Publicada: jueves, 2 de octubre de 2025 14:34

Como cristiana árabe, encontré en Seyed Hasan Nasralá una guía moral y un símbolo de unidad y resistencia más allá del sectarismo y la religión.

Por: Myriam Charabaty

Para muchos en Occidente, puede parecer extraño, incluso incomprensible, que una cristiana apoye a un líder musulmán, que siga sus discursos y, tras su martirio, sienta huérfana su partida, asista a su funeral y luego al primer aniversario de su ascensión.

Sin embargo, aquí en el mundo árabe, nosotros, los cristianos proresistencia, hemos hecho y hacemos justamente eso, con orgullo, con nuestras Biblias y cruces en mano, caminando firmemente por la senda del mártir Seyed Hasan Nasralá.

Desde hace tiempo hemos reconocido en este líder martirizado no solo al jefe de un movimiento de Resistencia, sino a un padre y a una figura que asumió la pesada carga de la liberación: la liberación de Palestina, la liberación de la región de la ocupación y la liberación de sus pueblos de los vestigios de las narrativas coloniales.

Fe más allá del sectarismo

El legado de Seyed radica primero en su capacidad para romper el molde de la política sectaria. Con una fe profunda y un entendimiento amplio del Islam, redefinió la religión como una fuerza unificadora y no como un factor de división. Demostró, con palabra y acción, que el poder y el estatus jamás corrompen a quien tiene su escala de valores anclada en la justicia y la humildad.

Para los cristianos de la región, esto no fue un consuelo abstracto, sino una experiencia vivida. Seyed pasó años distinguiendo entre sectarismo y fe, insistiendo en que el Islam en su forma pura nunca ha sido una amenaza para nuestra existencia, sino su escudo protector.

Fue más allá, instando a sus seguidores a cuidar sus palabras en disputas políticas. Advirtió contra el uso de expresiones que pudieran herir al cristianismo, incluso cuando algunos cristianos se alinean con agendas occidentales.

Su insistencia fue clara: no debemos confundir a individuos que traicionan a sus comunidades con religiones enteras que permanecen enraizadas en la identidad árabe y en la espiritualidad genuina. Así, no solo protegió a los cristianos, sino que los dignificó como socios iguales en la lucha contra el imperialismo y el sionismo.

La Resistencia como protección

Este principio no quedó en palabras, sino que se hizo visible en tiempos de guerra. Cuando Seyed convocó a sus hombres a defender la dignidad y la soberanía, los combatientes de la Resistencia cayeron como mártires en pueblos cristianos, defendiendo iglesias y protegiendo comunidades frente a fuerzas takfiríes financiadas por los mismos poderes imperiales que amenazan a todos los árabes.

Estos sacrificios trazaron una línea de continuidad entre nuestra supervivencia compartida y la misión de la Resistencia: recordarnos que los mapas sectarios como Sykes-Picot no reflejan el verdadero tejido demográfico y moral de esta región.

Desde el sur del Líbano en 2000 hasta Siria, Irak y Yemen, el movimiento de Resistencia bajo el liderazgo de Seyed proyectó una ética rara en la guerra.

Ni aliados ni enemigos han podido acusar al Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) de corrupción o venganza. Por el contrario, abundan los testimonios de combatientes que instaban a sus adversarios a rendirse, ofreciéndoles seguridad e incluso aconsejándoles retornar a la fe en un momento en que el enemigo les habría degollado sin dudarlo si las circunstancias hubieran sido otras.

Me refiero a incidentes reales en Siria, cuando combatientes de Hezbolá sitiaron a terroristas takfiríes, pero no querían luchar hasta la muerte; creían que debía existir otra vía porque era su deber moral asegurarse de ello antes de arrebatar una vida.

Esta superioridad moral no es casual; es el núcleo mismo de la visión de Seyed, heredada de la Revolución Islámica de Irán, que la guerra debe mantenerse siempre bajo una restricción ética.

Palestina en el centro

En ese mismo marco moral, Seyed colocó a Palestina en el corazón del destino regional. Comprendió que sin Palestina no podía restaurarse la dignidad del mundo árabe.

Su decisión de abrir un frente en su defensa no fue un mero cálculo militar, sino un acto que volvió a centrar la causa palestina tras décadas de intentos de liquidación.

Para los cristianos, esta decisión resonó con una familiaridad profunda. La doctrina católica habla de la Guerra Justa: la defensa del oprimido cuando no queda otro camino.

La elección de Seyed tuvo ese mismo peso moral, liberándonos de la humillación de la inacción y reviviendo la unidad de propósito expresada por primera vez en los años cuarenta, cuando los árabes rechazaron la ocupación de plano, mucho antes de que el sionismo penetrara el cristianismo o el islam al grado que hoy lo hace.

Cristo no fue neutral

Aquí es donde su ejemplo se encuentra con el nuestro. Como cristianos, no podemos concebir a Cristo como neutral ante la injusticia. Él amó hasta el sacrificio, pero también se levantó contra la opresión, consciente de que ello lo conduciría a la cruz. Su resurrección proclamó que el sacrificio por una causa justa nunca es en vano.

Para nosotros, la justicia implica perdón para los arrepentidos, humildad en el reconocimiento de que el juicio corresponde a Dios, y valentía para levantarnos cuando la voluntad libre es usada para oprimir.

El ejemplo de Cristo nos impulsa a defender a los débiles y servir a la mayoría, no para gobernarlos, sino para sacrificarnos por ellos.

En el liderazgo de Seyed reconocimos esos mismos valores. El Islam, pese a diferencias teológicas, extiende el mensaje humano del cristianismo. Y en la vida de Seyed vimos encarnados esos valores: humildad, servicio, sacrificio y una claridad moral que vinculaba la fe a la liberación.

Un horizonte humano compartido

Seyed Hasan Nasralá fue uno de los líderes musulmanes más devotos, pero también mucho más que eso. Fue un revolucionario y un símbolo para quienes buscan preservar su humanidad en un mundo devastado por la codicia.

Fue también un hombre humilde que creyó en la palabra de Dios y la puso en práctica, convencido de que la piedad podría salvar esta tierra del destino impuesto por Washington y sus aliados.

Y al hacerlo, devolvió a esta tierra y a su pueblo la dignidad y la verdad.

Sabía que la verdadera identidad de la región se teje con múltiples credos, y que lo que los une —justicia, dignidad, resistencia a la opresión— es mucho más poderoso que lo que los divide.

Para nosotros, como cristianos árabes, su vida y martirio afirmaron que nuestro Evangelio no es contradicho sino cumplido en la lucha por la liberación junto a nuestros hermanos y hermanas musulmanes.

Seyed nos dio la prueba de que la Resistencia no es sectaria, sino la conciencia de un pueblo.

Y en él encontramos lo más raro: un líder cuyo compás moral coincidía con nuestra fe más profunda, y cuyo sacrificio reveló que la liberación, ya sea cristiana o musulmana, es siempre, en esencia, humana.

* Myriam Charabaty es una periodista y analista política libanesa.


Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.