugar, el ultimátum de 60 días impuesto por la administración Trump condiciona la percepción de urgencia. Aunque se contempla la posibilidad de una prórroga, Washington ha emitido señales ambiguas sobre su disposición a extender sustancialmente el proceso.
A ello se suma el informe trimestral de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), filtrado antes de su publicación oficial en junio de 2025, que adopta un tono crítico y podría intensificar la presión internacional sobre Irán, a pesar de que Teherán ha mantenido su cooperación técnica dentro del marco de su soberanía y en cumplimiento de sus obligaciones como firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear.
Finalmente, el 18 de octubre de 2025 expira el Mecanismo de Reversión (Snapback), previsto en la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU. Este mecanismo permite reinstaurar automáticamente todas las sanciones en caso de “incumplimiento”, aunque Irán cuestiona su legitimidad al considerarlo una herramienta política arbitraria. Su activación, aun sin el aval de Rusia o China, requiere coordinación entre los firmantes al menos tres meses antes, es decir, en julio de 2025.
De activarse unilateralmente, y si las negociaciones fracasan, Irán podría verse forzado a replantear su permanencia en el TNP. Este desenlace —que Irán no desea ni promueve— sería consecuencia directa de la negativa de ciertos actores internacionales a respetar los principios de equidad, reciprocidad y soberanía.
Intentos israelíes contra el programa nuclear iraní
En este contexto de tensión diplomática, Israel mantiene una estrategia de confrontación indirecta en el marco de la llamada "zona gris": un espacio donde se libran conflictos de baja intensidad mediante sabotajes, ciberataques y operaciones encubiertas. El objetivo real de esta estrategia no es detener un programa armamentístico inexistente, sino crear las condiciones para justificar una ofensiva más amplia contra Irán.
Estas acciones se basan en una doctrina militar israelí formulada en 2015 por Gadi Eizenkot, entonces jefe del estado mayor del ejército israelí. Eizenkot, una de las figuras más influyentes en la planificación estratégica de seguridad de Israel en la última década, articuló una visión que considera a Irán una amenaza estructural a largo plazo, que debe ser contenida mediante intervenciones tácticas diseñadas para evitar un conflicto abierto y de gran escala. Esta doctrina ha servido para legitimar una política de hostilidad constante que combina presión diplomática, sanciones económicas y acciones militares encubiertas.
Estas acciones se basan en una doctrina militar israelí formulada en 2015 por Gadi Eizenkot, entonces jefe del estado mayor del ejército israelí. Eizenkot, una figura clave en la configuración de la estrategia de seguridad nacional, definió a Irán como una amenaza estructural que debía ser contenida mediante intervenciones tácticas, evitando un conflicto abierto pero manteniendo una presión constante. Esta doctrina ha servido desde entonces para legitimar una política de hostilidad sostenida que combina presión diplomática, sanciones económicas y acciones militares encubiertas.
La estrategia israelí contra Irán se basa en una premisa infundada: la existencia de un programa nuclear militar iraní. Sin embargo, Teherán ha reiterado en múltiples ocasiones que su programa nuclear tiene fines exclusivamente civiles, una posición que no ha sido desmentida por organismos internacionales como la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). Además, la fatwa —edicto religioso— emitida por el Líder de Irán, el ayatolá Jamenei, prohíbe expresamente el desarrollo de armas nucleares.
El verdadero objetivo de esta estrategia no es impedir la fabricación de un arma que Irán no busca construir, sino frenar su desarrollo tecnológico autónomo, debilitar su economía, erosionar su cohesión territorial y, en última instancia, facilitar un cambio de régimen. Las reiteradas menciones al “peligro nuclear” han sido instrumentalizadas para encubrir una estrategia más amplia de intervención indirecta, destinada a crear las condiciones necesarias para desestabilizar al país desde dentro.
Desde Tel Aviv se insiste en que un ataque quirúrgico podría destruir instalaciones críticas del programa nuclear iraní. Sin embargo, esta hipótesis ha sido desacreditada por expertos iraníes e internacionales. Debido al carácter descentralizado y resiliente del programa, una ofensiva de este tipo solo lograría retrasar su desarrollo unos meses. El conocimiento científico acumulado, advierten, no puede ser eliminado por medios militares.
Además, Israel enfrenta importantes limitaciones estructurales para llevar a cabo una guerra prolongada: su pequeño territorio, la reducida población y la dependencia de reservistas en sus fuerzas armadas constituyen factores que dificultan cualquier conflicto extendido.
En este sentido, el exresponsable de inteligencia militar israelí, Tamir Hayman, reconoció recientemente que un ataque contra Irán no eliminaría el programa nuclear y podría desencadenar un conflicto de gran escala. Según sus declaraciones, Irán tiene la capacidad de superar las defensas aéreas israelíes y atacar centros industriales y militares clave, lo que pone en entredicho la viabilidad de una solución militar efectiva.
La estabilidad de Asia Occidental depende hoy más que nunca de la voluntad de las partes para evitar una escalada militar, respetar la soberanía de los estados y promover un diálogo auténtico. Irán ha reafirmado su compromiso con la diplomacia, sin renunciar a su derecho legítimo a la autonomía científica y tecnológica.
Solo mediante un diálogo fundamentado en el respeto mutuo y el reconocimiento de la soberanía de Irán será posible construir una paz estable y duradera en la región, evitando así el riesgo de una escalada hacia la confrontación armada.