Por Xavier Villar
La visita llega en un momento de fricción con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya desobediencia a las directrices de Estados Unidos sobre Gaza ha provocado la irritación de los círculos cercanos a Trump. Este desencuentro refleja las tensiones entre los intereses de Washington y los de su aliado tradicional en la región.
Observadores israelíes han señalado un enfriamiento en la relación entre el presidente estadounidense y el gabinete de Netanyahu, especialmente después de que Trump afirmara haber logrado una tregua con Ansarolá en Yemen, que redujo los ataques del grupo a los barcos estadounidenses, pero que no incluyó a Israel en sus términos. Esta falta de consideración hacia Israel subraya la creciente distancia entre ambos, algo que, en parte, refleja las tensiones dentro de la política exterior estadounidense.
Días después, surgieron informes que indicaban que Trump estaba considerando ofrecer a Arabia Saudí acceso a tecnología nuclear civil, sin exigir que el reino normalizara sus relaciones con Israel, una condición que había sido previamente establecida por el expresidente Joe Biden. Este giro en la política estadounidense podría señalar un distanciamiento no solo de Israel, sino también un cambio en la manera en que Washington maneja sus relaciones con sus aliados en la región.
La gira de Trump no solo tiene un componente económico y energético, sino que también se enmarca dentro de un par de objetivos estratégicos clave. El primero de estos es el futuro del acuerdo nuclear con Irán, que sigue siendo un tema central en las conversaciones entre Washington y sus aliados del Golfo Pérsico. Mientras tanto, el Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico (CCG), que agrupa a Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Omán, ha intentado reducir las tensiones con Irán en los últimos años, apostando por el desarrollo económico en la región. Todo indica que los países del CCG seguirán expresando su apoyo a una diplomacia más inclusiva y a la estabilidad regional. En este sentido, los líderes de Baréin han dejado claro que no permitirán que su territorio se utilice para atacar a Irán, un gesto que evidencia un enfoque más pragmático en el seno del CCG. La disposición de Baréin, anfitrión de la mayor base militar estadounidense en la región a enviar señales de distensión hacia Teherán también refleja un paso significativo hacia una mayor estabilidad y seguridad colectiva en el Golfo Pérsico.
El segundo gran objetivo de la gira de Trump es frenar la creciente influencia de China en la región, especialmente entre los miembros del CCG. En las últimas décadas, estos países han diversificado activamente sus alianzas y asociaciones internacionales, pasando de una dependencia casi exclusiva de Estados Unidos hacia un panorama más multipolar, en el que China ha adquirido un papel cada vez más relevante. Esta recalibración de relaciones, que se ha intensificado a lo largo de 2023 y 2024 debido a las políticas económicas de la administración Trump, incluidas las altas tarifas y su retórica sobre Gaza, refleja una respuesta pragmática a las nuevas dinámicas geopolíticas y geoeconómicas. A pesar de su alineación histórica con Occidente y su dependencia del paraguas de seguridad estadounidense, los países del CCG han fortalecido sus vínculos comerciales, energéticos, tecnológicos y financieros con China. Pekín, que sigue siendo el principal importador de petróleo y gas del Golfo Pérsico, ofrece a estos países un mercado confiable para sus exportaciones de hidrocarburos, una relación que se ha consolidado con el paso de los años.
En el contexto de las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China, los países del CCG se encuentran ante un dilema. Por un lado, deben equilibrar su relación con Washington, su aliado tradicional, y por otro, hacer frente a la creciente influencia de Pekín en la región. Durante sus visitas a Arabia Saudí, Catar y los Emiratos Árabes Unidos, Trump buscará atraer a estas monarquías hacia una esfera de influencia más definida por Washington, insistiendo en la necesidad de reducir los lazos con China. A medida que las tensiones entre Estados Unidos y China continúan escalando, el CCG podría enfrentar una creciente presión para alinearse más decididamente con Washington, lo que dificultaría su búsqueda de una mayor autonomía y sus relaciones más diversificadas.
Para muchos de los tradicionales socios de Estados Unidos en la región, el país ya no es considerado un socio prioritario, ni, en muchos casos, un aliado confiable. Y no les falta razón. En su análisis sobre la situación global, el economista francés Thomas Piketty sostiene que “los Estados Unidos están perdiendo el control del mundo”. Según Piketty, los datos históricos sobre los déficits comerciales de Estados Unidos son claros: el país mantiene un déficit estructural que supera el 3-4 % de su PIB anualmente, algo que solo tiene un precedente en las principales potencias coloniales europeas (Reino Unido, Francia, Alemania y los Países Bajos) entre 1880 y 1914. Esta situación coloca a Estados Unidos en una posición de vulnerabilidad, donde su poder global se ve erosionado por una creciente incapacidad para afrontar el desafío económico que representa China. En palabras de Piketty, Estados Unidos está “colapsando”, y ese colapso implica que Trump no logrará su objetivo de revertir la tendencia de la región hacia una mayor cercanía con China.
De hecho, la evolución de la relación entre China e Irán ha sido un claro indicador de esta nueva realidad geopolítica. Pekín y Teherán han consolidado en los últimos años una cooperación más profunda en diversos frentes: económico, militar y político. Ambos países han compartido un rechazo mutuo hacia la hegemonía estadounidense y han apostado por un orden multipolar, libre de las intervenciones unilaterales de Estados Unidos. Mientras tanto, Estados Unidos sigue luchando por definir su lugar en un mundo cada vez más plural, donde sus antiguas alianzas se ven desafortunadamente marcadas por intereses contrapuestos.
En términos económicos, la situación de Estados Unidos sigue empeorando. Según las mediciones de paridad de poder adquisitivo, es decir, el volumen real de bienes y servicios producidos cada año, el PIB de China superó al de Estados Unidos en 2016. Actualmente, la diferencia es superior al 30 %, y se espera que China duplique el PIB estadounidense para 2035. Mientras tanto, la estrategia de Trump de tratar de mantener la hegemonía estadounidense en la región del Golfo Pérsico, y más allá, se ve empañada por el hecho de que el peso económico y estratégico de Estados Unidos en el mundo está disminuyendo. En este escenario, el futuro de la influencia estadounidense en la región parece cada vez más incierto, mientras los países del CCG buscan diversificar sus relaciones y alinear sus intereses con los nuevos actores globales.
A medida que los países del Golfo Pérsico se enfrentan a estos desafíos geopolíticos, las decisiones de Washington, aunque continuas en su tradición de alianzas, podrían estar quedándose atrás ante las nuevas realidades económicas y políticas. Los socios de Estados Unidos en la región parecen estar tomando un camino más autónomo, uno que responde tanto a la creciente influencia de China como a la necesidad de reducir las tensiones con actores como Irán, cuya relevancia en la región no puede seguir ignorándose. Los cálculos geopolíticos de los países del CCG, si bien siguen en su mayoría alineados con Estados Unidos en términos de seguridad, muestran una clara orientación hacia un futuro más multipolar. Esta tendencia es una señal de que la era de dominio estadounidense en el Golfo Pérsico está llegando a su fin, aunque el proceso de adaptación de la región a esta nueva realidad podría ser mucho más largo y complejo.